domingo, 22 de junio de 2014

FE Y POLÍTICA

Diócesis de Querétaro -Pastoral Social



Participación y Democracia

La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico  con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la  parte del pueblo, de poderes y funciones, que deben ejercitarse en su nombre, por su cuenta y a su favor; es evidente, pues, que toda democracia debe de ser participativa. Lo cual comporta que los diversos sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados, escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que ésta desarrollada (CDSI 190).

NOS PREGUNTAMOS

¿Participé en las votaciones de las últimas elecciones? ¿Conozco a mis autoridades y he tenido acercamiento con ellas para dar seguimiento a su trabajo?

NO HAY DEMOCRACIA VERDADERA SIN PARTICIPACIÓN CIUDADANA

Extractos mensaje de los Obispos de
México, 24 de abril de 2009

 Participación ciudadana: En un país democrático la ciudadanía debe de dar seguimiento a las acciones de quienes ejercen el poder. El acceso a la información permite que la ciudadanía se informe de los errores, excesos, abusos, atropellados, irregularidades y hasta delitos cometidos por sus gobernantes, pero no existe forma de sancionarlos, lo que provoca sentimientos de decepción y frustración.

Insuficiente representatividad:

Cuando la ciudadanía no encuentra, en los candidatos que se le proponen, personas que puedan verdaderamente representarla en las instancias de decisión, decide abstenerse de participar. Se sabe del daño que hace a la representatividad una insuficiente participación en las elecciones, porque cuando son pocos los que votan, es el voto de unos cuantos el que define la elección. Quienes resultan electos tienen que enfrentar, además del descontento y la sospecha de quienes no obtuvieron la mayoría, la falta de legitimidad, pues ejercerán legalmente la representación que se les confía, pero sin la necesaria aceptación y el respaldo de la ciudadanía.

Esto debilita a las instituciones políticas que colapsan cuando no hay en ellas una auténtica representación popular.

 ¿QUE ES DEMOCRACIA?

Es aquel sistema de gobierno en el cual la soberanía del poder reside y está sustentada en el pueblo. (sic)

 El sistema de la democracia: “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que se asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas de elegir y controlar sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana” (CDSI 406). 

Entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las más graves porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia social; compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las instituciones (CDSI 411).

Autonomía e independencia: La Iglesia y la comunidad política, si bien se expresan ambas con estructuras organizativas visibles, son de naturaleza diferente, tanto por su configuración como por las finalidades que persiguen. La Iglesia se organiza con formas adecuadas para satisfacer las exigencias espirituales de sus fieles, mientras que las diversas comunidades políticas generan relaciones e instituciones al servicio de todo lo que pertenece al bien común temporal (CDSI 424). Sin embargo, la recíproca autonomía de la Iglesia y la comunidad política no comporta una separación tal que excluya la colaboración.

Jesús y la autoridad política: Jesús rechaza el poder opresivo y despótico de los jefes sobre las Naciones (cf. Mc 10,42) y su pretensión de hacerse llamar benefactores (cf. Lc 22,25), pero jamás rechaza directamente las autoridades de su tiempo (cf. Mc 12,13-17; Mt 22,15-22; Lc 20,20-26).

Las primeras comunidades cristinas: San Pablo define las relaciones y los deberes de los cristianos hacia las autoridades (cf. Rm 13,1-7). El Apóstol no intenta ciertamente legitimar todo poder, sino más bien ayudar a los cristianos a “procurar el bien ante todos los hombres” (Rm 12,17), incluidas las relaciones con la autoridad, en cuanto está al servicio de Dios para el bien de la persona (cf. Rm 13,4;1 Tm 2,1-2; Tt 3,1) y “para hacer justicia y castigar el mal al que obra mal” (Rm 13,4). (CDSI 380). La oración por los gobernantes, recomendada por San Pablo durante las persecuciones, señala explícitamente lo que debe de garantizar la autoridad política: una vida pacífica y tranquila, que transcurra con toda piedad y dignidad (1Tm 2,1-2).

La objeción de conciencia: El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. Cuando sin llamados a colaborar en acciones moralmente ilícitas, tiene la obligación de negarse (CDSI 399).

 PARTICIPACIÓN

El Bien Común resulta de la intervención activa de todos los ciudadanos en la constitución del orden social; no es una estructura estática, ajena a la conducta de cada persona, sino que requiere el empeño exigente por parte de todos a fin de corregir los males que aquejan a la sociedad y promover de manera efectiva el progreso social. En este contexto, se entiende por participación, la actuación libre y responsable de todos a fin de procurar de modo efectivo el Bien Común (GS, n.75).

“Es plenamente conforme a la naturaleza humana que se encuentren estructuras jurídico políticas que ofrezcan cada vez mejor a todos los ciudadanos, sin discriminación alguna, la posibilidad efectiva de participar libre y activamente en la elaboración de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de los bienes públicos, en la determinación del campo de acción y de los límites de los diferentes organismos, y en la elección de los gobernantes” (GS, n. 75).

La participación es un derecho fundamental de la persona humana, necesario para garantizar un pluralismo justo en las instituciones e iniciativas sociales. Ocupa un puesto predominante en el desarrollo reciente de la enseñanza social de la Iglesia.

Su fuerza radica en el hecho de que asegura la realización de las exigencias éticas de la justicia social. Es el camino adecuado para conseguir una nueva convivencia humana. (GS, n. 9,68).

Consecuencia característica de la subsidiariedad es la participación, que se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil, a la que pertenece.

La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común (CDSI 189).

 NOS PREGUNTAMOS


¿Cómo defino ahora la palabra “democracia” y qué significa “participación ciudadana? ¿Qué podemos hacer para que las personas de nuestra familia, comunidad o parroquia CONOZCAN y PARTICIPEN de los derechos y obligaciones ciudadanas?