viernes, 5 de abril de 2013

LA DROGA Y EL GRAN HORMIGUERO





Aurelio García Elorrio
(Legislador provincial, Encuentro Vecinal Córdoba)

La represión del narcotráfico es materia de la Justicia Federal. El Congreso ha querido así que sea la Nación, y no las provincias, la que lleve el peso de la estrategia de la lucha contra las drogas, por tratarse de un fenómeno interprovincial y transnacional. Las justicias provinciales sólo pueden intervenir para reprimir la venta al menudeo; es decir, al último eslabón de la cadena: los llamados quioscos.
En junio de 2012, la Legislatura Provincial aprobó una ley que sumaba a la Justicia de Córdoba en la lucha contra la droga, ya que el clamor de las madres de los barrios humildes de la ciudad capital era claro: no podemos criar a nuestros hijos en zonas donde, en cada cuadra, tenemos un lugar donde les venden drogas.
Con esta ley, se escuchaba el pedido de tantas familias que no podían seguir esperando mientras veían la destrucción de sus hijos, y se aliviaba a la Justicia Federal de las miles de causas chicas de venta al menudeo, de forma que le quedara el tiempo y la organización necesarias para rastrear y encarcelar a las bandas de narcotraficantes.
Se trata, entonces, de avanzar sobre los hormigueros y no sobre las hormigas, como ha pedido un juez federal en estos días. Esperamos con ansia que la Justicia Federal pueda realizar su trabajo en estas nuevas condiciones y vemos que la Justicia provincial ya está realizando el suyo.

Atacar donde corresponde.
Usando la figura del hormiguero y la hormiga individual, está claro que lo más efectivo es atacar el hormiguero. Existen hormigueros bien definidos dentro de nuestra provincia, que si se hicieran en la política y en la Policía los cambios necesarios, incorporando la tolerancia cero al narcotráfico, serían rápidamente destruidos. Mucho se haría, también, si se blindasen las rutas, como la ley cordobesa le ordena a la Policía, lo que aún no se está cumpliendo.
Pero existe un gran hormiguero que está fuera de nuestra provincia y es responsabilidad absoluta de la Nación.
Todo comenzó alrededor de la década de 1990. Es en esa época cuando Argentina se transformó en un espacio de paso de droga, fundamentalmente colombiana, hacia Europa. Estamos hablando de grandes cargamentos, de 250, 500 o 1000 kilos de cocaína de máxima pureza, adquirida en Colombia a 1.700 dólares el kilo y luego puestos en España u Holanda a 50 mil dólares el kilo, o en el sudeste asiático a 150 mil dólares el kilo.

Esta tendencia está perfectamente relatada en el informe del 19 de febrero de 2009 de la Comisión Antimafia Italiana, presidida por el diputado comunista Francesco Forgione y luego reproducida en su libro titulado Mafia for export , donde aparece como una de las cinco rutas principales de la cocaína en el mundo, la que arranca en Colombia, cruza a la Argentina por el medio y desemboca en el Río de la Plata, para de allí marchar a Europa, vía África.
Luego he podido comprobar estas aseveraciones de Forgione, teniendo en cuenta las referencias de muchas personas e investigaciones judiciales que dan cuenta de una intensa actividad aérea no programada en la zona semidesértica que conforman el sur de Santiago del Estero y el sureste de Catamarca. En estas zonas, los narcos arrojan su carga y luego, por vía terrestre y de muchas maneras y artificios, la droga es introducida en contenedores y llega a los puertos argentinos, para su salida al exterior.

Sin escudos.
Esa tendencia de la Argentina se fue acentuando luego de que quedásemos, con Paraguay y Bolivia, como los únicos países en el tránsito de la droga, sin radares. Repárese que Perú tiene radares y ley de derribo, lo mismo que Brasil. Nosotros, en cambio, no tenemos radares ni ley de derribo; y si tuviéramos ley de derribo, de nada serviría, porque nuestra capacidad de intercepción aérea es casi inexistente. Nuestra Fuerza Aérea está totalmente aniquilada en su material y su logística.
El Escudo Norte, en Santiago del Estero, compuesto de un radar y de un avión Pucará o, a veces, un Mirage, sería una segunda línea de radares más al sur de la primera, ya que aquella abarca el arco norte del país.

La primera línea se compone de radares que no cubren todo el arco norte y hay horarios en que tampoco funcionan. Es decir que el arco norte esta plenamente abierto. Entonces, la segunda línea es el solitario radar que existe en Santiago del Estero, que a 200 kilómetros de su emplazamiento ya no puede detectar un avión a baja altura. Como la segunda línea del radar solitario no resuelve nada, el problema debería ser resuelto por las fuerzas federales de seguridad o las policías provinciales, ya en las rutas terrestres.
Sobre la base de investigaciones judiciales llevadas adelante en Córdoba y en otras partes del país, podemos reconstruir el sistema de paso de la droga. Primeramente, la carga ingresa por vía aérea a algún remoto lugar de las provincias mencionadas y luego se la traslada por rutas terrestres, principales o secundarias, totalmente abiertas hasta un camión que tiene cargado un contenedor y que ya está precintado por la aduana de Córdoba o Santiago del Estero. No tendrán problemas en introducirla al barco, porque previamente se asegurarán de que el puerto en cuestión no va a controlarlos.

Al tener Argentina sus fronteras abiertas y persistir en sistemas de radarización claramente inútiles, al tener sus rutas terrestres también abiertas y un descontrol objetivo en sus puertos, se explica lo informado por las autoridades norteamericanas en 2011, en el sentido de que por nuestro territorio habían pasado ese año 70 mil kilos de cocaína hacia el extranjero.
Volviendo a nuestra provincia, debemos recordar que el problema de las drogas no se resuelve sólo reprimiendo la oferta. Hace falta un plan preventivo fuerte en toda la provincia, que comprometa todo el esfuerzo del Estado y la comunidad, que lleve a nuestros jóvenes a despreciar las drogas facilitándoles el cambio. Si somos capaces de garantizarles la igualdad de oportunidades para que puedan descubrir su proyecto de vida, no necesitarán de las drogas.

La Voz del Interior, 5-4-13