martes, 1 de diciembre de 2009

PARLAMENTARISMO: CÓMO, POR QUÉ Y PARA QUÉ

por José Antonio Riesco

El flamante Foro Plural de Reflexiones Institucionales, donde concurren personalidades políticas e intelectuales de diversa filiación (Eduardo Duhalde, José Octavio Bordón, Rodolfo Terragno y otros) entre los rubros que abordará figura la propuesta eventual de sustituir el régimen presidencial por uno de tipo parlamentario. Los anima, por un lado, la mala práctica institucional que el país viene padeciendo, y, por otro, el éxito de las naciones que han sustituido la concentración de poder (unipersonal) heredada de las viejas monarquías por un gobierno de la sociedad que, de modo permanente, está sometido al control de la mayoría en la Legislatura.

Hace poco se difundió una enérgica opinión de Mario Bunge, eminente científico argentino radicado en Canadá; para el reconocido físico y epistemólogo el presidencialismo es ”un cáncer” que todo lo domina y todo lo arruina. El suyo es un verdadero ensayo de politología de alto nivel, armando con argumentos de notoria consistencia y que golpea muy duro, ante todo, al régimen que, en la Argentina desde 1853, según aprecia, bajo la clásica división de los poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), evolucionó hacia una suerte de monocracia que deteriora la república y frena el desarrollo. La nota que firma Bunge, que de paso rechaza cualquier “mix” como el implantando en Francia en 1958, resulta un cañonazo contra la tradición presidencialista de América Latina donde no hay un Canadá.

En una línea similar viene operando el doctor Marcelo Castro Corbat, dirigente de la corriente “2da. República”, y quien –con serios y medulosos argumentos y en sucesivas comunicaciones-- reclama, con carácter de imperioso para la suerte del país, el reemplazo del presidencialismo por un sistema parlamentario. Incluido en un contexto valioso de requerimientos lo dice : “El Mensaje es:- que Argentina sea un país rico y termine con la pobreza del pueblo;- perseguir y penalizar la corrupción;- y enmendar la Constitución para, impedir el absolutismo presidencial, construir el federalismo, que el pueblo gobierne y defender los derechos y libertades de los habitantes”,

Nos parece que en la Argentina del siglo XXI algo importante debe cambiar, lo que no comparto es la sustitución del tipo de gobierno sin considerar lo que es su soporte socioeconómico y, por consiguiente, la expresión política del mismo. Reconocer que, con el presidencialismo, venimos soportando un alto costo en los rubros principales de la realidad (economía, educación, salud pública, defensa, administración, honorabilidad y otros) y que ello repercute en el asombroso nivel de pobreza que padecen millones de argentinos, no debe desviar la atención respecto al núcleo de la cuestión.

Si “por un casual” de pronto instalamos el régimen de poder vigente por uno como el que Inglaterra lleva siglos practicando, es preciso entender que ello supondrá transferir las competencias políticas a un sistema donde en las bancas parlamentarias estarán sentados (y mandando) las representaciones partidarias. El parlamentarismo es eso, o sea el manejo de la sociedad por las dirigencias partidarias, con el agregado de que, salvo excepciones, en esos países los partidos cumplen reglas básicas de cohesión y disciplina; y es que respetan la vigencia de un “espacio público” con largo tiempo de arraigo en la estructura sociocultural correspondiente. ¿Por casa cómo andamos..?

Lo que nos ocurre tiene en los partidos políticos a sus auténticos actores y autores, con una crisis, en lo fundamental, que antecedió a la irrupción del peronismo y que, derrocado éste, continuaron dando tumbos, es decir, deteriorando su funcionalidad y cediendo cada día más en el nivel de responsabilidad política e institucional. Para el olvido de sus comportamientos se beneficiaron, una y otra vez, de los ciclos “de facto” y fue cómodo asignarles a “nuestros dictadores” de turno (ineptos al por mayor) la culpa de todo y de cualquier cosa. Después de la segunda guerra Alemania se reconstruyó en cinco años, nosotros llevamos un cuarto de siglo y no logramos digerir el pasado, mientras derrochamos las energías nacionales en un pleito imprescriptible.

Pero debajo de los partidos –a los que soporta, vota y aplaude-- hay una sociedad desarticulada y que, a diferencia de otros pueblos, en gran proporción tiene respeto solamente por la “ley del vivo”. Una norma que vale en las elecciones, los negocios, la educación, la función pública y el sindicalismo, incluso en el deporte y la farándula. En Europa (y no digamos Japón) para acceder a la democracia pasaron siglos de sometimiento a los absolutismos, dura escuela para aprender a respetar la autoridad y la ley, algo esencial en una democracia. Los argentinos recién nacidos como tales, inteligentes y rápidos, en la asamblea del año XIII, con diez minutos y cinco discursos, proclamamos, gratis, todos los derechos y garantías. Aunque no los cumplimentamos por que estábamos muy ocupados en pelearnos entre tirios y troyanos. Una gustada que nos costó el siglo XIX.

A tamaña estructura de hábitos la advirtió Juan B. Alberdi, al elogiar su modelo constitucional : “ahora –predicó cándidamente- traigan ingleses para que esto funcione”, y no está demás releer el Martín Fierro, y de paso “Cambalache”, que hacen auténtica psicosociología nacional. Hay que atender, pues, a nuestra personalidad básica, y hurgar en la experiencia que hemos vivido y seguimos viviendo para no errar en la selección de un nuevo rumbo institucional. En primer lugar no dejar de lado que una sociedad que necesita desarrollarse, en un marco internacional lleno de lobos, tiene que dar prioridad al “gobierno” antes que a los debates y componendas de comité. En el siglo XIX lo sustantivo estaba en las deliberaciones, con estadistas de garra al frente del Estado (Disraeli, Bismarck, Julio a Roca, Sarmiento, Teodoro Roosevelt), etc.; hoy lo principal está en el planeamiento y las decisiones. Tal cual pasa con las grandes empresas privadas y las naciones fuertes.

En América Latina el régimen presidencial ya hizo una potencia de Brasil y exhibe un admirable curso institucional en Chile, y el régimen mixto sacó a Francia del abismo con De Gaulle. Y no nos olvidemos de la historia de desastres de algunas monarquías y repúblicas parlamentarias : la de Orleans (Francia) funcionaba con la Banelco, en Alemania terminó en brazos del nazismo y en España. con la guerra civil. De paso preguntemos a nuestros líderes partidarios de dónde salió el Kirchnerismo y sus pestilencias.-

Prólogo y Debate, noviembre de 2009

Referencias :
-Bunge : diario La Nación, 21.VII.09.
-Castro Corbat : “Plañideros” y otros (segundarepública@fibertel.com.ar); 27.X.09.