martes, 17 de junio de 2008

Tronar el escarmiento

Susana Viau

Néstor Kirchner asumió la presidencia con la firme determinación de no ser Fernando de la Rúa ni tener su final. Creyó que para ello debía reforzar el rol presidencial.
Pero el ex jefe del Estado no es un político florentino, es un hombre tosco, equivocó las cantidades e inoculó al gobierno de su esposa, reducida hoy a figura fantasmal, una sobredosis de poder, sin percibir que los vientos habían comenzado a rolar. Los argentinos que habían votado la continuidad y cambio, continuidad de la bonanza económica y cambio en los modales políticos, comenzaron a darse cuenta de que ninguna de esas cosas iba a suceder.
La protesta de anoche, ahora extendida a todas las ciudades del país, tuvo –cómo no- una base material: la inflación disimulada en estadísticas absurdas, un conflicto gratuito y desquiciante manejado con vivezas de fulleros. Sin embargo, por encima de eso se inscribió la imagen de Kirchner ganando la Plaza de Mayo con las patotas y usurpando el protagonismo que le estaba reservado al Gobierno; la que debió ser mesurada palabra presidencial fue delegada en Luis D’Elía y sus compadradas provocadoras. Bocinazos, redobles, marchas, indignación enfrentaron a Kirchner con su infierno tan temido. El presidente del PJ se había pasado de la raya, había olvidado las enseñanzas de su líder: “Cuando los pueblos se cansan, hacen tronar el escarmiento”.


(Extractado de Crítica de la Argentina, 17-6-08)