domingo, 20 de enero de 2008

No llores por mí, Estados Unidos

Paul Krugman
The New York Times

México. Brasil. Argentina. México una vez más. Tailandia. Indonesia. Argentina, una vez más. Y ahora, los Estados Unidos. La historia ocurrió una y otra vez en los últimos 30 años. Los inversores internacionales, decepcionados con sus ingresos, buscan alternativas. Piensan que han encontrado lo que buscaban en uno u otro país y el dinero va allí precipitadamente.
Pero con el tiempo se observa que la oportunidad de inversión no era lo que parecía, y el dinero se fuga una vez más, con siniestras consecuencias para el ex favorito financiero. Esa es la historia de múltiples crisis financieras en América latina y en Asia. Y también es la historia de la burbuja norteramericana, que combina el crédito y las hipotecas. Hoy estamos ejerciendo la función generalmente asignada a las economías del Tercer Mundo.
Es improbable que los Estados Unidos sufran una recesión tan severa como, digamos, la argentina. Pero los orígenes de nuestros problemas son bastante parecidos. El origen global de nuestro actual descalabro fue establecido por el propio Ben Bernanke, en un influyente discurso que pronunció antes de ser designado presidente de la Reserva Federal. ¿Por qué los Estados Unidos, que tienen la mayor economía del mundo, piden préstamos y se endeudan a fondo en los mercados de capital internacionales, en lugar de prestar; que parecería más natural?.
Su respuesta fue que la principal explicación no residía en los Estados Unidos, sino en el extranjero. En particular; las economías del Tercer mundo, que habían sido las favoritas de los inversores durante gran parte de los años noventa y que fueron afectadas por una serie de crisis financieras. Así, dejaron de ser destinos para el capital y fuentes de capital, a medida que sus gobiernos comenzaron a acumular inmensos volúmenes preventivos de activos extranjeros.
El resultado, según Bernanke, fue una superabundancia o acumulación excesiva del ahorro global: enormes volúmenes de dinero sin tener adónde ir. Finalmente, gran parte de ese dinero fue a parar a los Estados Unidos. Según Bernanke, eso fue debido a la profundidad y sofisticación de los mercados financieros norteamericanos.
Pero los mercados financieros norteamericanos estaban caracterizados no tanto por la sofisticación como por la sofistería, término que el diccionario define como una premisa deliberadamente falsa expresada con una argucia del razonamiento con la esperanza de engañar a alguien.
Pero los EE.UU. no eran el lugar apropiado para aprovechar los fondos excedentes del mundo. Directa o indirectamente, el flujo de capitales a los EE.UU. proveniente de inversores internacionales terminó financiando una burbuja de hipotecas y créditos que acaba de estallar. Los efectos probablemente no sean tan negativos como las devastadoras recesiones en el Tercer Mundo. La deuda externa de los EE.UU. están en moneda propia y esto significa que no tendremos la espiral financiera de la muerte que tuvo la Argentina, en la que un peso cada vez más devaluado provocó que las deudas, que estaban en dólares, subieran meteóricamente en relación con los activos domésticos. Igualmente, los próximos 12 o 24 meses podrían ser muy desagradables.
¿Qué se debió haber hecho? El verdadero pecado fue que no se ejerció una supervisión adulta de los mercados. En este momento, Ben Bernanke está en la etapa del manejo de la crisis, aunque sospecho que ya es tarde para impedir una recesión.
(La Nación, 19-1-08)