viernes, 5 de septiembre de 2014

UN CASO PATÉTICO DE MAL DESEMPEÑO



Por José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado

El mal desempeño (sin perjuicio de la comisión de delitos) es una de las causales del juicio político que establece la Constitución (art. 53) contra los gobernantes que incurran en un comportamientos que importen inmoralidad manifiesta, incapacidad para administrar los negocios públicos o en la violación reiterada de las leyes.

En el Estado del siglo XXI la mejor doctrina remite la legitimidad del gobernante al nivel de eficacia que alcanzan sus políticas, o sea las decisiones, actos y medidas que inciden sobre la organización política y, sobre todo, los derechos e intereses de la población. Aunque parte de la desaprensión de algunos políticos instalados en los cargos consiste en aferrarse a su origen electoral como si, con el voto originario, el pueblo les hubiese otorgado un cheque en blanco, tanto para mal gobernar cuanto para enriquecerse y durar.

El mal desempeño suele auto-absolverse - Comprende “la falta de idoneidad,  la ineptitud, la insolvencia moral, incluso la enfermedad del funcionario, que pueden afectar el servicio público, su eficacia, su decoro.” (Zarini: Análisis de la Const. Nacional, p. 45).

Con semejante mentira las formalidades no les impiden a los inservibles tanto mantenerse en el cargo –no importa el daño que le causan a la nación--,  como usar y abusar de los recursos públicos para elaborar impúdicamente, sus reelecciones. Entonces vale aquello del eminente Alcalá Zamora :”podréis engañar a miles para que os donen el sufragio, -podréis disfrazaros con las formas legales,  pero el vuestro será un poder sin virtud, sin alma, ilegítimo”.

No existe la legitimidad al margen de la moral, en sentido político eminente, ya que justifica (adecuación a valores) el ejercicio del mando; pero tampoco la hay si a la gestión le faltan los resultados y, con eso, eficacia. Vale tener presente que, en los últimos tiempos, una buena parte de los juristas (abogados y asociados) vienen identificando a la legitimidad con la legalidad, a los contenidos valiosos con el ropaje  normativo. Un aporte a la mediocridad semántica que amparo el enmascaramiento de las transgresiones.

“Hablar de legitimidad, y esto lo dejó bien asentado T. Parsons, es hablar de valores. Esto lleva identificar el sistema de valores socialmente acep tado sobre lo que es un comportamiento legítimo o no de la adminis tración pública y sobre los criterios con los que considerar válidos o no los rendimientos de la administración”. (Bañon-Carrizo, p. 60)

Desde hace largos años la Argentina padece de un caso patético de “mal desempeño” que personifica la Sra. Presidente. No es una novedad, aunque los resultados concretos de su gestión  --evidentes, notorios--  ya desbordaron los límites de cualquier tolerancia. Hay no menos de 12 millones de ciudadanos en estado de pobreza, mientras una inflación galopante -- producto del gasto público descontrolado y la falta de inversiones--  se acerca a más del 40% y confisca groseramente los ahorros, los salarios y las jubilaciones.

A la vez se agudiza la tendencia negativa de la producción, con la recesión industrial y comercial en avance, pero crece la corrupción, el narcotráfico y los negocios de “los amigos”. El país carece de crédito  y la deuda externa se convirtió en un factor de impotencia y humillación; y esto aunque la Sra. Presidente pretenda transmutar la situación en una batalla contra los enemigos de la Patria. Una farmacopea verborrágica con que trató, reiteradamente, de explicar y/o justificar años y años de soberbia e ineptitud.

Si estos son los hechos, manifiestos, a la vista de todos, cómo explicar que ninguno de los bloques parlamentarios opositores haya reclamado el juicio político..? No es válido el argumento de que ”no contamos con los votos suficientes”; como está la política argentina si los tuvieran tampoco lo harían.  Por qué es mejor la tolerancia..? -


(cf. Bañon-Carrizo: La nueva Administración Pública; Madrid, Alianza, 1997)