miércoles, 12 de diciembre de 2018

EL DESARROLLO

una visión ausente

 Clarín, 11/12/2018

 NICOLÁS GALLO - ANTONIO CADENAS (Ingenieros)

Mientras desborda de riquezas naturales, talentos individuales, extraordinarias muestras de actividad solidaria y empresas privadas con reconocimiento mundial, Argentina se debate en la agonía de un proceso de autodestrucción.
Potencia hidráulica para generar el doble de energía que la que ofrece. Millones de hectáreas que solo necesitan agua para convertirse en multiplicadoras de riquezas.

Viento y sol por doquier para encauzar con eficiencia el uso de las energías renovables no convencionales.

Extensiones planas inacabables para reconstruir la infraestructura ferroviaria que hará viable la producción alejada de los puertos. Y rutas hídricas excepcionales para completar una red multimodal de transporte eficiente y sin contaminación.

Decenas de miles de pequeñas y medianas empresas, que son Invernáculos de innovación.

Una marca de calidad ya impuesta en el mundo, tanto en lo que respecta a alimentos, aún con industrialización limitada, como en la compleja trama del autopartismo y las manufacturas especializadas.

Una enorme capacidad de ahorro para la inversión, escondida por el temor comprensible ante la voracidad de un Estado conquistado por malones políticos de corto plazo.

Tantos años fracasando y tantos años viendo como el mundo nos ubica en el rincón de la desconfianza. Tantos años engañando y engañándonos. Ahora urge sumar. Y reconfirmar una y otra vez que es posible volver a creer en nosotros mismos, recreando el ámbito del esfuerzo y su justa premiación.

Hay principios a tener en cuenta para elaborar un Plan Integral de Desarrollo con la inteligencia de la inclusión global; de todos los sectores y todas las regiones. Las fuerzas privadas deben organizarse para construir futuro, en un proceso que cuente con la activa intervención de cada rincón del país y la participación organizada de la población. No debe quedar un solo pueblo sin rol, ni una escuela de la que no pueda surgir mañana un organizador de triunfos.

Pensar la Argentina como un todo.

En la Patagonia fueguina la lenga industrializada y el turismo de aventura deberían ser más potentes que el armado de productos electrónicos. Y en la santacruceña, su futura energía hidráulica debiera ser el componente principal de la industrialización provincial, junto con la eficiente utilización de sus enormes mantos carboníferos. Y ni hablar de los pórfidos de Chubut que se exportan en bruto y luego retornan procesados como porcelanatos italianos. O las tierras raras de Gastres, el uranio, la lana y los peces que inundan su rico mar y otros se los llevan.

Y en el Comahue cordillerano, Rio Negro, bordeado por sus ríos ya amansados por las represas, y la inagotable riqueza de su escenografía, pero con los valles alto y medio que luchan por mantener el esfuerzo fenomenal de los agricultores que los poblaron hace un siglo. Mientras tanto nos aferramos a Vaca Muerta, que ha vuelto a poner en el tapete a Neuquén, para que, junto a su hidroelectricidad, sus vientos y la geotérmica la conviertan en la provincia que más energía produce en el país.

Recostado en los majestuosos Andes está Cuyo, un ejemplo vivo de la transformación del agua regulada en rico valor agregado. Su cuasi autonomía económica, tecnológica, cultural y social, debería servir para pensar como replicarla en otras regiones que también tienen agua, también tienen agricultores y también pueden tener emprendedores.

El centro con La Pampa, San Luis, Buenos Aires, Santa Fé, Entre Ríos y Córdoba, se divide entre sequías e inundaciones, entre arideces y fertilidades, pero ha logrado siempre dar un paso más. Está cerca de los puertos, las grandes aglomeraciones urbanas, la industria interrelacionada y la densidad del voto.

El Noroeste sigue siendo una saga. Con el Bermejo enseñoreado en sus caprichos; la minería del litio y el cobre que dejan vacíos en la tierra y arcas llenas en las exportaciones; oasis bioeconómicos que no se replican; producciones agrícolas que varían entre la tradición de la caña y la novedad de los limones y el poder de una cultura ancestral que, de a ratos, nos invade de poesía.

Y nos queda el Noreste, la gran contradicción del divorcio entre el agua y las tierras feraces. El control de las inundaciones es una obligación incumplida, pero más lejos aún es el olvido de que el agua, bien gestionada, es un componente del milagro de la producción eficiente de la naturaleza. Lo recordamos por la yerba, el tabaco, el arroz, las cataratas, la destreza de sus criollos pero aún no descubrimos la capacidad empresarial yacente.

Los que pensamos que es posible reconvertir a la Argentina en una gran patria de oportunidades, deseamos que el diálogo se concentre en la temática del desarrollo y no caiga en la bajeza de la dialéctica. Ello requiere tres ingredientes: pasión, visión y conocimiento.

Pasión amplia y generosa que sepa emular la que solo demostramos ante el deporte; visión para apreciar que la Argentina de la transformación está lejos de los grandes conurbanos; y el conocimiento que garantiza la seriedad de las propuestas.