por Mariano Grondona
Si entendemos por modelo kirchnerista la concentración absoluta del poder económico y político en manos de Néstor Kirchner, han razones de peso para creer que ha entrado en su tramo final. No sabemos todavía cuándo ni cómo se va a acabar, pero al menos sabemos dos cosas: que nunca fue sustentable en el largo plazo y que la percepción de su no sustentabilidad ya no pertenece sólo a algunos observadores informados sino a la sociedad en general. Kirchner ha llegado a esta situación sin salida a través de tres callejones convergentes. Uno de ellos es económico. El otro es político. El tercero es comunicacional.
Lo que el Gobierno no percibió a tiempo fue que el campo, además de rechazar las crecientes exacciones, acepta aún menos que se lo compense con subsidios que garantizarían su subordinación política porque en tal caso, al igual que los pobres del Gran Buenos Aires y de las zonas marginales todavía sin voz propia, la gente del campo ya no recibiría sus ingresos por la venta legítima de sus productos sino por haberse transformado en una nueva y vasta clientela política.
Cuando el Gobierno advirtió que el modelo de dominación económica y política que se había trazado ya no le cerraba, apeló a un discurso encaminado a tapar su fracaso mediante el falseamiento de la comunicación. Comenzó entonces un intento que Elisa Carrió calificó de deliberadamente esquizofrénico porque, en su transcurso, los dichos se contradecían cada día más con los hechos. Si no se podía controlar la inflación, todavía se podría controlar los índices oficiales de la inflación.
La desinformación que alimentaba el Gobierno culminó cuando se puso a defender su voracidad frente a la gente del campo en nombre de la distribución de los ingresos en favor de los que menos tienen. Pero aquí hay dos gruesos errores. En campo teórico, por lo pronto, la distribución no puede reemplazar al verdadero motor del desarrollo, que no consiste en repartir la riqueza que ya está sino en crear la que no está, una prioridad que debe darse con un ojo solidario puesto en los que no pueden competir; pero no de una manera retórica sino real porque lo que estamos viendo es que la inflación y el capitalismo de amigos, lejos de distribuir al menos la riqueza que está, la están concentrando escandalosamente. Al apelar de este modo al doble discurso, lo que Kirchner está logrando es diseminar entre los argentinos el potente virus de la incredulidad. Este, el más oscuro de todos, es el tercer callejón.
(Extractado de: La Nación, 27-4-08)