Submarino, el aliado más novedoso de los narcotraficantes
Un total de 23 submarinos clandestinos fueron requisados por las autoridades de Colombia y de Estados unidos desde 2002 -trece en los últimos dos años-, según datos oficiales, destinados a unir la costa colombiana con América Central y México, con hasta cinco toneladas de carga. Es decir, de cocaína pura, que vale montañas de dólares en las calles norteamericanas.
Los hay de todo tipo. Algunos son muy simples. Son apenas algo más que un tubo remolcado por barcos pesqueros o de carga, por lo que en la Guardia Costera estadounidense creen que su uso seguirá en aumento, al punto de estimar que este año podrían detectar 85 de ellos y otros 120 durante el próximo.
“Fabricarlos cuesta hasta un millón de dólares cada uno”, detalló el comandante de la Guardia Costera, Thad Allen, y remarcó que su misma simplicidad también les da una ventaja: “Algunos veces son desmembrados y rearmados en otros lugares, lo que los hace muy difícil de localizar”.
Pero también hay otros más complejos, verdaderos submarinos con motores diesel, de fibra de vidrio, 17 metros de largo y espacio para cuatro tripulantes, como los dos que detectó la Guardia Costera colombiana, el 28 de octubre último, en un astillero clandestino. Otro, hallado dos meses antes, tenía cerca de 20 metros de largo. Ambos estaban en diques secos de madera, en esteros cercanos a Buenaventura, el mayor puerto de carga del país y salida natural de Cali, centro de uno de los carteles de narcotráfico más poderosos del mundo.
Uno de los submarinos estaba listo para ser botado, el otro, 70 por ciento concluido. ¿Los motores? Diesel de 350 caballos de fuerza, con tanques que proveían autonomía para navegar varios cientos de kilómetros, y sistema de lastre y de comunicaciones que no dejan huellas, según la Armada colombiana.
El hallazgo del astillero también dejó en evidencia que los carteles de la droga, con fondos suficientes para financiar casi cualquier proyecto que se les ocurra, apuestan a los submarinos como una nueva y redituable ruta de distribución de sus mercaderías, entre la costa mexicana del Pacífico -hasta Tamaulipas- o en distintas escalas en América Central, como Guatemala.
La primera alerta de este tipo llegó en 1995, cuando se detectó que el Cartel de Cali buscaba comprar un submarino ruso, rezago del arsenal de la vieja Unión Soviética. Y en 2000 llegó el mayor decomiso: una nave de 33 metros de largo, 100 toneladas de carga y planos rusos.
La diferencia ahora es que son naves más pequeñas, pero más numerosas y avanzadas. En el caso de un submarino incautado por la Armada colombiana en Alta Guajira, en agosto de 2007, el artefacto podía transportar hasta 10 toneladas de alcaloide. Y si 23 fueron detectados, ¿cuántos más navegan hoy por el Pacífico?
El segundo de la Oficina de Operaciones de la Agencia de Luchas contra el Narcotráfico (DEA), Frankie Shroyer, califica a los submarinos como una amenaza emergente, ideada por las mismas organizaciones que usan contenedores, avionetas y lanchas con motores fuera de borda.
Para más datos, oficiales colombianos y norteamericanos creen que la financiación para los submarinos provendría de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC), ya que el astillero de Buenaventura se encuentra en su área de influencia, aunque no está claro.
Un total de 23 submarinos clandestinos fueron requisados por las autoridades de Colombia y de Estados unidos desde 2002 -trece en los últimos dos años-, según datos oficiales, destinados a unir la costa colombiana con América Central y México, con hasta cinco toneladas de carga. Es decir, de cocaína pura, que vale montañas de dólares en las calles norteamericanas.
Los hay de todo tipo. Algunos son muy simples. Son apenas algo más que un tubo remolcado por barcos pesqueros o de carga, por lo que en la Guardia Costera estadounidense creen que su uso seguirá en aumento, al punto de estimar que este año podrían detectar 85 de ellos y otros 120 durante el próximo.
“Fabricarlos cuesta hasta un millón de dólares cada uno”, detalló el comandante de la Guardia Costera, Thad Allen, y remarcó que su misma simplicidad también les da una ventaja: “Algunos veces son desmembrados y rearmados en otros lugares, lo que los hace muy difícil de localizar”.
Pero también hay otros más complejos, verdaderos submarinos con motores diesel, de fibra de vidrio, 17 metros de largo y espacio para cuatro tripulantes, como los dos que detectó la Guardia Costera colombiana, el 28 de octubre último, en un astillero clandestino. Otro, hallado dos meses antes, tenía cerca de 20 metros de largo. Ambos estaban en diques secos de madera, en esteros cercanos a Buenaventura, el mayor puerto de carga del país y salida natural de Cali, centro de uno de los carteles de narcotráfico más poderosos del mundo.
Uno de los submarinos estaba listo para ser botado, el otro, 70 por ciento concluido. ¿Los motores? Diesel de 350 caballos de fuerza, con tanques que proveían autonomía para navegar varios cientos de kilómetros, y sistema de lastre y de comunicaciones que no dejan huellas, según la Armada colombiana.
El hallazgo del astillero también dejó en evidencia que los carteles de la droga, con fondos suficientes para financiar casi cualquier proyecto que se les ocurra, apuestan a los submarinos como una nueva y redituable ruta de distribución de sus mercaderías, entre la costa mexicana del Pacífico -hasta Tamaulipas- o en distintas escalas en América Central, como Guatemala.
La primera alerta de este tipo llegó en 1995, cuando se detectó que el Cartel de Cali buscaba comprar un submarino ruso, rezago del arsenal de la vieja Unión Soviética. Y en 2000 llegó el mayor decomiso: una nave de 33 metros de largo, 100 toneladas de carga y planos rusos.
La diferencia ahora es que son naves más pequeñas, pero más numerosas y avanzadas. En el caso de un submarino incautado por la Armada colombiana en Alta Guajira, en agosto de 2007, el artefacto podía transportar hasta 10 toneladas de alcaloide. Y si 23 fueron detectados, ¿cuántos más navegan hoy por el Pacífico?
El segundo de la Oficina de Operaciones de la Agencia de Luchas contra el Narcotráfico (DEA), Frankie Shroyer, califica a los submarinos como una amenaza emergente, ideada por las mismas organizaciones que usan contenedores, avionetas y lanchas con motores fuera de borda.
Para más datos, oficiales colombianos y norteamericanos creen que la financiación para los submarinos provendría de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC), ya que el astillero de Buenaventura se encuentra en su área de influencia, aunque no está claro.
(Fuente: La Nación, 23-3-08)