jueves, 27 de mayo de 2010

ÉTICA DEL DESFALLECIMIENTO


Roberto F. Bertossi.

La bancarrota de Lehman Brothers (15 de setiembre de 2008) fue el epicentro más crítico de la crisis mundial. Desde entonces, los bancos perdieron también la confianza entre sí y el grifo del dinero se cerró, lo que desató una reacción encadenada en el mundo financiero.

Sólo la intervención masiva de los gobiernos políticos de los Estados mantuvo los mercados provisionalmente con vida. Intervenciones oficiales y deudas pendientes que continúan pagando injustamente hasta hoy todos los contribuyentes.

Ante semejante crisis dolosa de la especulación financiera, que luce como único Dios, ideología y paradigma, se observan "ajustes sorprendentes" en la mayoría de los países integrantes y participantes del sistema global. Algunos de ellos reaccionaron rápidamente, haciendo graduales los ajustes fiscales y anticorruptelas correspondientes en menor cuantía. Otros, entre los que se destacan los países europeos periféricos -Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España (los llamados Piigs)- postergaron hacer lo que se debía hacer, para verse expuestos a duros programas de ajustes y desfallecimientos exigidos por la Unión Europea (UE) y los mercados, provocando más desempleo, reducción y congelamiento de jubilaciones y pensiones, drástico recorte del gasto social en salud y educación, que incluye, por primera vez en la historia de España, una masiva poda de sueldos públicos.

¿Sólo los bancos? ¿No es curioso, ante este estado de cosas, que políticos del mundo sólo hablen y decidan salvar bancos? ¿Acaso con mucho menos de un cuarto de los recursos para salvatajes financieros no se podrían evitar las graves secuelas de desencanto y desasosiego que han descalabrado las legítimas expectativas cívicas de todo civismo, privándoles de esos recursos "disponibles" para una noble igualdad de puntos de partida entre la economía solidaria y los sectores privados capitalistas y público estatal?

La palabra crisis impregna el ambiente. Las buenas gentes padecen el desempleo creciente, la precariedad en el trabajo, las retribuciones miserables, en medio de una sociedad en las que ciertas élites impresentables realizan una ostentación obscena de lujo y despilfarro, de burla y desenfados.

El dios mercado y su sacrosanta libertad imponen indemnizaciones escandalosas a tantos responsables de irresponsables concesiones de créditos.

¿Cómo pretender salir de la crisis salvando y concediendo nuevas plataformas a los culpables de tantos desafueros? Como sabiamente sostiene el maestro español Don Antonio Colomer Viadel, ello supone reconstruir el laberinto de la "usurocracia" con la obsesiva búsqueda del enriquecimiento, a costa de la ruina de los demás, lo que nos lleva a ahondar en la descomposición del sistema. Nadie se fía de nadie. Predominan los empresarios que se sienten engañados por sus trabajadores y los manejan como herramientas sustituibles o instrumentos prescindibles, en vez de considerarlos personas que construyen su destino profesional en el servicio de su propia dignidad como seres humanos y en su proyección familiar. También en muchas voces sindicales hay sólo una obsesión salarista y garantista de puestos de trabajo, más allá del necesario sacrificio y esfuerzo para que la productividad y la competitividad apuntalen el futuro de la empresa y/o institución; teniendo en cuenta que así como es cierto que en momentos difíciles es justo pedir sacrificios, en épocas de bonanza también será justo redistribuir más beneficios económicos y sociales.

La Voz del Interior, 27-5-10