Por Vicente Massot
A vuelta de sus encuentros y riñas, tributario del viejo e inagotable tronco peronista, el kirchnerismo es refractario a cualquier abordaje que se le quiera hacer con arreglo a categorías ideológicas.
Lo que primero se echa de ver es el componente aluvional, en el sentido de que la adhesión que ha cosechado el kirchnerismo proviene de los más distintos sectores de la vida política argentina que ni por asomo -de habérseles preguntado en 2002- hubieran sospechado el espacio que hoy ocupan bajo sus generosos pliegues.
Carecería de sentido suponer que ha sido en función de coincidencias esenciales que Hebe de Bonafini y Hugo Curto; Horacio Verbitsky y José Ignacio de Mendiguren; Carlos Reutemann y Carlos Kunkel; Hugo Moyano y Luis Barrionuevo forman parte de la misma coalición. Si por coincidencias entendemos las ideas que cada uno ha defendido en su derrotero político, ciertamente no las hay.
El kirchnerismo, pues, si bien se encarga en su discurso público de engordar determinados tópicos ideológicos, a la hora de las decisiones no les presta atención. Lo que hace es darles a cada uno de sus clientes cuánto desean obtener: desde una política de venganza respecto de las fuerzas armadas -que contenta a la izquierda, por llamarle de alguna manera- hasta un dólar alto, caro a los industriales, pasando por el subsidio de las tarifas públicas, que nadie, obviamente, rechaza, y un unitarismo fiscal por medio del cual ganarse el respaldo de gobernadores e intendentes por igual.
Haberse dado cuenta de que en un país invertebrado como el nuestro, donde la salvación se ha convertido en una empresa individual o grupal, ello no sólo era posible, sino que podía reportarle dividendos impensados, fue el principal mérito de esta administración. Sobre todo, porque, al margen de lo expresado, lo ayuda una coyuntura económica mundial inmejorable.
El día que no pueda contentar a todos los integrantes de tan heterogénea coalición al mismo tiempo se apreciaría cuál es su verdadera fuerza. Mientras tanto, no cesa de sumar adhesiones y consolidar su poder.
(Extractado de: La Nación, 6-3-08)
A vuelta de sus encuentros y riñas, tributario del viejo e inagotable tronco peronista, el kirchnerismo es refractario a cualquier abordaje que se le quiera hacer con arreglo a categorías ideológicas.
Lo que primero se echa de ver es el componente aluvional, en el sentido de que la adhesión que ha cosechado el kirchnerismo proviene de los más distintos sectores de la vida política argentina que ni por asomo -de habérseles preguntado en 2002- hubieran sospechado el espacio que hoy ocupan bajo sus generosos pliegues.
Carecería de sentido suponer que ha sido en función de coincidencias esenciales que Hebe de Bonafini y Hugo Curto; Horacio Verbitsky y José Ignacio de Mendiguren; Carlos Reutemann y Carlos Kunkel; Hugo Moyano y Luis Barrionuevo forman parte de la misma coalición. Si por coincidencias entendemos las ideas que cada uno ha defendido en su derrotero político, ciertamente no las hay.
El kirchnerismo, pues, si bien se encarga en su discurso público de engordar determinados tópicos ideológicos, a la hora de las decisiones no les presta atención. Lo que hace es darles a cada uno de sus clientes cuánto desean obtener: desde una política de venganza respecto de las fuerzas armadas -que contenta a la izquierda, por llamarle de alguna manera- hasta un dólar alto, caro a los industriales, pasando por el subsidio de las tarifas públicas, que nadie, obviamente, rechaza, y un unitarismo fiscal por medio del cual ganarse el respaldo de gobernadores e intendentes por igual.
Haberse dado cuenta de que en un país invertebrado como el nuestro, donde la salvación se ha convertido en una empresa individual o grupal, ello no sólo era posible, sino que podía reportarle dividendos impensados, fue el principal mérito de esta administración. Sobre todo, porque, al margen de lo expresado, lo ayuda una coyuntura económica mundial inmejorable.
El día que no pueda contentar a todos los integrantes de tan heterogénea coalición al mismo tiempo se apreciaría cuál es su verdadera fuerza. Mientras tanto, no cesa de sumar adhesiones y consolidar su poder.
(Extractado de: La Nación, 6-3-08)