domingo, 24 de mayo de 2009

LA IMPORTANCIA DE LA INSTITUCIONALIDAD

Aldo Abram

Desde hace tres años, contamos con un Indice Internacional de Calidad Institucional, que elabora el director del Centro de Investigaciones Institucionales y Mercados de la Argentina (Ciima-Eseade), Martín Krause. Esto permite ver cómo está evolucionando la Argentina respecto del resto de los 191 países del mundo calificados. El resultado no es bueno, ya que pasó del lugar 93, en 2007, al 114 en el de este año y, dentro de los 36 países americanos, descendió del 22 al 28. A nadie sorprenderá este resultado; pero lo grave es la poca importancia que los argentinos le damos a esta decadencia, a pesar de ser determinante de nuestro nivel de vida.

Índice de Calidad Institucional 2009 – continente americano (países seleccionados)

País Posición región/ Posición general

Canadá 1/ 6
EE.UU. 2/ 9
Chile 4 /23
Uruguay 14 /60
Perú 21 /83
Brasil 23/ 98
Argentina 28 /114
Nicaragua 29 /116

Si tuviera que invertir en algún lado sus ahorros, ¿no optaría por hacerlo donde se respeta el derecho de propiedad y hay reglas de juego estables, transparentes y generales? Sí, pues no es el único, casi el 80% de la inversión extranjera directa se dirige a los 20 primeros países mejor calificados por su institucionalidad. Es más: la mala evolución de la Argentina en dicho indicador de calidad se refleja también en una continua tendencia a perder participación en el total de fondos que vienen a América latina.

Por ello, cuando se votan legisladores, pocos son los que eligen un representante por su honestidad, propuestas y capacidad para defender los intereses de sus conciudadanos y el bien común. La mayoría vota un liderazgo político, que puede estar identificado con un partido, pero, en general, es personalista. No es de extrañar que haya tantas dudas sobre qué pasará después del 28 de junio. En naciones maduras, una elección legislativa sólo determina la composición de las cámaras en las que se discutirán las políticas que hacen al bien común y las soluciones a los problemas de la gente. Acá, votamos si le renovaremos la suma del poder público al líder de turno o corremos el riesgo de que se diluya la gobernabilidad y tengamos dos años y medio de espera para que se resuelvan los incontables problemas que tiene la Argentina. Esto genera una tremenda incertidumbre que motiva la fuga de capitales, la caída de la demanda interna y, por ende, del nivel de actividad.

Para cambiar esta triste realidad, lo primero es comprender que la decadencia argentina no es responsabilidad de los políticos, de un sistema de elección o de que la "gente" vota mal. Eso es desentenderse nuevamente de la propia responsabilidad cívica y no tener en cuenta que la construcción de nuestro futuro y el de nuestros hijos es demasiado importante para delegárselo a otro.
En la generación de este cambio cultural que el país necesita, la dirigencia empresarial, intelectual y profesional tiene la mayor responsabilidad, ya que cuenta con los medios, conocimientos o recursos económicos para llevarlo adelante. Si por miedo o interés, es poco lo que hacen quienes más "talentos" recibieron.

Recordemos que cuando uno cede sus responsabilidades, cede sus derechos. Entonces, no nos quejemos cuando los veamos avasallados con el poder que delegamos al votar; sino mejor evaluemos en qué medida somos culpables, ya sea por acción u omisión.

[El autor de la nota es director ejecutivo del Ciima-Eseade].

La Nación, 24-5-09