sábado, 16 de febrero de 2013

DECLARACIÓN DEL INSTITUTO DE FILOSOFÍA PRÁCTICA



ACERCA DE LA DESTRUCCIÓN DE LAS FUERZAS ARMADAS, VÍCTIMAS DE UN ODIO SIN LÍMITES Y DE UNA DESIDIA INIGUALABLE


“Las instituciones armadas valen según cuál sea la fuerza moral de la Nación y esa fuerza moral es la resultante de la cohesión del pueblo”.
Gral. Enrique Mosconi

“Si la consideración del bien común no es ya suficiente para llevarnos a la unidad, debería alejarnos de las discordias al menos el temor de los males que estas producen”
Cardenal Albino Luciani (después Juan Pablo I)

I.-
Dos acontecimientos penosos, uno muy publicitado, pues apareció reiteradamente en los diarios hasta con foto,  otro prácticamente desconocido, son el motivo de esta declaración, con la cual inauguramos el año 2013.
El primero, es el hundimiento por desidia y abandono del Destructor Santísima Trinidad de impecable actuación en el desembarco en las Malvinas en 1982. No hizo falta ningún misil del enemigo exterior, bastó el desinterés del enemigo interior, ese que día a día corroe nuestras entrañas.
 El segundo, es el decreto N° 1382/2012 del Poder Ejecutivo, que contempla desalojar de las viviendas, propiedad de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, a sus actuales ocupantes -en primera instancia personal retirado que las alquilaba a cada guarnición- para que sean utilizados por beneficiarios civiles de planes sociales. El periódico “Tiempo Militar”, pudo comprobar el caso de un suboficial (RE) del Ejército que reside desde hace varios años en un barrio militar de Olavarría. El afectado declaró que “la última semana de diciembre me llegó una nota de la unidad a la cual le alquilo, que no me renuevan el contrato de acuerdo al decreto publicado en el Boletín Oficial el 13 de agosto de 2012”, agregando que ninguna autoridad le pudo informar las razones de la medida y que “se limitaban a obedecer una orden del Comando de Brigada transmitida por Mensaje Militar Conjunto”. Nos enteramos del asunto por el diario El Pregón de la Ciudad de La Plasta.

 Aquí es un odio ilimitado que trata de destruir a los integrantes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, a través de una persecución despiadada que busca exterminarlas, aniquilando a sus hombres con la complicidad de aquellos que quieren conservar sus canonjías, y que cumplen órdenes en forma mecánica, con una obediencia, no debida, sino ciega.   
 
II.-
Ahora bien, ¿son necesarias las Fuerzas Armadas? Existen algunos Estados en el mundo que carecen de ellas o que las tienen reducidas a papeles protocolares o decorativos, sin real poder combativo.
Así, el Vaticano, Samoa, Palaos, Nauru, Mónaco, Micronesia, Mauricio, Liechtestein, Islas Salomón, Islas Marshall, Granada, Dominica, Costa Rica, Panamá, Barbados, Andorra. Varios de estos Estados tienen acuerdos de defensa: así, Samoa con Nueva Zelanda; Panamá con Colombia;  Palaos, Micronesia  e Islas Marshall con Estados Unidos; Nauru con Australia; Liechtestein con Suiza; Andorra con España y Francia. En Granada, desde la invasión, las únicas fuerzas armadas son norteamericanas.

Pero las circunstancias geográficas e históricas son distintas, porque la mayoría de los nombrados son Microestados; en cambio, la Argentina es el octavo país del mundo por su superficie, con cuarenta millones de habitantes, con un enorme litoral marítimo y con grandes espacios vacíos. Por eso, es necesario, entre otras razones, que tenga Fuerzas Armadas y de Seguridad.

  III.-
Además, las Fuerzas Armadas son necesarias porque desde el pecado original existen las discordias, los enfrentamientos, las sediciones, las violencias, las guerras. Todo esto engendra la necesidad de defenderse. Surgen la legítima defensa y la defensa común.
Ya que como el bien común de la sociedad civil puede ser perturbado desde adentro o impugnado desde afuera, son necesarias las Fuerzas Armadas para protegerlo y defenderlo.

Y así como los demás negocios de la Ciudad se ordenan a utilidades particulares, la actividad militar tiene como fin custodiar el bien común.
 Esta actividad está regida por el arte militar que establece reglas sobre el uso de ciertos elementos exteriores como son las armas o los caballos; pero “lo militar, en cuanto orientado al bien común, se introduce en el campo propio de la prudencia” Santo Tomás, (Suma Teológica, 2-2 q. 50 a. 4). Es por eso, que el Doctor Angélico sostiene que la prudencia militar es una especie de dicha virtud.

El ejercicio del arte militar es propio de la virtud de fortaleza, “pero su dirección pertenece a la prudencia, sobre todo como se da en el jefe del ejército”. Y en el Régimen de los Príncipes, señala una verdad experimentada a través de los siglos en tantas guerras y batallas: “En los asuntos bélicos se consigue mayor gloria por la prudencia del jefe que por la fortaleza del soldado”.
Don Quijote en el Discurso de las armas y las letras compara ambos servicios y señala la primacía del primero respecto del segundo, porque las armas “tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida”.
Es un tema muy importante para la subsistencia de un país, para conservar su independencia y su libertad tema de nuestra última declaración del 19 de diciembre de 2012, ACERCA DE UN PREMIO, LA SENSATEZ Y LA INSENSATEZ.

José Ortega y Gasset, en su obra España invertebrada, elogia la construcción de idóneas fuerzas armadas: “Medítese sobre la cantidad de fervores, de altísimas virtudes, de genialidad, de vital energía que es preciso acumular para poner de pie a un buen ejército ¿cómo negarse a ver en ello una de las creaciones más maravillosas de la espiritualidad humana. La fuerza de las armas no es fuerza bruta sino fuerza espiritual”.
Como si  describiera nuestra penosa situación actual, Alexander Solzhenitsyn describe así al Ejército Ruso en 1914: “gentes ambiciosas que no pensaban más que en ascensos, hombres osificados, aficionados a vivir una vida tranquila, a comer y beber hasta hartarse. Estos hombres comprendían al Ejército como una escalera cómoda, reluciente y alfombrada, en cuyos peldaños entregaban estrellas y estrellitas”. Poco tiempo después triunfó la Revolución  bolchevique.

IV.-
Hace ya casi doce años, un socio modelo de este Instituto escribió un editorial acerca del dolor que le producía, en esos tiempos de Cavallo y de la Rúa, añorados por más de un tonto, la liquidación del alma y del cuerpo de las instituciones castrenses. Y eso comenzó mucho antes que arribaran los actuales detentadores del poder.
En ese editorial titulado “Un vaciamiento que duele”, entre otras cosas, con pluma acerada y sin medias tintas, describe lo que pasaba: “El vaciamiento de las Fuerzas Armadas es un hecho. Basta ver las guarniciones desmembradas, los presupuestos escuálidos, los sistemas defensivos deteriorados, las fronteras raleadas, los proyectos misilísticos abandonados, el envejecimiento del material bélico, la inanidad frente a las agresiones internas y externas. Basta ver las misiones de paz… los programas de estudio en los institutos de formación superior, inficionados de liberalismo y de modernismo, la supresión de la obligación juvenil de servir bajo bandera. Basta ver la ausencia de una mística ética y cristiana en la formación de la tropa, la supresión… de todo código de honor, de reconquista y victoria. Porque el plan vaciador y destructor que se viene ejecutando, no apunta primero a la inmovilización física, sino a la desmovilización espiritual. No al desarme corpóreo, sino antes el de las mentes y de los corazones”.
Pero el editorial en su denuncia va mucho más allá de 1983 y llega hasta el “profesionalismo aséptico” de la Revolución Argentina y a la falacia procesista de “la democracia moderna, eficiente y estable” (Cabildo, Buenos Aires, marzo de 2001).

V.-
Desde San Juan Bautista hasta nuestros días, existe una gran sintonía entre el cristianismo y lo militar. Ese hombre severo, empezando consigo mismo, no era como hoy diría algún badulaque, un “hombre de diálogo”, de “apertura”. Predicaba la conversión, “porque ha llegado el Reino de los Cielos” (Mateo, 3, 2), llamaba a fariseos y saduceos “raza de víboras” y advertía a los judíos carnales, para quienes bastaba invocar la paternidad de Abraham: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mateo, 3, 10). Cuando se le acercan unos soldados y le preguntan qué deben hacer, él no les dice que arrojen las armas, sino que no se aprovechen de ellas: “No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada” (Lucas, 3, 14).   

También en el Evangelio se reconoce la legitimidad de la profesión militar  en las figuras de dos centuriones, el de Cafarnaún y el del Calvario, pues como señalaba ese gran obispo español, que fue Monseñor José Guerra Campos: “alguna afinidad tiene que haber entre aquellos paganos militares y el mensaje evangélico para que se produzca de manera tan ostensible el acercamiento entre ambos en los momentos decisivos”; el de Cafarnaúm le pide a Cristo la curación de un dependiente paralítico y cuando éste le contesta que irá a verlo, con humildad responde:  “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano”; tanta confianza sorprende a Cristo, quien comenta “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande” (Mateo, 8/7 y 8/11);  el del Calvario reconoce al Justo inmolado y exclama: “Verdaderamente este era Hijo de DiosMateo, 27/54). 

VI.-
En nuestra Patria existió esa sintonía entre la Cruz y la espada desde los tiempos fundacionales. Conquistadores y misioneros, pobladores que construían ciudades y que comenzaban a trabajar los campos. Grandes figuras como Domingo Martínez de Irala, Juan de Garay,  Hernandarias, llamado “el hijo de la tierra”, el sacerdote franciscano Juan de Ribadeneyra, Juan Ramírez de Velasco, Fray Hernando de Trejo y Sanabria, San Francisco Solano…
A lo largo de los siglos se fue forjando el patrimonio que hoy se desprecia y dilapida; y sin embargo, no sólo tenemos figuras ejemplares en los tiempos fundacionales, sino en los actuales; arquetipos que lucharon y muchos murieron por conservar ese tesoro de nuestra tradición.

Nuestros héroes contemporáneos fueron hombres plenos, no meros profesionales, técnicos de la muerte, suicidas o robots. Fueron aquellos soldados, que los hubo, que ejercieron la virtud de la fortaleza subordinada a la prudencia y a la justicia, hombres valerosos que supieron reprimir sus temores y moderar sus audacias; muchos de ellos han sido ya ajusticiados de hecho en las cárceles; otros, hoy padecen sevicia y venganza, esperando la única liberación posible: la de la muerte. Porque en esos juicios mendaces que se llevan a cabo contra ellos, como en los sistemas vejatorios de las cárceles que los alojan, lo que en última instancia es atacada es la naturaleza misma de lo militar, lo que llamaba Jorge Vigón “el estilo militar de vida”.

 Fueron esos soldados que enfrentaron al enemigo, en la guerra subversiva y en la guerra de las Malvinas, con  el mismo espíritu con el que lo hicieron los Macabeos, según el relato de las Sagradas Escrituras: “ellos vienen contra nosotros rebosando insolencia e impiedad con intención de destruirnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos y hacerse con nuestros despojos: nosotros, en cambio, combatimos por nuestras vidas y nuestras leyes” (I, III, 20/21).

Buenos Aires, febrero 7 de 2013.

Juan Vergara del Carril                         Bernardino Montejano
           Secretario                                              Presidente