domingo, 20 de mayo de 2012

TRES EJES QUE RIGEN LA ECONOMÍA GLOBAL





POR RICARDO ARRIAZU


Todas mis columnas recientes estuvieron dedicadas a evaluar temas aparentemente aislados pero, que en realidad, forman parte de importantes megatendencias que inexorablemente definirán las futuras características de la mayoría de las economías . Específicamente me refiero a los cambios demográficos y al crecimiento de las demandas de alimentos y energía.

Sin alimentos no habría vida, y sin energía ni trabajadores no habría economía en el sentido moderno de la palabra.

Pero, ¿no son aun más importantes para la vida el oxígeno y el agua? La repuesta es obviamente afirmativa, pero la administración económica de estos elementos esenciales para la vida está todavía en sus etapas de gestación. Los tratados para la reducción de la emisión de gases nocivos, el pedido de Brasil de una compensación económica por parte de los “países beneficiados” para detener la deforestación del Amazonas y las incipientes discusiones sobre el agotamiento de los acuíferos en algunas partes del mundo son parte de una creciente preocupación por estos temas, pero con avances que no son aún significativos.

Sin embargo, un análisis más detallado de los factores que influyen sobre estas tendencias permite identificar los avances en el conocimiento y los cambios culturales como los principales motores de estas dinámicas.

Las tendencias demográficas están dominadas por tres factores : a) la reducción en la tasa de mortalidad infantil; b) la notable reducción en la cantidad de hijos que procrea una mujer fértil; y c) el aumento de la expectativa de vida en casi todos los países. Los avances en el conocimiento permitieron la reducción de la mortalidad infantil y el aumento de la expectativa de vida, hechos que -conjuntamente con la emergencia del Estado como proveedor de seguridad social- generaron el debilitamiento de la familia y la tendencia a tener menos hijos.

Estas tendencias se están dando en forma universal, pero sus características varían entre países, dando lugar a importantes cambios en la estructura de la población y de la economía mundial.

Todos estos factores afectaron también tanto la producción como la demanda de alimentos y de energía. Como señalé en mi última columna, el crecimiento de la producción mundial de alimentos durante los últimos cincuenta años permitió no sólo alimentar a la creciente población mundial sino también aumentar en casi un 30% la disponibilidad de alimentos por habitante y reducir en forma significativa el porcentaje de personas que pasan hambre . Los cambios demográficos influirán en el crecimiento de la demanda de alimentos en las próximas décadas, la que seguirá creciendo en términos absolutos, pero a un ritmo muy inferior al de las últimas décadas porque la población crecerá menos, y porque los viejos comen menos que los jóvenes .

En el campo energético la tendencia es similar: el crecimiento económico y de la población, y los cambios culturales, llevaron en las últimas décadas a un crecimiento enorme de la demanda de energía – total y por habitante-, pero este crecimiento no ha sido uniforme. La proliferación de las ciudades dormitorios y el fanatismo por el transporte individual (y en vehículos grandes) han determinado que el consumo energético por habitante en los Estados Unidos sea casi el doble que en Alemania, a pesar de tener ingresos por habitante similares. Más aún, este consumo viene bajando en forma persistente en Alemania desde 1980, mientras que en los Estados Unidos recién se redujo a partir del año 2000.

Las proyecciones para las próximas décadas muestran una atenuación del ritmo de crecimiento de la demanda, con bajas en el consumo por habitante en los países industrializados y subas en los países emergentes .

Los impactos económicos y sociales de estos desarrollos no son uniformes a lo largo del tiempo ni entre países, reflejando no sólo diferencias demográficas sino también en calidad institucional y en la eficacia de las políticas económicas.

Si nos concentramos exclusivamente en los factores demográficos se puede verificar que existen tres etapas claramente diferenciadas; una primera en la que la población se incrementa rápidamente (generando alarma por la “explosión demográfica” y su potencial impacto sobre la disponibilidad de alimentos y recursos), al mismo tiempo que se incrementa también la cantidad de jóvenes y la población en edad de trabajar (contribuyendo, por lo tanto, al crecimiento económico) y crece gradualmente la población de ancianos . Una segunda etapa en la que disminuye la porción de niños, se desacelera el crecimiento de las personas en edad de trabajar y crece la porción de ancianos.

Estas tendencias se acentúan en la tercera etapa en la que la cantidad de niños cae en términos absolutos, disminuye la participación de los trabajadores y se incrementa rápidamente la porción de ancianos.

Desde un punto de vista económico, en la primera etapa crecen la tasa de ahorro, la tasa de inversión, el PBI total, la recaudación, la demanda de bienes públicos (educación, salud e infraestructura, y la demanda de todo tipo de productos, al mismo tiempo que planes de retiro generan excedentes de fondos (sean estatales o privados). Estos impactos comienzan a cambiar en una segunda etapa, al estabilizarse la tasa de ahorro e inversión, lo que lleva a una desaceleración de la tasa de crecimiento, se debilita el crecimiento de la recaudación, los sistemas de retiro dejan de generar excedentes de fondos y las cuentas fiscales comienzan a debilitarse. Esta dinámica se acelera en la tercera etapa, generando serios problemas fiscales y financieros, al bajar bruscamente el crecimiento económico y al crecer los gastos sociales.

Europa es un buen ejemplo de esta dinámica perversa, si no se toman los recaudos necesarios para contrarrestar los efectos económicos del envejecimiento.

Todas estas tendencias muestran claramente que los hoy llamados “países emergentes” dominarán la economía mundial en el futuro.

Clarín, 20-5-12