viernes, 14 de febrero de 2020

CÓMO LA CIA ESPIÓ A LA ARGENTINA




durante la guerra de Malvinas y le pasó información a Gran Bretaña

Infobae, 14 de Febrero de 2020
Por Gabriela Esquivada

Documentos secretos revelaron que 120 países contrataban las máquinas codificadoras de mensajes de Crypto, que en secreto pertenecía a la Agencia Central de Inteligencia y a su par alemana. En 1970 un ingeniero viajó a la Argentina para manipular los dispositivos, de manera tal que los mensajes pudieran ser espiados

El gobierno de Reagan aprovechó la confianza de Argentina en las máquinas de la empresa Crypto, que en secreto era propiedad de la CIA, y canalizó inteligencia que ayudó a Margaret Thatcher durante la guerra de Malvinas. (Peter Heimsath/Shutterstock)
Cuando Ronald Reagan habló públicamente sobre la imparcialidad de los Estados Unidos en el conflicto entre Argentina y Gran Bretaña de 1982, Margaret Thatcher le preguntó al secretario de Estado Alexander Haig, quien cumplía una visita oficial en Londres a seis días del desembarco del 2 de abril en las Islas Malvinas, cómo era eso de que la Casa Blanca se ofrecía como un mediador desinteresado.

—Seguramente la primera ministra sabe dónde se ubica el presidente —la tranquilizó el funcionario de Reagan—. No somos imparciales.
La revelación, hecha a 30 años de la guerra por un documento desclasificado, incluyó también el agradecimiento de Thatcher “por la cooperación de los Estados Unidos en asuntos de Inteligencia y el uso de la isla de Ascensión”. Y Haig se disculpó porque, tras haber “analizado la situación con detenimiento” pensaba que había existido “una falla de inteligencia”.
Algo que no volvería a suceder, según un nuevo documento, todavía secreto, al que accedieron The Washington Post y la televisión pública alemana, ZDF.

Para reforzar la capacidad de espiar a los argentinos la Agencia Central de Inteligencia (CIA) contaba con un recurso extraordinario: las máquinas de Crypto AG, una compañía suiza de encriptación. Vendidas a más de 120 países, entre ellos Argentina, permitían que Crypto pudiera acceder a los mensajes que se cifraran en ellas. Y la empresa, que existía desde la Segunda Guerra Mundial, era en realidad propiedad de la CIA y el servicio secreto alemán, BND, que la habían comprado en secreto en 1970, por USD 5,75 millones.

De ese modo el gobierno de Reagan logró hackear todas las comunicaciones de las fuerzas armadas de la dictadura argentina —se desconoce si la CIA también conocía las prácticas del terrorismo de Estado con más profundidad de la que han admitido sus documentos hasta la fecha— que se codificaban en los dispositivos CAD 500, por ejemplo. Leopoldo Galtieri, presidente de facto en ese momento, pagaba por esa tecnología e ignoraba que así facilitaba y financiaba su propio espionaje.
“En 1982 el gobierno de Reagan aprovechó la confianza de Argentina en el equipamiento de Crypto y canalizó la inteligencia a Gran Bretaña durante la breve guerra entre los dos países por las islas Malvinas —citó el Post, que empleó el nombre Falklands—, según el relato de la CIA, que no brinda más detalles sobre qué clase de información se pasó a Londres. En general los documentos comentan la inteligencia recogida en la operación en términos amplios y ofrecen escasos detalles sobre el modo en que se la empleó".

Luego de la derrota, los militares argentinos sospecharon de las máquinas, entre otros elementos. En 2012 se conoció, entre esos otros factores, que la CIA hizo análisis de fotografías aéreas que permitieron que Reagan compartiera con Thatcher un gran detalle de las fuerzas: “Los buques presentes incluyen el portaaviones 25 de Mayo sin aviones en la cubierta de vuelo", detalló un documento sobre las observaciones en la base naval de Puerto Belgrano.

Otro informó sobre lo que se veía en “instalaciones militares argentinas” en las áreas de “Curuzú Cuatiá, Reconquista, General Urquiza, Mariano Moreno, Buenos Aires, Tandil, Mar del Plata, Bahía Blanca, Comandante Espora y Puerto Belgrano”, lo cual le permitió medir cómo se incrementaban o disminuían los despliegues: “Ocho Mirage III/V, un posible Mirage III/V y un probable 707 argentino están en el aeródromo de Tandil. Mirage III/V está en la pista, siete Mirage III/V están en los dos estacionamientos principales y un posible Mirage III/V en el área de mantenimiento. El 707 está en el estacionamiento con la puerta de carga del costado abierta”.

Al recelar de los dispositivos suizos CAG 500, los militares argentinos se quejaron a la compañía que, no sabían pertenecía a la Compañía. “Luego de la guerra de Malvinas, los argentinos descubrieron que los británicos y los estadounidenses habían penetrado sus sistemas", dice el documento publicado por el periódico y ZDF. “Los argentinos, furiosos, convocaron a Henry a Buenos Aires para que lo explicara”.

Henry era el nombre en clave de Kjell-Ove Widman, un profesor de matemática que hoy disfruta de su jubilación en Estocolmo y no quiso hablar con la prensa. Además de científico, era un militar de la reserva que había colaborado con la inteligencia sueca y había mostrado admiración por los Estados Unidos durante el año que pasó en Washington en un intercambio estudiantil. Ahí le había quedado Henry: la familia que lo había recibido no podía pronunciar Kjell-Ove.

Su reclutamiento fue sencillo: luego del sondeo de rigor, a cargo de la inteligencia de Suecia, en 1979 viajó a Munich como candidato a un empleo en Crypto. Lo entrevistaron ejecutivos de la empresa y Jelto Burmeister, un oficial del BND.
—¿Usted sabe qué es ZfCh? —le preguntó por la Zentralstelle für das Chiffrierwesen, la autoridad criptográfica de Alemania Federal.
—Sí —contestó Henry.
—Bueno, ¿y entiende quién es realmente el propietario de Crypto AG?

En ese momento le presentaron a Richard Schroeder, “un oficial de la CIA destinado a Munich para gestionar la participación de la agencia en Crypto”, según The Washington Post. “Widman luego diría a los historiadores de la agencia que entonces su mundo se vino abajo. Si fue así, no dudó en incorporarse a la operación”.
Cuando le tocó ir a Buenos Aires como “consejero científico”, habló con los militares argentinos. “El asunto no era sencillo, dijo Henry”, según los nuevos documentos secretos de la CIA. “Parecía que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, de los Estados Unidos) había entrado a un sistema analógico de voz: esos sistemas eran notoriamente débiles, dijo. Pero los sistemas CAG eran inquebrantables”.
El sabía que los algoritmos habían sido tocados, pero sobre todo sabía que eso estaba hecho “con una prominencia técnica” que garantizaba que el hackeo fuera “imposible de detectar mediante las pruebas estadísticas habituales” y que, en caso de que se los descubriera, se podían “enmascarar fácilmente como errores de implementación o errores humanos”.

Acaso explicó eso. Lo cierto es que los militares de la dictadura creyeron en él: "El engaño funcionó. A los argentinos les costó tragárselo, pero siguieron comprando el equipamiento CAG”, dice el documento.
Las sospechas de Argentina se reavivaron en 1995, sin embargo.
Tres años antes un vendedor de Crypto, Hans Buehler, había viajado despreocupadamente a Irán, como otras 24 veces antes, para ofrecer sus productos, pero sus clientes en los servicios de inteligencia lo detuvieron en una celda de aislamiento y lo acusaron de ser un espía a sueldo de los Estados Unidos y Alemania.

“Me interrogaron durante cinco horas por día durante nueve meses”, dijo Buehler a The Baltimore Sun, el primer medio del mundo que investigó a Crypto en 1995.
La empresa pagó USD 1 millón y Buehler regresó a Suiza. Se asombró al encontrarse despedido y entender que, mientras se consideraba un buen vendedor de un producto útil, en realidad había estado poniendo su vida en peligro. “Habló con varios ex empleados de Crypto que le contaron que creían que la firma llevaba mucho tiempo cooperando con la inteligencia de los Estados Unidos y de Alemania”. Uno de ellos había estado en Argentina.

“Un ex ingeniero dijo que la primera vez que escuchó que las máquinas se ‘ajustaban’ fue de boca de Boris Hagelin Jr., hijo del fundador de la empresa y gerente de ventas para América del Norte y del Sur. Una vez que habían quedado solos en Buenos Aires, por unos pocos días, en 1970, Hagelin hijo se había quejado al ingeniero de que su padre lo obligaba a amañar las máquinas”, publicó el Sun.
Al regresar a Suiza el ingeniero habló con Hagelin, quien confirmó los dichos de su hijo. “Dijo que los distintos países necesitaban niveles diferentes de seguridad”, lo citó el hombre, que pidió no ser identificado. Siguió el periódico de Baltimore: “Mientras que los Estados Unidos y otros países líderes occidentales necesitaban comunicaciones completamente seguras, le explicó Hagelin, tal seguridad no sería apropiada para los países del Tercer Mundo que eran los clientes de Crypto”.

Tras la explicación paternalista, Hagelin le dijo al ingeniero: “Tenemos que hacerlo”. No abundó en detalles sobre quiénes eran ellos, el sujeto tácito.
Pero el escándalo fue grande, y al menos cinco países cancelaron los contratos con Crypto en 1995: Argentina, Italia, Arabia Saudita, Egipto e Indonesia.
Así se comenzó a conocer la operación que, 25 años más tarde, revelaron el Post y ZDF. Originalmente se llamó Thesaurus y luego Rubicón, porque acaso hubiera sido mucho llamarla Caballo de Troya: hacia la década de 1980, la descodificación del material que los clientes de Crypto enviaban confiadamente representó el 40% de todas las comunicaciones que los analistas de mensajes encriptados de la CIA procesaron para producir informes de inteligencia, y el 90% en el caso del BND. Mientras tanto, la CIA y el BND cobraban millones por los contratos a esos mismos países.

“Fue el golpe de inteligencia del siglo”, estimaron los documentos secretos que consiguieron los periodistas. “Los gobiernos extranjeros pagaban buenas cifras por el privilegio de que al menos dos (y posiblemente cinco o seis) potencias extranjeras leyeran sus comunicaciones secretas”. La estimación podría aludir al acuerdo Five Eyes, por el cual los Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda compartían inteligencia: cinco ojos más el sexto de Alemania.
La empresa del ruso Boris Hagelin, quien luego de la revolución bolchevique se instaló en Suecia y, durante la Segunda Guerra Mundial, ante la invasión nazi a Noruega, pasó a los Estados Unidos, produjo originalmente unas 140.000 máquinas de codificación portátiles para las tropas aliadas. Luego de 1945 Hagelin regresó a Europa, y se instaló en Suiza, cuya proclamada neutralidad resultó óptima para su negocio.

Pero la NSA lo convenció primero de restringir la venta de sus equipos más modernos a algunos países aprobados por el Departamento de Estado, y de no desperdiciar el resto de su inventario —máquinas que los criptógrafos estadounidenses podían hackear—, sino venderlo a otros. Más aún: le pagarían USD 700.000 para compensar las pérdidas potenciales que ese acuerdo de caballeros podría causarle.
"En 1960 la CIA y Hagelin celebraron un ‘convenio de licenciamiento’ que le pagó USD 855.000 para renovar su compromiso con aquel acuerdo de palabra. La agencia le pagó USD 70.000 por año de anticipo y comenzó a darle inyecciones de efectivo de USD 10.000 a la empresa en concepto de ‘gastos de marketing’ para garantizar que Crypto —y no otros advenedizos en el negocio de la encriptación— cerrara contratos con la mayoría de los gobiernos del mundo.

La llegada de los circuitos integrados acercó más aún a los estadounidenses y la empresa suiza: en 1967 el nuevo modelo, completamente electrónico, de Hagelin, el H-460, contó con diseño interno de la NSA.
La inteligencia francesa, que seguía de cerca esa evolución, le ofreció un trato a la inteligencia de Alemania Occidental: comprar Crypto. Pero Hagelin se negó. En 1970, en cambio, aceptó la oferta de los alemanes y la CIA, que se disimuló tras una fachada de compañías con sede en Lichtenstein. El nombre en código de Crypto fue Minerva.
La firma creció, administrada por sus dueños reales: duplicó su personal y llegó a vender equipos a más de 120 países hasta bien entrado el siglo XXI. “Sus clientes incluyeron a Irán, las juntas militares en América Latina, los rivales nucleares de India y Paquistán y hasta el Vaticano”, explicó el Post. Desde luego, ninguno de ellos tenía la idea más remota de que los dispositivos podían ser intervenidos.

Y, de manera notable, nunca Moscú ni Beijing compraron siquiera una máquina de Crypto.
Los documentos que analizaron los periodistas “identifican a los funcionarios de la CIA que dirigieron el programa y a los ejecutivos de la empresa a los que se confió su ejecución", según la nota. “Describe cómo los Estados Unidos y sus aliados explotaron la credulidad de otros países durante años, cobrando su dinero y robando sus secretos”.

A comienzos de la década de 1990, tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, el BND consideró que el riesgo de exposición era demasiado alto y quiso dejar el negocio. La CIA compró su parte y “simplemente siguió adelante, sacándole a Crypto todo su valor en materia de espionaje hasta 2018, cuando la agencia vendió los activos de la empresa, según funcionarios actuales y anteriores”, sintetizó el Post.

 “¿Que si tengo algún escrúpulo?”, dijo al periódico Bobby Ray Inman, director de la NSA y subdirector de la CIA a finales de los ’70s y comienzos de los ’80s. “Cero”. Rubicón, recordó, “fue una fuente muy valiosa de comunicaciones sobre grandes partes del mundo importantes para las autoridades estadounidenses”. Bernd Schmidbauer, ex coordinador del servicio secreto alemán, agregó a ZFD: “La operación Rubicón claramente contribuyó a hacer del mundo un lugar un poco más seguro”.
Los documentos secretos no dicen nada sobre si, o cuánto, conocimiento tenían Estados Unidos y Alemania “sobre países que utilizaban máquinas de Crypto mientras realizaban complots de asesinato, campañas de limpieza étnica o violaciones a los derechos humanos”, destacó la nota.

Dos días antes de la revelación periodística, Suiza inició una investigación oficial. Desde su venta, Crypto se dividió en una empresa de servicios nacionales, CyOne, y una que continuó los servicios originales para el mundo, donde actualmente atiende a una docena de países, Crypto Internacional. Andreas Linde, el inversor sueco que compró esta parte, pidió a los periodistas que lo citaran: “Si lo que están diciendo es cierto, entonces me siento totalmente traicionado, y mi familia se siente traicionada, y siento que habrá muchos empleados que se sentirán traicionados, al igual que clientes”.