lunes, 19 de julio de 2010

HOMILÍA



SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN


Homilía de monseñor Francisco Polti, obispo de santiago del estero, en la solemnidad de Nuestra Señora del Carmen, patrona de la parroquia catedral basílica (16 de julio de 2010)

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, el Hijo de Dios y de la Virgen María:

Como Pueblo de Dios que peregrina en Santiago del Estero, signo de unidad, nos acercamos a la Mesa del Altar presidida por Jesucristo, el Sumo y Eterno Sacerdote, de quien recibimos el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía.

En esta ocasión nos llegamos a la Catedral para venerar a Nuestra Señora del Carmen, Patrona de esta parroquia y de esta querida ciudad capital de Santiago del Estero. Ella es la Madre de Dios y nuestra Madre, que siempre camina al lado de todo hombre y mujer de buena voluntad.

María, por su maternidad divina, es la mujer privilegiada, adornada con grandes dones. Ante todo, la Virgen Madre de Dios y de la Iglesia, se destaca por la fe. ¿Acaso la vida de María no está completamente impregnada de fe? El saludo de Isabel lo confirma: “Dichosa la que ha creído” (Lc. 1,45). Es el mayor elogio que se le puede hacer a Ella, cuya vida discurre totalmente en la esfera de la fe. En esta homilía me quería detener en esta virtud de Nuestra Señora, ya que María se convierte para cada uno de nosotros, queridos hermanos, en maestra de fe.

En estos días hemos podido comprobar, como afirma nuestro objetivo diocesano, que nuestra fe se encuentra amenazada, debido a que se contrapone la fe a la razón, cuando en realidad se implican y se necesitan mutuamente.

Dios dotó al hombre y a la mujer con la capacidad de pensar, y espera que cada uno de nosotros hagamos uso de este don. Hay dos formas de abusar de la capacidad de pensar. Una, es no utilizarla. Una persona que no ha aprendido a hacer uso de su poder de raciocinio acepta, como verdad evangélica, todo lo que lee en los diarios, revistas, televisión y demás medios de comunicación social; no obstante resultar indudable la inexactitud de las noticias. En otras palabras, esta persona que no piensa prefiere que le den hechas sus propias opciones.

En el otro extremo están el hombre y la mujer que de la razón hacen un dios verdadero. Es la clase de persona que no creerá en nada que no pueda ver y comprender. Nada es cierto, a menos que “tenga sentido” para él, a menos que tenga buenos resultados aquí mismo y en este momento.

Es cierto que la virtud de la fe misma -la “capacidad” de creer- es una gracia, un don de Dios. Pero la fe adulta está basada en el razonamiento; no es una derrota de la razón,

Nuestra fe está amenazada y hoy es tiempo de batirse en un desafío de afirmación de la fe, una fe espiritual y doctrinal, intacta y unívoca, aparentemente anacrónica e incomprensible, pero irradiante de verdad y expresable con una pluralidad de lenguaje siempre fresco; un desafío -decía el Papa Pablo VI- que tiene como contrincante al mundo secularizado, gigantesco y contorsionado, de nuestros días.

Nuestra fe en Jesucristo implica el ser consciente de que hay valores, como afirmaba el Santo Padre en su primera Encíclica “Dios es amor”, que no son negociables: “el matrimonio constituido por un hombre y una mujer, la vida desde el primer instante de su concepción hasta su muerte natural, la educación de los hijos por parte de sus padres, y el Bien común.

En estas jornadas pudimos observar como la familia se encuentra amenazada por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. Por tanto, hoy más que nunca, tenemos la gran necesidad de conocer nuestra fe y la gran necesidad de testimoniar nuestra fe.

Necesidad de conocer nuestra fe

Esta confusión de los sistemas ideológicos nos obligan a cada uno de nosotros, como discípulos-misioneros de Jesucristo, como un deber fundamental a instruirnos en todo lo tocante a las verdades de la religión. Es una necesidad imperiosa que conozcamos mejor nuestra fe. La formación religiosa no debe terminar con la edad infantil, ni con la catequesis de la iniciación cristiana; debe progresar con la vida hasta la edad adulta, como nos recuerda el Concilio Vaticano II. Es necesario hasta la última hora la escucha atenta y sensible de la Palabra de Dios.

Necesidad de testimoniar nuestra fe

Todo seguidor de Jesucristo está obligado a dar testimonio de su fe; profesando la propia fe con los actos, con el ejemplo, con la palabra.

Debemos estar atentos a no caer en el peligro de la esquizofrenia de la vida de fe. Puede sucedernos que separemos nuestra vida social-familiar, de la vida de hijos de Dios, de la vida cristiana; que nos olvidemos de que somos cristianos las 24 hs. del día, y que todo lo que hacemos debe estar impregnado de la fe.

Asimismo, como afirmaba el Papa Benedicto XVI ante un grupo numeroso de jóvenes: “la fe y oración no resuelven los problemas pero permiten afrontarlos con nueva luz y con nueva fuerza, de manera digna del hombre, y también de un modo sereno y eficaz. Si contemplamos la historia de la Iglesia, veremos que es rica en figuras de santos y beatos que, precisamente partiendo de un dialogo intenso y constante con Dios, iluminados por la fe, supieron hallar soluciones creativas, siempre nuevas, para dar respuesta a necesidades humanas concretas en todos los siglos: la salud, la educación, el trabajo, etc.

Acudimos, una vez más, a Nuestra Señora del Carmen, mujer de fe, para que nos consiga de su Hijo Jesucristo, el aumento de nuestra fe, la fortaleza para conocer y vivir de la fe y nos ayude a ser valientes para testimoniar, con nuestras palabras y acciones, la única y verdadera fe de Jesucristo, el Señor de la vida y de la historia. Así sea.