Pedro Jiménez de León
¿Qué es el distributismo?
El distributismo nace entre finales del XIX y principios del XX a raíz de las premisas vertidas en la encíclica Rerum Novarum, en la cual el Santo Padre León XIII hace un repaso a la situación social del momento, incidiendo en las condiciones inhumanas en que se encuentran los trabajadores por obra del sistema capitalista. Basándose en ésta, G.K. Chesterton y H. Belloc profundizan en la problemática económica de su tiempo y abren una tercera vía, alternativa al capitalismo y al socialismo, el llamado distributismo.
Premisas básicas
Podemos ver tres puntos básicos en el distributismo, que serían:
La propiedad privada como punto de partida, pero no cualquier propiedad privada. Al contrario que sucede en el capitalismo, en el que unos pocos tienen una gran cantidad de propiedad productiva, en el distributismo se apuesta por que muchos tengan su pequeña propiedad productiva. Se apuesta por una propiedad productiva justamente distribuida, equitativa. Esto es: que cada familia sea dueña de su hogar y de su medio de producción, tratando de conseguir hogares autosuficientes. De esta manera, todo el mundo tendría unos beneficios acordes a sus verdaderas necesidades. Por supuesto, los primeros medios de producción son la agricultura y aquellos necesarios para procurarse el alimento. La idea es tener muchos pequeños hogares productores, en oposición a un único gran productor. ¿Qué ventajas tiene esto? Pues muchas. Para empezar, al ser el propietario el propio trabajador, el mismo puede realizar un trabajo creativo y dinámico y no estar sometido al aburrido y repetitivo trabajo de fábrica o de oficina. Y esto es muy importante si tenemos en consideración la naturaleza humana. El trabajo debe realizar a la persona, ser un fin en sí mismo. Nuestro trabajo debe ser capaz de realizar al espíritu humano, de tal manera que las personas -al trabajar- se sientan vivas y útiles y no como un medio para producir algo frío e inerte que no va con ellos; al contrario, el resultado final del trabajo ha de llevar inscrita su impronta, al igual que un artista. Esto no se consigue en las grandes fábricas con trabajos monótonos ni en las oficinas, con ese tipo de trabajo de masas que mata el alma y hunde a la persona. Otra ventaja fundamental es que al ser el trabajador su propio jefe, tendrá gran preocupación e interés por su bienestar, tanto material como mental y espiritual. El hecho de la explotación no se podrá dar y tampoco el de la pereza en el trabajo. Así, está asegurado el respeto a la dignidad humana del trabajador. Otra gran ventaja es que al haber un gran número de productores de mismos bienes y servicios el mercado se acercará inevitablemente al modelo perfectamente competitivo. Esto es, los precios vendrán dados por el mercado y los productores no podrán influir en él, consiguiéndose así un precio equilibrado. No habrá empresas con grandes cotas de poder o influencias políticas o sociales. Este mercado se autorregula y evita los monopolios y situaciones económicas injustas.
El distributismo sigue el principio de subsidiariedad, esto es, dicho de una manera sencilla, que lo que puede hacer una entidad más pequeña no lo haga una entidad más grande. La entidad más pequeña es el individuo, así es, que aquellas cosas que puede hacer el individuo no lo hagan grandes empresas. El principio de subsidiariedad debería regir tanto en la faceta económica como en la política. Este principio es básico y fundamental para el funcionamiento de un sistema distributista.
La tercera premisa, y muy importante, es la solidaridad. Pero no nos referimos a la solidaridad vana y falsa, sino a una muy profunda, que más bien yo llamaría caridad. Sería un gran cambio “de chip” en todas las mentes y es que el trabajo no debe buscar nuestro lucro personal, sino el bien común. Así, el Estado debe trabajar de manera subsidiaria para el bien común de cada comunidad. No importa si se pierde eficiencia en muchas cosas, lo importante es trabajar para y hacia el bien común, lo que es, tomar aquellas medidas que promuevan la virtud entre las personas y de esa manera su felicidad. El Estado debe asegurar la propiedad del sistema de producción de cada individuo o establecer empresas copropieatarias, de las que hablaremos más adelante.
El distributismo no rechaza que ciertos servicios como podría ser la seguridad social, la policía o el ejército se releguen al Estado y que éste asegure su correcto funcionamiento. Hay servicios que por sus características no son viables de llevar a cabo por la pequeña propiedad, por lo que deben relegarse al Estado, respetando siempre el principio de subsidiariedad.
Problemas de la actual tecnología
E. F. Schumacher hace un análisis sobre la actual tecnología y sus implicaciones y problemas. Ésta no está adaptada a la producción a pequeña escala y adolece de cuatro problemas. Estos son:
Tendencia al gigantismo: la actual tecnología tiende hacia una producción masiva y agigantada. Y cada vez más. Se produce más y se consume más. Y esto es absurdo, ya que se pretende seguir produciendo en masa infinitamente, cuando tenemos medios finitos. Algo tan obvio y que no se tiene en cuenta. Algún día el sistema colapsará por su propia lógica, los factores de producción son finitos y la producción tiende cada vez a más. El día que se acaben los factores de producción o que empiece a haber una escasez, el sistema se vendrá abajo. Y este sistema se sostiene en su mayoría por la energía fósil, que tarde o temprano acabará, ya que no es un recurso renovable. La solución es la energía nuclear, la cual es renovable pero que produce una contaminación que no se sabe tratar. La solución implica más problemas. Esta tendencia al gigantismo es la causa del problema. Si en vez de grandes medios para grandes poblaciones, pudiésemos usar, centrándonos en el tema concreto de la energía, algún sistema de energía renovable diseñado para pequeño tamaño, para cada hogar o pequeña industria, este problema no existiría. Y así en todos los ámbitos.
Complicación: la complicación de las industrias y de todos los niveles de la vida es efecto del gigantismo. Se producen bienes y servicios cada vez más complejos que los usuarios no pueden arreglar por sí mismos y dependen de otros. Y realmente hay niveles de complicación de las cosas que no son necesarios para nada, pero son más cómodos (por ejemplo, el elevalunas eléctrico).
Necesidad de grandes capitales: Esta tendencia al gigantismo y la complejidad de los medios de producción tienen la consecuencia de que hace falta ser millonario para poner en marcha una empresa. Esto –necesariamente- abre una brecha entre los propietarios y los trabajadores; los propietarios serán los que tienen gran cantidad de dinero y los trabajadores los que no. Los medios de producción están diseñados para hacer grandes producciones, están diseñadas para el gigantismo, además de lo cara que es la tecnología moderna por su complejidad, por lo que para montar una fábrica hace falta un capital enorme que difícilmente se puede tener e imposibilita la aparición de la pequeña empresa.
Además, la actual tecnología de masas es poco respetuosa con el medio ambiente. La explotación intensificada de los factores no renovables tarde o temprano se hará notar, así como la contaminación que produce.
Tecnología de alcance intermedio
Schumacher nos habla entonces de lo que él llamó la “tecnología de alcance intermedio”. Esta tecnología se funda en cuatro puntos:
No necesita un gran capital: ha de ser una tecnología sencilla, que -frente a las grandes maquinarias- tenga prioridad por las herramientas, de manera que para montar una fábrica no hagan falta gran cantidad de capital.
Esta tecnología se debe adaptar al lugar donde se va a realizar el trabajo.
Debe ser adecuada a la producción que se desea realizar. Como está pensada para la pequeña empresa, no habrá producciones de masas, por lo que tiene que lograr ser rentable en la pequeña producción.
Igualmente ha de ser respetuosa con el medio, no debe consumir de manera indiscriminada los factores no renovables y a su vez debe evitar la contaminación en la medida de lo posible.
Fábricas copropietarias
Una vez saciadas las necesidades básicas de la comunidad: alimentación, vestimenta, fabricación de casas, escuela, médicos, etc. es probable que se decida a realizar producciones más complejas, por ejemplo coches. Es difícil que un solo hogar, por muy numeroso que sea, se dedique a la fabricación de coches. Entra aquí en juego la fábrica copropietaria, que también nos narra Schumacher. Esto es, una fábrica de un tamaño limitado, la cual garantice el trato cara a cara entre los trabajadores y que no permita la masificación. La característica determinante de este tipo de fábrica es que todos los trabajadores son copropietarios y el sistema de gobierno de la empresa es democrático. De esta manera se asegura la alternancia en el gobierno de la misma, así como el respeto de los derechos fundamentales y el trabajo creativo y realizador en la misma. Esta fábrica a su vez es tan pequeña y elemental que su administración y contabilidad es sencilla de hacer, por lo que simplifica todo ese trabajo.
Implicaciones sociales y políticas
La sociedad de masas ha engendrado una sociedad impersonal y fría. Sólo hay que asomarse a las grandes ciudades y veremos millares de personas con prisa –no se sabe, ni saben porqué-, indiferentes unos de otros, donde la percepción que uno tiene de sí mismo, entre tanta gente, es de vacío y de soledad. Una ciudad o zona distributista arrancaría de cuajo este entorno de masas e impersonal. Cada hogar con su medio de producción, crearía un entorno pequeño, íntimo, una comunidad de personas donde todos están en relación. El trabajo realizador y sin el estrés de la empresa moderna da tiempo a mirar a la gente que pasa al lado nuestro e intercambiar alguna palabra. Fin de prisas, fin de estrés. Puede parecer algo insignificante esto, pero creo que es lo más significante. Tanto que se habla de la comodidad de la vida y del ocio hoy en día, pues éste es el factor determinante. Un entorno que facilite una vida relajada, agradable, que sea remanso de paz para el espíritu es una necesidad fundamental. Es necesario crear ese entorno adecuado para la vida humana, y la gran ciudad masificada no lo es. De esta manera se rompería con la percepción tanto del socialismo como del liberalismo de que el hombre es sólo un amasijo de células sin sentido y que por tanto da lo mismo dónde viva y qué haga, ya que su existencia se reduce a trabajar y producir. Pues no, el hombre está llamado a conocer a Dios, a realizarse como persona y vivir en armonía. A poder tener el encuentro con Dios en todas las facetas de su vida, incluido el trabajo. Y eso es imposible hoy en día en los actuales trabajos.
Por otra parte, el distributismo rompe con la concepción económica utilitarista y egoísta de Adam Smith. La idea no será producir para nuestro lucro personal, sino, al contrario, para ayudar a la comunidad. Una vez nuestras necesidades básicas estén satisfechas, nuestro trabajo sólo será completo cuando lo volquemos sobre las necesidades de la comunidad. Es la acción preferencial por los pobres que siempre ha manifestado la Iglesia. Este es un pilar fundamental de la concepción económica distributista y requiere un fuerte cambio de mentalidad, pero es fundamental. Pensemos que éste un sistema económico de bases católicas y ha de ser humano y hacia los demás, no al contrario.
Otra importante implicación es la política. Es un hecho que las grandes empresas tienen unas influencias importantísimas en la política. Tales influencias muchas veces marcan más la dirección de un gobierno que el propio voto de sus electores. Las inversiones de estas empresas en los partidos o el poder comercial que tienen son bazas determinantes en la política. Siguiendo un modelo distributista, estas bazas desaparecen. Al no haber unas pocas enormes empresas, sino un montón pequeñitas de propietarios diferentes, no habrá una influencia marcada sobre el interés de unos pocos grandes propietarios, sino de muchos propietarios que tendrán un interés común según los problemas de su industria y así con todas las industrias, por lo que la influencia será más justa y más distribuida.
¿Podemos hacer algo?
Chesterton nos indica que mantengamos siempre una puerta abierta, una ventana abierta, para que no nos ahoguemos. Nada tan sencillo como eso. Como normalmente no tenemos propiedades ni terrenos para empezar a hacer una pequeña empresa de alcance medio y producción media, para comerciar con otras pequeñas empresas, o un terreno para producirnos en gran medida nuestro propio sustento, etc. podemos ir hacia lo sencillo. Tener preferencia por el pequeño comercio frente al grande. En vez de ir al Mc Donalds –y no vayamos, más que sea por salud- vayamos a la pequeña hamburguesería. Evitemos que desaparezca el pequeño comercio. Esto implica evitar la “cultura de derroche”. Así también podemos dar a conocer el distributismo, una verdadera alternativa al sistema económico actual.
Esto es sólo un pequeñísimo e incompleto ensayo sobre lo que es el distributismo. Entre todos, y con la acción vivificadora del Espíritu, podremos traer el Reino de Cristo al mundo.
© Hispanitas
22 Febrero 2007