Por Bjorn Lomborg
Jim Hansen, asesor científico de Gore y perteneciente a la NASA; incluso superó a su asesorado. Sugiere que habrá aumentos del nivel del mar de 24 metros (80 pies), y que un aumento de seis metros ocurrirá en este siglo. Poco sorprende que su colega ambientalista Bill McKibben declare que “estamos en una carrera desbocada para ahogar a gran parte del planeta y gran parte del resto de la creación”.
Considerando todas las advertencias, hay una verdad ligeramente inconveniente: a lo largo de los últimos dos años. El nivel global del mar no ha aumentado. De hecho, ha disminuido ligeramente. Desde 1992, los satélites que orbitan el planeta han medido el nivel global del mar cada 10 días con un increíble nivel de precisión: 3,4 milímetros (0.2 pulgadas). A lo largo de 2 años, los niveles del mar han bajado, y todos estos datos están disponibles en sealevel.colorado.edu.
Esto no significa que el calentamiento global no sea cierto. A medida que emitimos más CO2, con el tiempo la temperatura aumentará moderadamente, haciendo que el mar se caliente y expanda un poco. Eso es lo que nos dice el panel de las Naciones Unidas sobre el cambio climático; los mejores modelos indican un aumento del nivel del mar en este siglo de 18 a 59 centímetros (7 a 24 pulgadas), y la estimación más común es de 30 centímetros (un pie). No se trata de algo aterrorizante ni particularmente amenazante: 30 centímetros es lo que el mar aumentó en los últimos 150 años.
En pocas palabras, se nos está haciendo creer historias muy exageradas. Proclamar que el mar aumentará seis pies este siglo está en contradicción con miles de científicos de la ONU, y exige que el nivel del mar acelere su aumento en cerca de 40 veces de lo que es hoy en día. Imagínense cómo hablarían los alarmistas del cambio climático si realmente viéramos un aumento en el nivel del mar.
Cada vez más los alarmistas plantean que no se nos debería permitir escuchar esos hechos. En junio, Hansen proclamó que las personas que propagan “desinformación” acerca del calentamiento global -directores ejecutivos de corporaciones, políticos, de hecho cualquiera que no siga la estrecha definición de Hansen sobre lo que es la verdad- deberían literalmente ser juzgados por crímenes contra la humanidad.
Es deprimente ver a un científico –incluso a uno politizado- llamar a que se haga una inquisición moderna. Parece inexcusable un intento así de descarado por tratar de limitar la libertad científica y coartar la libre expresión.
Sin embargo, es tal vez el síntoma de un problema mayor. Es difícil mantener el pánico sobre el cambio climático si la realidad diverge de las predicciones alarmistas más que nunca antes: la temperatura global no ha aumentado en los últimos diez años, ha disminuido notablemente en el último año y medio, y los estudios indican que es posible que no vuelva a aumentar sino hasta a mediados de la próxima década. Con una recesión global en ciernes y los altos precios del petróleo y los alimentos socavando los estándares de vida de la clase media occidental, se está haciendo cada vez más difícil vender la solución de recortes de emisiones de carbono de alto coste que propone el ineficiente estilo del tratado de Kyoto.
Un enfoque mucho más sólido que el de Kyoto y su sucesor sería invertir más en investigación y en el desarrollo de tecnologías que no generen emisiones de carbono, lo cual es una manera más barata y eficaz de verdaderamente solucionar el problema climático.
Hansen no es el único que intenta culpar a otros de las dificultades de vender su mensaje. El principal ambientalista de Canadá, David Suzuki, declaró este año que los “políticos que sean cómplices del cambio climático deberían ir a la cárcel”. El activista Mark Lynas piensa en “tribunales penales internacionales” al estilo de Nuremberg contra quienes se atrevan a cuestionar el dogma climático. Claramente, este artículo me pone en riesgo de ser víctima de Hansen y compañía.
Sin embargo, el problema real del planeta no es una serie de hechos inconvenientes, sino el hecho de que hemos evitado emprender soluciones de sentido común y, en lugar de ello, hemos adoptado políticas erradas y alarmistas.
Piénsese en uno de los pasos más importantes que se ha emprendido para responder al cambio climático. Adoptados por pánico, los biocombustibles se suponía que iban a reducir las emisiones de CO2. Hansen los describió como parte de “un futuro más brillante para el planeta”. Sin embargo, usar los biocombustibles para combatir el cambio climático debe haber sido una de las peores “soluciones” a un reto global de los últimos tiempos.
En esencia, los biocombustibles sacan alimentos de las bocas de las personas y los ponen en los automóviles. Los cereales que se necesitan para llenar de etanol una SUV son suficientes para alimentar a un africano un año entero. El 30% de la producción de maíz de ese año de EE.UU. se destinará a los vehículos estadounidenses, lo cual sólo es posible gracias a subsidios que llegarán en el mundo a 15 mil millones de dólares sólo este año.
Puesto que la mayor demanda de biocombustibles hace que disminuyan los bosques ricos en carbono, un estudio realizado en 2008 por Science demostró que el efecto neto de usarlos no es reducir las emisiones de CO2, sino duplicarlas. El apuro por usar biocombustibles también ha contribuido a aumentar los precios de los alimentos, lo que ha hecho que cerca de 30 millones de personas adicionales hayan caído en la hambruna.
Debido al pánico ante el cambio climático, nuestros intentos por mitigarlo han causado un desastre sin paliativos. Derrocharemos cientos de miles de millones de dólares, agravaremos el cambio climático y aumentaremos dramáticamente el hambre en el mundo.
Tenemos que poner punto final a que se nos aterrorice tan fácilmente, debemos dejar de aplicar políticas estúpidas y es hora que comencemos a invertir en investigación y desarrollo (I y D) inteligentes. Deben terminar las acusaciones de “crímenes contra la humanidad”. De hecho, el mayor crimen es el del alarmista que cierra las mentes a las mejores maneras de responder al cambio climático.
Bjorn Lomborg, autor de The Skeptical Environmentalist y Cool It, es director del Centro del Consenso de Copenhague y profesor adjunto de la Escuela de Negocios de Copenhague.
NuevoEncuentro 22/07/08