martes, 14 de noviembre de 2017

PAPELERAS: CUANDO TALLAN LOS RECUERDOS



 Vicente Palermo
Clarín, 14-11-17

¿Recuerda, lector, a los ambientalistas de Gualeguaychú? Seguramente, ya que por años – presidencias de Kirchner y CFK – fueron el movimiento social de mayor visibilidad pública, con amplísima repercusión en los medios y en la retórica política; todos se hicieron eco acríticamente de sus percepciones y su diagnóstico sobre la instalación de una “papelera” del otro lado de la frontera.

Hubo pocas voces, muy aisladas – es de buena ley admitir que los principales periódicos les hicieron lugar – que se diferenciaron del fárrago del nacionalismo ambiental que bombardeó a los ciudadanos de a pie, naturalmente alarmados por la catástrofe que se avecinaba, y que ignoraban, entretanto, que a la sazón existían papeleras argentinas muy contaminantes.

Ese nacionalismo ambiental no fue responsabilidad de los activistas gualeguaychuenses. Ellos tenían un diagnóstico comprensiblemente equivocado sobre el daño ambiental inminente, pero lo peor fue que convirtieron la cuestión en una cruzada de vida o muerte, y actuaron irresponsablemente.

Cerraron un puente internacional por meses, apelando a la fuerza sobre una base fundamentalista, colocando al poder público en un severo dilema: reprimir para despejar el puente, o afrontar un conflicto con el país hermano.

El gobierno eligió muy mal, acompañado por la clase política y los formadores de opinión: asumió, de una, la demanda ambientalista, la convirtió en causa nacional, se floreó con denuncias extravagantes como la de “contaminación visual” (las fotos en los medios acercaban desmesuradamente la imagen de la planta a nuestra orilla), mimó a los asambleístas y bajo línea a los orientales sobre su perfil productivo, independientemente del supuesto para nada demostrado de que la planta iba a tener terribles consecuencias ambientales. Hostigó por años la navegación fluvial uruguaya, negándose al dragado. Llevó con bombos y platillos la causa nacional a los tribunales internacionales, perdiendo en toda la línea. Y cometiendo una implosión de la hermandad rioplatense.

El victimismo argentino fue rampante y el uso de un diferendo internacional para obtener beneficios domésticos desaforado. En lugar de mantener una prudente y crítica distancia con los asambleístas (incluso sin removerlos de su trinchera), pensar el diferendo en el contexto más amplio de la integración, y proponer a Uruguay un mecanismo institucional ecuánime y altamente calificado para la medición del impacto ambiental, le concedió a la Asamblea Vecinal un poder de veto.

Una política madura y responsable era optar por la confianza: declarar que en vista de los elementos de juicio disponibles Botnia operaría con las mejores tecnologías medioambientales mundiales empleables.

Que ambos países darían fe de que la vigencia de este precepto reposaría taxativamente en que hubiera permanentes controles sobre la operación de la planta. Y que la Argentina aceptaría y promovería, a partir de los compromisos medioambientales fijados, la institucionalización de un monitoreo conjunto (figura execrada por los ambientalistas), de riguroso nivel de competencia técnica y científica.

Argentina y Uruguay deberían emprender de manera asociada, en el marco del Mercosur, un esfuerzo para asegurar la sostenibilidad productiva y ambiental de los sectores forestal y papelero, estipulando normas y tiempos para adaptación tecnológica de los productores rezagados.

De todo esto, nada. Los años han pasado, y el perfil productivo uruguayo se ha asentado. La planta Orion (UPM ex Botnia) funciona y los informes confiables son elocuentes. En agosto la Comisión Administradora del Río Uruguay publicó los monitoreos realizados: la planta impacta muy poco en la calidad de las aguas.

El Comité Científico encontró incumplimiento de los parámetros establecidos para berilio, aluminio, amonio y hierro, y cumplimiento efectivo con los más de 50 parámetros restantes.

Montevideo tiene ya muy avanzado un acuerdo con los finlandeses para instalar una tercera planta, comenzando por un minucioso estudio de impacto ambiental. Paso de los Toros presentará externalidades positivas, al requerir un ferrocarril que reducirá costos de producción de otras empresas.

La Dirección Nacional de Medio Ambiente uruguaya afirma que es menester tomar muchos recaudos, y que aún no está el proyecto para su estudio ambiental. Problemas normales en un proceso productivo en marcha. Entre tanto, nuestra agitación estéril de aquellos años contribuyó poco y nada para mejorar los perfiles productivo y ecológico. Nuestras plantas continúan contaminando. Hace poco la Municipalidad de Puerto Piray impuso una elevada multa a Arauco Argentina, estipulando la obligación de un plan perentorio.

Los municipios pueden, si quieren. La farra del fundamentalismo ambiental tuvo una contribución muy negativa en nuestra cultura política: reforzó el victimismo nacionalista, nuestra pasión por diagnósticos apocalípticos, y nuestra inaudita disposición a legitimar el uso ilegal de la fuerza.


Vicente Palermo es politólogo, investigador del CONICET y presidente del Club Político Argentino
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