miércoles, 4 de junio de 2014

PARA QUE LAS DROGAS NO NOS CONSUMAN



ElPeriódico (Guatemala), 3-6-14

¿Qué puede esperar una sociedad que abre la puerta a grandes males? ¿Qué puede esperar un Gobierno que propone despenalizar las drogas? ¿Podrá extrañarse luego que la paz sea más difícil de alcanzar? ¿Podrá luego preguntarse qué hizo mal?

La despenalización de las drogas resulta una propuesta “demasiado audaz” para nuestra sociedad. Lo pongo entre comillas, porque si en países como Holanda o Suiza esta medida ha registrado efectos indeseados y poco controlados, no quiero imaginar lo que sucedería en Guatemala. Es decir, se formula un planteamiento tan radical en un país en el que hace pocos días se lanzó la Política Nacional de Prevención del Delito, el cual es el camino correcto para enfrentar la inseguridad.

La primera vez que el Gobierno lanzó la propuesta de la despenalización, lo hizo desde la justificación que es necesario buscar nuevos caminos para luchar contra las drogas, porque la lucha frontal no está funcionando. Hasta cierto punto, comparto esta visión: hay que buscar nuevas alternativas, porque loco es el que hace lo mismo esperando resultados diferentes. Pero me parece que el camino que debemos recorrer no es el señalado por el actual Gobierno. Camino que se adivina no solo complejo sino ajeno a nuestra realidad.

¿Y entonces cuál es la puerta angosta que hay que atravesar para que las drogas no nos consuman?

Quiero responder con una anécdota. Una de las personas a las que más admiro es un emprendedor extraordinario que decidió dedicarse a trabajar con jóvenes en zonas rojas. La amistad, la experiencia, el diálogo le han dado cuenta de una verdad: estas personas no buscan las drogas por sí mismas. Son un escape. Quieren callar aquel crimen que cometieron, borrar de su memoria los ojos que les pidieron clemencia antes de morir. Quieren olvidar. Y para eso las usan. Para eso y para prepararse para la siguiente “tarea”, para armarse de valor y volver a olvidar. Lo que esos jóvenes necesitan para apartarse de la vida que llevan no son drogas empacadas y con código de barras. Lo que necesitan, así lo cuenta este valiente amigo, es una comunidad que los acoja, que los valore, que los aliente, que les ayude a sanar su corazón con el verdadero significado del amor.

Para muchos jóvenes, esa comunidad es la mara. Pero en términos antropológicos, esa comunidad debiera ser la familia.

Sí, esa madre que se quedó sola, pero que todos los días lucha por ser ejemplo y por dar a sus hijos lo necesario para salir adelante. Y sí, también aquel papá soltero que quiere inspirar a sus hijos. Y aquellos abuelos que cuentan la historia a sus nietos sobre por qué sus padres tuvieron que emigrar. Esas familias luchadoras que a veces se sienten solas e impotentes y que necesitan un punto de apoyo para transformar sus vidas y su entorno.

Si se tiene una familia sólida, nadie necesitará cometer crímenes para demostrar su valor y tampoco nadie querrá consumir drogas para olvidar. Y si esa familia tiene un escudo que la proteja y la respalde, no necesitaremos propuestas “audaces” para luchar contra las drogas.

Entonces, ¿por qué no tomamos ese camino diferente y orientamos nuestros recursos, tiempos, inteligencia en acuerpar al único grupo social que puede evitar que las drogas nos consuman?