jueves, 17 de diciembre de 2015

CRECIENTE INFILTRACIÓN NARCO



La Nación, editorial,  17 DE DICIEMBRE DE 2015

Debido a la cómplice pasividad de la mayoría de las autoridades nacionales durante los 12 años del régimen kirchnerista, la tan temida como innegable infiltración del narcotráfico en los organismos e instituciones encargadas de combatirlo ha avanzado con inusitada gravedad. Así comenzó en Colombia y luego en México el debilitamiento y la captación de esas áreas clave sin las cuales el Estado y la sociedad quedan inermes ante los poderosos carteles de la droga.

Lo ocurrido en esta materia en esos dos países está lejos de nosotros en lo que hace a la geografía, pero no en cuanto a la gravedad institucional que tal avance representa, como venimos sosteniendo desde hace mucho en esta columna.

El año pasado, mediante una valiente decisión en una compleja causa por narcotráfico, la jueza federal de San Isidro, Sandra Arroyo Salgado, ex mujer del fallecido fiscal Alberto Nisman, allanó tres sedes de la fiscalía general bonaerense de aquella localidad e imputó nada menos que al fiscal general de la jurisdicción, Julio Alberto Novo, a dos fiscales que dependían de él y a dos secretarias. La jueza los acusó de encubrimiento agravado, atentado a la autoridad por estorbo al acto funcional, abuso de autoridad y violación de sus deberes oficiales.

En ese sumario se investiga a una red de funcionarios judiciales que presuntamente encubría el accionar de importantes narcotraficantes. Por decisión del Tribunal de Enjuiciamiento de Magistrados y Funcionarios bonaerenses, Novo deberá afrontar un juicio político bajo la sospecha de haber encubierto las actividades de un cartel colombiano que opera en nuestro país.

A su caso se suma el escándalo protagonizado por el juez federal de Orán, en Salta, Raúl Reynoso, investigado por el presunto cobro de coimas para beneficiar a narcotraficantes y recientemente procesado como responsable prima facie de asociación ilícita y prevaricato con un pedido de prisión preventiva, aunque esto último no podrá concretarse pues a Reynoso aún lo protegen sus fueros de magistrado. En esa misma causa también se procesó a abogados de Orán y empleados del juzgado.

Al referirse a este caso, el fiscal general ante la Cámara Federal de Apelaciones de Salta, Gustavo Gómez, sostuvo con razón que no puede ser tomado como un hecho aislado: "Las complicidad de algunos jueces federales del noroeste argentino con el narcotráfico es de vieja data, aunque el tema nunca haya estado en la agenda periodística".

Poco antes, en Santa Fe, el ex jefe de la policía de esa provincia, Hugo Tognoli, fue condenado en un juicio oral a seis años de prisión por sus vínculos con el narcotráfico. Se trata del primer jefe de una fuerza de seguridad condenado por ese delito. Tanto el ascenso de Tognoli como el asombroso crecimiento de los grupos de narcotraficantes en esa provincia coincidieron con los años en que Santa Fe fue gobernada por el socialismo, que de ninguna manera pudo haber ignorado lo que estaba ocurriendo, y sin embargo no actuó, hasta que el avance de las mafias y sus luchas territoriales fueron inocultables.

Hay que recordar, como otra alarmante muestra de la creciente relación entre droga, instituciones y poder político, que se encuentran procesados el ex titular de la secretaría antidrogas (Sedronar) José Granero y otros dos altos funcionarios del organismo como partícipes necesarios de la introducción en el país de efedrina destinada a fabricar estupefacientes. La Sedronar autorizó el incremento de las importaciones en un 1363% en sólo cuatro años. Alrededor del 85% de esa sustancia importada tuvo por destino la producción ilegal de drogas sintéticas.

Existen denuncias de que el dinero del negociado de la efedrina habría financiado la campaña presidencial de Cristina Kirchner. Es que el vínculo entre la droga y la política es innegable. Mucho se ha escrito sobre el financiamiento ilegal de la política por medio de fondos provenientes del narcotráfico. Es del poder político de quien dependen las fuerzas policiales, y ese poder no puede ignorar cuándo sus oficiales policiales llevan un tren de vida incompatible con sus sueldos.


Pero la captación por parte de las redes narcos de jueces y funcionarios judiciales es la más nefasta. Si los narcotraficantes pueden comprar su libertad entre jueces corruptos, también pueden hacerlo quienes cometen otros delitos. A su vez, quienes denuncian a los delincuentes corren el peligro de recibir los contragolpes de una justicia al servicio del delito mediante denuncias de falso testimonio que anulan sus testimonios y sirven para disuadir a otros potenciales testigos.