viernes, 18 de septiembre de 2015

GRAVE CASO DE ECOLOGISMO

Estudiantina anti Monsanto cuesta 1.200 empleos y $ 1.800 M a Córdoba


Por Pablo Esteban Dávila
Alfil, 18-9-15

El próximo sábado se cumplirán dos años del bloqueo ambientalista a la planta que la multinacional Monsanto construye (mejor dicho, que intenta construir) en la localidad de Malvinas Argentinas. La fecha sirve de excusa a los activistas para festejar el día de la primavera y conmemorar lo que, ellos entienden, es una verdadera gesta. Debe recordarse que ni los argumentos científicos ni las decisiones de la justicia han logrado que levanten su campamento.

Algún desprevenido podría suponer que el puñado de personas que llevan a cabo esta vigilia es parte de un inofensivo conglomerado folclórico, de esos que abundan en este mundo postmoderno. Nada más alejado de la realidad. La violencia ejercida contra la empresa durante todo este tiempo se ha traducido en daños muy concretos para la provincia, que poco tienen de inocuos. Debido a esta situación, Monsanto tiene paralizada una inversión de 1.600 millones, capaz de dar trabajo a 400 personas. Debe recordarse que el empleo privado en la Argentina se encuentra estancado desde hace cuatro años, y que las inversiones extranjeras directas han prácticamente desaparecido del país. Pero eso no es todo.

A inicio de este mes otra multinacional, la suiza Syngenta, anunció que daría marcha atrás con su decisión de radicar una planta de semillas en Villa María. La razón es simple: sus directivos no quieren pasar por el calvario sufrido durante todo este tiempo por sus colegas estadounidenses. Ahora la inversión se proyecta realizar en el parque industrial de Zárate, en la provincia de Buenos Aires. Son 750 puestos de trabajo que no serán creados en Córdoba que, de paso, dejará de recibir otros 250 millones. Daniel Scioli ama a los combativos muchachos de Malvinas Argentinas.

Es lícito preguntarse qué cuernos festejará el sábado esta gente. El fundamentalismo ambiental le lleva costado a la provincia casi 1.200 puestos de trabajo y más de 1.800 millones de inversión, y todo por nada. Ningún estudio serio ha concluido que una planta de semillas es perjudicial al medio ambiente. En la Argentina existen al menos seis plantas del tipo como las proyectadas por Monsanto y Syngenta, que producen desde hace décadas sin ninguna consecuencia. 

El rechazo, en su momento, al estudio de impacto ambiental presentado por la multinacional lo fue sólo al efecto de buscar alguna excusa para frenar los desmanes de los activistas, toda vez que se objetaron cuestiones absolutamente accesorias y que dejaban a salvo las vinculadas al proceso industrial propiamente dicho.
Es claro que la oposición a este tipo de proyectos se trata sólo de una cuestión ideológica. Si, en lugar de ser multinacionales dueñas de patentes millonarias, se tratara de alguna PYME más o menos desconocida que intentara hacer lo mismo (como las hay en diferentes localidades) ningún ecologista se hubiera molestado en impugnar gran cosa.

Lo notable del caso es que un puñado de revoltosos tengan la capacidad de infundir temor entre la gente al nivel de superstición sin que exista argumento racional capaz de detenerlos. Además, es también curioso que las autoridades –nacionales, provinciales o municipales, lo mismo da– se muestren absolutamente pasivas frente a los acontecimientos, como si técnicamente no existiera la libertad de empresa o como si se estuviera viviendo una etapa de pleno empleo o prodigiosa bonanza económica. Tampoco les va en zaga la justicia. 

El activismo anti Monsanto ha demostrado que se pueden desconocer resoluciones de los tribunales sin que nada suceda. Es, sin duda, gente afortunada: mientras que el común de los argentinos deben pagar impuestos y cumplir con sus obligaciones, so riesgo de ser investigadas por la AFIP o escrachados por cualquier infracción, estos feroces luchadores del desempleo se encuentran exentos de cualquier deber ciudadano. Constituyen, sin dudas, el prototipo del buen salvaje ideado por Jean-Jacques Rousseauen el siglo XVIII.

No sólo las autoridades defeccionan frente a toda esta superchería. También lo hace la Universidad Nacional de Córdoba, mucho más celosa en cuidar su frente político interno que dedicar parte de su abultado presupuesto al desarrollo científico. El Consejo Superior ha sido, frente a esta cuestión, un verdadero faro de tinieblas. No sólo hubo de ceder frente a inaceptables presiones de patoteros ecologistas (que llegaron, incluso, a arrojar glifosato a los consiliarios) sino que también vetó un acuerdo de cooperación firmado por la Facultad de Ciencias Agropecuarias con la multinacional, argumentando que no consideraba “el principio de precaución establecido por la Ley General de Ambiente 25675/2002, ni la conflictividad social que desde hace varios años se ha generado en nuestra provincia”. Es indudable que la casa de Trejo se asemeja, en relación con este tema, a la siniestra abadía de San Michele de la Chiusa–inmortalizada por Humberto Eco en “el Nombre de la Rosa”–antes que algenuino templo del saber que dice encarnar.

Estos dos años de parálisis en una inversión estratégica, que tiene que ver con el corazón productivo de la provincia, constituyen una editorial sobre la perversidad de grupos que se sienten por encima de la ley, así como de la cobardía de la política y de la ciencia por decir y hacer lo correcto. También habla a las claras de las prevenciones (nunca explicitadas del todo pero que realmente existen) que anidan en los medios de comunicación sobre la necesidad de inversiones extranjeras y del temor casi irracional que transmiten frente a la tecnología de alimentos. 

Debe recordarse una vez más que es gracias a los alimentos genéticamente modificados que la humanidad no ha caído en la hambruna generalizada predicha por Thomas Malthus en el siglo XIX y que, gracias a ellos, la humanidad en general presenta una expectativa de vida al nacer insospechada hace apenas un centenar de años atrás.
Es lamentable de asumir pero es así: por culpa de estos agitadores medioevales, Córdoba se ha vuelto una provincia hostil a las inversiones agropecuarias. El asunto ha dejado de ser una estudiantina medio bizarra para convertirse en una preocupación profunda. Gracias a ellos, hay menos empleos genuinos y cientos de millones de pesos que emigrarán hacia otras latitudes. Todo por culpa de ideas tan absurdas como científicamente incomprobables, que se expresan impunemente frente a la pasividad de quienes tendrían que echar un poco de luz ante tanta oscuridad.