Mariano Grondona
Desde el momento en que fue el propio Kirchner quien nominó a su esposa para sucederlo, el sistema kirchnerista de poder implica que sólo ella es su asociada y que los demás funcionarios que los rodean son desechables.
¿Cómo ha conseguido Kirchner, en todo caso, obtener la obediencia incondicional de sus seguidores? Recurriendo a dos sentimientos políticamente eficaces aunque moralmente objetables: el temor y la codicia. El ex presidente tiene una manera de dirigirse a los que actúan cerca de él que inspira temor. Cuanto más cerca de él se encuentra un dirigente, más le teme; sólo lejos de él renace una sensación de libertad. Pero si sus temibles arranques de mal humor funcionan como un castigo para los díscolos potenciales, quienes se pliegan incondicionalmente a él también pueden esperar el premio de abundantes remesas. Por eso a Kirchner le es imprescindible un generoso superávit fiscal. Sin caja, no habría kirchnerismo.
En una célebre conversación con Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges le dijo que la ambición de controlar todo el poder por todo el tiempo, antes que perversa, es pueril, por responder a una fantasía sobrehumana. Siguiendo esta línea de razonamiento, lo primero que habría que decir entonces es que el sistema de poder al que ha aspirado Kirchner no es sustentable.
Pero una cosa es sostener que un sistema de poder no es sustentable y otra es demostrar que su declinación ya ha comenzado. Hay, sin duda, signos de desgaste. Uno ha sido, por lo pronto, la rebelión del campo. Otro es la inflación ya casi desbordante. La fuente de la inflación ha sido la desmesura del gasto público que Kirchner necesitaba para alimentar su insaciable caja y que aumentó sólo en 2007 en un 60 por ciento. Pero el Gobierno necesita desesperadamente mantener y hasta aumentar el superávit para lubricar su política de acumulación de poder. El desmesurado aumento de las retenciones que anunció el ministro Lousteau respondió, en definitiva, a esta aguda ansiedad fiscalista. La fantasía, empero, se va a acabar. Lo que no sabemos todavía es cuándo y cómo se va a acabar.
Decía el cardenal Richelieu, en su famoso Testamento político, que la diferencia entre un político del montón y un estadista es que éste, pero no aquél, ve venir los problemas a tiempo. El tiempo final del sistema del poder absoluto kirchnerista se ha empezado a anunciar.
(Extractado de: La Nación, 13-4-08)