viernes, 9 de enero de 2009

La Lectio Magistralis de SS Benedicto XVI



“Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones”
Por: Horacio Calderón (*)

LA LECTIO. EL AMBITO Y LA AUDIENCIA

El Papa Benedicto XVI dio el pasado 12 de septiembre una clase magistral en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona, Alemania, de la que había sido catedrático y vicerrector, y que tuvo como título: “Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones”.

La lectio magitralis del Santo Padre dada a conocimiento público y que fue causa de una durísima polémica con sectores musulmanes es -cabe aclarar- una redacción provisional, que Benedicto XVI podría convertir en un texto definitivo, incluyendo tal vez notas al pie de página.

El sitio de la Santa Sede acaba de publicar la versión oficial en lengua castellana, cuya versión oficial completa puede consultarse en:

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20060912_university-regensburg_sp.html
LOS PARRAFOS DE LA DISCORDIA

Las partes más importantes de la clase magistral del Papa, incluyen un diálogo entre el basileus -emperador romano de Oriente- Manuel II Paleólogo y un hombre culto, de origen persa, musulmán, de nombre Mouterises.

Aclara en su escrito Benedicto XVI que fue probablemente Manuel II quien anotó dicho diálogo, y que por eso se explica el que sus razonamientos hayan sido reportados con mucho más detalle que las respuestas del erudito persa.

Como afirma el mismo Papa en su lectio, el diálogo entre el emperador y Mouterises afronta el ámbito de las estructuras de la fe contenidas en la Biblia y en el Corán, deteniéndose especialmente en la imagen de Dios y del hombre, como asimismo en la relación entre el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y El Corán.

Afirma que quisiera tocar en la clase magistral un solo argumento -aclarando su condición de marginal en la estructura del diálogo- y que, en el contexto del tema “fe y razón” le había fascinado y que serviría como “punto de partida” para sus reflexiones sobre el tema.

“En el séptimo coloquio (controversia) editado por el profesor Theodore Khoury, el emperador toca el tema de la «yihad» (guerra santa). Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: «Ninguna constricción en las cosas de la fe». Es una de las suras del periodo inicial en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado.”

Ese párrafo del escrito del Papa hace alusión a la “guerra santa”, que no forma parte de los “pilares” o “columnas” del Islam (arkan al Islam), equivalentes a los Mandamientos para los cristianos. Dichos pilares son la profesión de fe, la oración, la limosna, el ayuno y la peregrinación, pero hay sectores extremistas -como los harigíes, entre otros- que desde hace mucho tiempo alientan su inclusión como una sexta columna del Islam.


Yihad o “Guerra Santa”

La palabra “yihad” tiene para los musulmanes una doble significación, que se expresa de manera contundente en un jadiz (aforismo) de Mahoma que dice: “Hemos vuelto de la pequeña guerra santa a la gran guerra santa” (Radjâna min el-djihâdi-l-ásgar ila-l-djihâdi-l-ákbar). La guerra exterior (la militar) es la “pequeña guerra santa” mientras que la guerra interior (la conversión) es la “gran guerra santa”, siendo de importancia primaria con respecto a la primera.

Para los musulmanes no contaminados con la versión extremista de la “yihad”, la verdadera “gran guerra santa” es alabar a Dios, para alcanzar la claridad y la sabiduría, comprendiendo que los enemigos de la verdad están dentro de sus corazones.

Si bien es irrefutable que existe en el Islam y en la “yihad” un aspecto guerrero, es decir la pequeña guerra santa, la “gran guerra santa” equivale a conversión y a búsqueda de la paz interior.

Dice M. R. Bawa Muhaiyaddeen en “Islam & World Peace”, que “las «guerras santas» que los hijos de Adán están librando hoy en día, no son la verdadera guerra santa. El tomar las vidas de otros, no es el verdadero yihad. Tendremos que responder por esa clase de guerra cuando seamos cuestionados en la tumba”. Claro está que el pensamiento citado se encuadra en la espiritualidad de los sufíes y no en la doctrina de los asesinos de inocentes, de los decapitadores de Al-Qaeda y sus secuaces, formados en las escuelas más extremistas de Medio Oriente y algunos países asiáticos como Pakistán.

Es que los grandes ideólogos islamistas han tergiversando el sentido tradicional de la “guerra santa” definido por Mahoma, para adulterarlo y adecuarlo a sus propósitos, mediante la utilización de técnicas exegéticas que intentan justificar el asesinato de inocentes en nombre de una versión degenerada de lo que es el verdadero Islam.

El Santo Padre, en el contestado pasaje de su lectio magistralis sobre la razón y la fe, no ha procurado seguramente otro propósito que dirigirse a los instigadores y autores de asesinatos masivos, secuestros y crímenes de todo tipo, que incluyen a seres inocentes que profesan la misma religión, que se pretende exaltar mediante el llamado a una supuesta “guerra santa”. De ninguna manera ofender a los fieles musulmanes que han sido manipulados mediante la tergiversación o errónea interpretación de sus dichos.

Luego, afirma el Papa en cuanto al diálogo entre el basileus Manuel II y Mouterises:

“Sin detenerse en los particulares, como la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y los «incrédulos», de manera sorprendentemente brusca se dirige a su interlocutor simplemente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia, en general, diciendo: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba».”

“De manera sorprendentemente brusca”, dice el Santo Padre -es importante recalcar esto- en un párrafo de la lectio y no en las explicaciones posteriores publicadas como respuesta al rechazo violento de sectores musulmanes. Debe sobreentenderse que si califica así el modo de expresarse del emperador es porque el Santo Padre no hace suyas esas palabras.




Benedicto XVI se refiere al emperador Manuel II Paleólogo sobre lo que sí es actual y acuciante, vinculado a la relación simbiótica entre religión y violencia, que tiene como protagonistas principales a organizaciones terroristas como la Red Al-Qaeda, el Hizballah libanés e incluso a actores como el guía espiritual de Irán, ayatolá Alí Jamenei.

Obviamente el Papa no deseaba con sus palabras agredir o provocar al Islam, porque de lo contrario jamás hubiera dicho posteriormente que estaba vivamente sentido por sus efectos, provocados por la manipulación mediática y la forma en que los islamistas explotaron cibernéticamente los párrafos sacados de contexto.

El deseo de Benedicto XVI fue llamar al diálogo sincero, rechazado de plano por sectores extremistas chiítas y sunnitas, que usaron las tergiversadas palabras del Papa para justificar futuros ataques terroristas en Italia. Aunque esas amenazas no son nuevas, ya que la posibilidad de atentados en ese país -e incluso contra la Santa Sede- se anticipan desde hace años en escritos adscriptos a la apocalíptica subversiva islamista, como en el caso de “Al-Masih al-Dajjal” de Said Ayyub, publicado en 1987 -para citar solo un ejemplo- y en el que previene situaciones para cuando “los cantos de batalla resuenen en Roma”.
ALGUNAS DISQUISICIONES SOBRE LA CLASE

Se han publicado numerosos comentarios y preguntas sobre si el Papa había hecho o no revisar su clase, que casi seguramente preparó personalmente; nuevamente, se especuló con que Benedicto XVI carecía de un asesoramiento idóneo sobre teología islámica e incluso de no tener algún especialista cercano que atinara a advertirle sobre las casi seguras repercusiones que tendrían sus palabras en las comunidades islámicas.

Lo primero que debe tenerse en cuenta es que esto sucede en un momento de cambio en las relaciones entre la Santa Sede y el Islam y la "Umma" (comunidad islámica mundial), consideradas como laxas por quienes creen que la Iglesia Católica debería asumir una posición más firme frente al desafío y amenazas del terrorismo islamista contra las comunidades cristianas en todo el mundo, pero muy especialmente en Europa, donde incluyen planes que apuntan a la reconquista de España.

Están equivocados quienes han querido insinuar hasta de manera insultante y con caricaturas, que existe un ruptura brusca entre el largo pontificado de Juan Pablo II y el de su sucesor Benedicto XVI.

De hecho el actual Papa ha centrado su lectio magistralis partiendo nada menos que de la Encíclica de Juan Pablo II, “Razón y Fe”.

El cambio de destino de un arzobispo como Michael Christopher -encargado de revisar y en ciertos casos corregir documentos y discursos que tuvieran que ver con el Islam- es una simple anécdota en la vida de la Iglesia. Un capítulo aparte es que ciertos detractores de este arzobispo, piensen que su tarea desdibujaba a veces los límites teológicos y filosóficos que separan a la Iglesia Católica de la religión islámica.

Benedicto XVI habría podido recurrir a otros ejemplos -y no involucrar al Islam- para referirse a los problemas entre razón y fe, si la clase de Ratisbona no hubiera tenido como uno de sus principales objetos la condenación de la violencia que ejercen los movimientos y grupos terroristas -que se dicen profesos musulmanes-, cuyos efectos son los crímenes aberrantes que los mismos cometen a diario en nombre de la religión.

Los párrafos vinculados al Islam abarcaron una parte importante de la lectio e incluso tuvieron un carácter introductorio al resto del escrito.

Benedicto XVI sabía lo que decía, cómo lo decía y qué podría suceder -al menos a corto plazo- en cuanto a las reacciones de los sectores extremistas y moderados del Islam. No en vano la Santa Sede cuenta con el mejor servicio de inteligencia del mundo.

Otro tema aparte fue la manipulación de sus dichos -como se dijo anteriormente-, pero jamás efectuó retractación alguna sobre las palabras cuidadosamente elaboradas de su lectio, las mantienen rigurosamente su validez.

También resulta posible arriesgar que, luego de las primeras reacciones, los sectores musulmanes inclinados al diálogo, e incluso amenazados por movimientos terroristas como Al-Qaeda y el Hizballah y actores estatales como Irán, procurarán un acercamiento con el Santo Padre.

Afirmar que con el Islam no se puede dialogar es distorsionar la realidad, si no una burda mentira. En todo caso la imposibilidad de diálogo está con los violentos, que se encuentran en todas las religiones, incluyendo el cristianismo.

De hecho y antes del resurgimiento del islamismo impulsado a partir del advenimiento en Irán de la etapa histórica iniciada por el ayatolá Ruhollah Jomeini, el autor de estas líneas fue observador ante un seminario de diálogo islamo-cristiano desarrollado en Trípoli, capital de Libia. Participaron en ese evento no sólo decenas de imanes, muftíes y pensadores musulmanes, sino también el entonces Subsecretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Sergio Pignedoli -ya fallecido-, acompañado de una importante comitiva de arzobispos, obispos y teólogos de la Iglesia Católica.

Es muy difícil que un musulmán normal comprenda las explicaciones del Papa sobre el ateísmo occidental, pero en la práctica ellos perciben muy bien que al Occidente actual poco le interesa el tema de Dios. Es lo que Occidente mismo hace propaganda de sí; un mundo secularizado al que poco o nada importa lo religioso.

Una pregunta importante a hacerse es si un musulmán profundamente devoto, para quien la religión es muy importante en su vida personal, se sentaría a dialogar con un occidental ateo que niega la existencia de Dios. Ciertamente no y resulta obvio que este es el mayor obstáculo que se presenta a Occidente en el diálogo con los sectores moderados de otras culturas profundamente religiosas; ni hablar desde ya con los más violentos.

La lectio habla de la crisis de la Universidad -fruto del Medioevo cristiano que surgió con el Trivium y el Quadrivium-, que es también la crisis del Occidente cristiano, sumergido en la nihilidad, cualidad de no ser nada.

La cristiandad universal y europea impregnada del sello indeleble de una religiosidad tajante, inconmovible, hidalga, militante y combativa ha quedado sin dudas reducida a cenizas. Cristiandad que supo librar una guerra de ocho siglos, cuando el catolicismo en armas fue sinónimo de Lepanto y una de las formas de llegar a Dios por la milicia, como ocurrió recorriendo el camino heroico de la tradición de la Madre Patria. Esa España a la que el extremismo islámico desea “reconquistar” para sumarla como una perla más a la corona de su soñado califato global.

Miremos y comparemos la enorme decadencia moral de este Occidente al borde del suicidio, con aquellos reyes que supieron defender la Cristiandad y legarnos a los hijos de la Hispanidad el espíritu de esos lejanos tiempos en que el Imperio era un pedazo de Occidente, ese Occidente que debemos reconstruir y restaurar, no sólo espiritual sino también materialmente.

¿Qué frutos puede uno esperar por parte de una dirigencia que ha renunciado, por temor o conveniencia, al reconocimiento de las raíces cristianas de Europa, fundiendo con desprecio de la Historia, las soldaduras que con tanta sangre y sacrificio se lograron en incontables batallas libradas bajo el signo de la Cruz?

Esperar frutos de un árbol seco y carcomido hasta sus raíces, es como pretender que un edificio pueda sostenerse sin basas ni pilares. Poco o nada podrá en consecuencia lograrse, sin la restauración de la Cristiandad, que no es otra cosa que el imperio de la Realeza Social de Jesucristo y la impregnación evangélica del orden temporal.

A conmover lo que queda de nuestra destruida Cristiandad ha apuntado, certeramente, la lectio magistralis de Benedicto XVI.

En cuanto a los musulmanes, lo importante de su mensaje es sumar al diálogo a los moderados y aislar a los violentos, premisa fundamental para sentarse a la mesa de conversaciones con representantes del Islam.

“Logos” de los católicos y “logos” de los musulmanes

Dice el Santo Padre: “En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a encontrar este gran «logos», esta amplitud de la razón. Es la gran tarea de la universidad redescubrirlo constantemente”.

Resulta sin embargo importante señalar que para los musulmanes, el “logos” es El Corán y no Mahoma, quien para su fe es “El Mensajero” de Alá.

También, que para los musulmanes no existe separación entre fe y razón, y que algunas de las escuelas jurídicas (madhabs) del Islam sunnita no admiten la analogía ni la interpretación lógica (ichtihad).

La invitación de Benedicto XVI a encontrar en su contraparte islámica ese gran «logos», habrá de encontrar numerosos escollos en algunos sectores del Islam, pero será aceptada por otros; aquellos cuyos máximos teólogos posean la misma amplitud de criterios y sabiduría del culto persa Mouterises, cuando dialogaba con Manuel II Paleólogo.

La Universitas y el “Logos”

La palabra “universidad” es la última del discurso en su original italiano y de ahí la importancia que da a la misma el Sumo Pontífice: “Redescubrirla constantemente nosotros mismos es la gran tarea de la universidad”. Esto es para el Santo Padre el «logos», la vastedad de la razón. Hace así referencia al verdadero mal que aqueja a Europa y a la universidad -que es en definitiva el ámbito en que se plasmó la Europa cristiana- invitando a redescubrir sus fuentes, a revitalizar sus raíces, a que no traicione su identidad, como está sucediendo desde hace décadas y cuyos resultados están a la vista.

Hay también en este aspecto una continuidad sustancial en el pensamiento en materia de diálogo interreligioso entre Juan Pablo II y Benedicto XVI, en razón de que la lectio se centra en la encíclica “Fe y Razón”, como ya se mencionara.

Benedicto XVI habló a una audiencia cristiana, que cree en la Encarnación, pero que modernamente vive desencarnada del Logos (de Jesús, del Evangelio); es decir, como si fuese atea y por lo tanto incapaz de dialogar y de fomentar un diálogo. Está llamando a redescubrir la Universitas, origen del Occidente cristiano; es decir, ese obrar con la razón, manifestado por el diálogo entre razón y fe.

Esa inmensa tarea deberá incluir a las universidades pontificias, carcomidas por profesores alineados con las corrientes teológicas progresistas que llevan a las almas por el camino del ateísmo y hasta de la apostasía; enemigos dedicados en tiempo completo a derrumbar la vida contemplativa y a destruir la misión de refundar una verdadera cultura cristiana como ejercicio de las más profundas actitudes creativas.

Si no se redescubre la Universitas de la Iglesia, no habrá tampoco rescate del clero católico, ni de la liturgia, ni de la doctrina -que es inmutable porque solamente la Iglesia es depositaria de ella-, ni de la educación católica, ni de la disciplina religiosa, ni de la práctica de todas la virtudes, ni del fomento de la vida sacramental. Ni hablar mucho menos de la Contemplatio, que Guido II, el Cartujo, define en la Scala Clastrialium como “un elevarse del alma por encima de sí, permaneciendo como suspendida en Dios y saboreando las alegrías de la dulzura eterna”.

No habría tripulantes fieles en la larga travesía de la barca de Pedro por lo que queda de tiempo de su ya largo peregrinaje. Reinarían en consecuencia los heterodoxos de todo tipo y en especial aquellos que quisieran ver a la Iglesia reducida a un puro papel mundano asistencialista y, de ser posible, atada a la autoridad de los gobiernos terrenales, como si Jesucristo hubiese venido al mundo y a morir en la Cruz para instalarnos mejor o más cómodamente en él, en lugar de anunciarnos que El había vencido al mundo, o que los enemigos eran “el mundo, el demonio y la carne”.

El mensaje del Santo Padre debería ser tenido muy en cuenta por la facción de los intrigantes habituales, para quienes toda obediencia al Papa es un obstáculo insalvable a sus designios oscuros, de poca vida y corta aspiración.

El Evangelista dice que “en el principio era el logos y que el logos era Dios”. Hay un encuentro entre el pensamiento griego y el mensaje bíblico que no es una pura casualidad, sino que lo utilizó Dios para revelarse al modo humano, para comunicarse a los hombres al modo de los hombres. ¿Como?: por medio de la Palabra. La Encarnación es el Diálogo entre Dios y la Humanidad. Entre dos seres intelectuales. Es el arquetipo de todo diálogo, en el que se deben fundar todos los otros diálogos.

Benedicto XVI lo denuncia en uno de los principales párrafos de su clase: “Por honradez, en este punto es preciso anotar que, en la tardía Edad Media, en la teología se desarrollaron tendencias que rompen esta síntesis entre espíritu griego y espíritu cristiano. En contraposición al así llamado intelectualismo agustiniano y tomista, con Juan Duns Escoto comenzó un planteamiento voluntarista que, tras sucesivos desarrollos, llevó al final a la afirmación de que sólo conoceríamos de Dios la «voluntas ordinata». Más allá de esta existiría la libertad de Dios, en virtud de la cual él habría podido crear y hacer también lo contrario de todo lo que efectivamente ha hecho.”

San Agustín y Santo Tomás de Aquino explican muy bien las filosofías del ser abiertas a la trascendencia, que afirman una gran inmanencia de Dios en el mundo en cuanto Creador y Redentor pero también una gran trascendencia dado que sigue siendo el Creador, el mismo ser subsistente. Así, las creaturas son entes, es decir que no son el mismo ser sino que lo tienen participado del Sumo Ser que es Dios.

La decadencia está marcada por una corriente “voluntarista” que termina por poner dos voluntades en Dios de las cuales sólo conocemos una, que es la que reveló, pero existiría otra voluntad imposible de conocer por la cual Dios podría hacer las cosas exactamente al revés o contrarias a cómo las reveló. Si se aceptara esto estaríamos frente a un Dios que es pura voluntad y amigo de contradicciones. De aceptarse el absurdo, Dios podría revelar Mandamientos exactamente contrarios a los conocidos por la Revelación. Se destruye en este caso toda verdad y todo bien objetivo, toda moral y toda ética, la razón, el sentido común y también el orden natural.

Se pone una tal trascendencia y diversidad en Dios, de manera que nuestra razón y nuestro sentido de bien y de verdad no son más un verdadero espejo de Dios (se rompe la analogía porque ya no se puede ir con seguridad de las creaturas a Dios). Es interesante en el libro del Génesis comparar el proyecto de Dios con el del Diablo (mono de Dios); Dios dijo: “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (analogía). La tentación de la serpiente (parodia de Dios): seréis como dioses, conoceréis el bien y el mal (identidad entre Dios y los hombres).

Y el Papa continúa con el tema del diálogo entre Fe y Razón: “Sin duda, la universidad también se sentía orgullosa de sus dos facultades teológicas. Estaba claro que también ellas, interrogándose sobre la racionalidad de la fe, realizan un trabajo que necesariamente forma parte del "todo" de la universitas scientiarum, aunque no todos podían compartir la fe, por cuya correlación con la razón común se esfuerzan los teólogos. Esta cohesión interior en el cosmos de la razón no se alteró ni siquiera cuando, en cierta ocasión, se supo que uno de los profesores había dicho que en nuestra universidad había algo extraño: dos facultades que se ocupaban de algo que no existía, de Dios. En el conjunto de la universidad existía la convicción, que nadie ponía en discusión, de que incluso frente a un escepticismo tan radical seguía siendo necesario y razonable interrogarse sobre Dios por medio de la razón y que se debía hacer en el contexto de la tradición de la fe cristiana”.

El Santo Padre hace referencia en el párrafo anterior a la universidad (ciencias, es decir la razón), que se sentía orgullosa de sus dos facultades teológicas (Fe), a la correlación entre la fe y la razón en la que se esfuerzan los teólogos (el Papa es quien define su trabajo) También, a la cohesión interior (equilibrio de la sana razón) y al que hecho de que había dos facultades que se ocupaban de algo que no existía, de Dios (hace alusión al problema: el ateísmo).

Lo interesante del párrafo anterior es que de nuevo el Papa insiste con el diálogo. Caratula ambas personas con adjetivos positivos y aptos para el diálogo (docto, culto). La mención del lugar: Ankara (en la actual Turquía, que es hoy y por el momento moderada, pero que fue la primera en reaccionar después de la clase del Papa). El diálogo entre Manuel II Paleólogo y Mouterises existió y fue en una época donde los ánimos estaban aún sensibilizados, porque doscientos años atrás habían terminado las Cruzadas y había más que causas suficientes para resentimientos, odios; sin embargo hablan, discuten y hasta bruscamente; claro, uno era docto y el otro era culto. El Papa dice expresamente que tocará un solo argumento y que es marginal en la estructura del diálogo entre el emperador cristiano y el persa. Lo hará en el contexto del tema de fe y razón y serán reflexiones personales. Otro aspecto a mencionar es que el Papa utiliza un ejemplo que ya fue publicado por ese profesor; es decir, fue dicho tiempo atrás y él solo cita, pero hay que destacar que nadie se enojó en su momento con el profesor Theodore Khoury.

Y aquí es interesante señalar que el ejemplo de la discordia no fue nunca identificado con el pensamiento del profesor Khoury. ¿Por qué entonces ahora intentan identificarlo con el pensamiento del Santo Padre?

Es claro que el Papa usa el ejemplo citado para criticar primero todo tipo de violencia en las religiones, en el cual entra el concepto de yihad violenta -criticada también por los musulmanes fieles al mensaje (El Corán) y al mensajero (Mahoma)- y todos los tipos de extremismos que existan como fruto de interpretaciones desviadas de la religión.

Pero también su lectio denuncia al Occidente moderno -también plagado de violencia- que necesita como el Islam volver a sus orígenes para redescubrir ese diálogo entre la fe y una auténtica razón abierta a lo trascendente.

Benedicto XVI parece entender la inmanencia como un proceso de alejamiento del Logos de la cultura cristiana moderna, rompiendo la síntesis entre fe y pensamiento griego purificado y potenciado por la revelación positiva divina (“Logos”). Esta destrucción de la Revelación positiva con falsos postulados, lleva a la humanidad a un estadio primitivo de no revelación por la tal trascendencia divina, en la cual Dios ya no importa; indiferencia total porque es mínimo e insignificante lo que de El podemos conocer. Así, el hombre se vuelve regla de sí mismo y queda librado a su subjetividad.

El divorcio entre fe y razón o deshelenización se ha dado según el Papa en tres momentos:

1) La deshelenización se da primero en el contexto de los postulados fundamentales de la Reforma del siglo XVI. La fe revelada está condicionada por la razón. La teología reducida a un pensamiento humano. La fe es insertada en una estructura de pensamiento filosófico. Y con el principio de Sola Scriptura se intenta descubrir la fe primordial.

2) La teología liberal de los siglos XIX y XX acompaña la segunda etapa del proceso de deshelenización, con Adolf von Harnack, como su máximo representante. Lo mismo que se operó en el primer paso respecto a la fe en general ahora se focaliza sobre la persona de Jesús. La idea ya no es encontrar la fe primordial, sino el Jesús primordial (deshelenizado, desmitologizado) para lo cual por principio niegan todo lo que es divino en El. Es decir, atacan el misterio del Verbo Encarnado (sobre todo negando el aspecto divino). Jesús sólo tiene un mensaje moral humanitario (En la Encíclica Deus caritas est, Benedicto distingue la caridad cristiana de la pura filantropía).

La persona de Jesús (el Logos Encarnado) es sometida a estudios sometidos a los parámetros críticos kantianos; es decir, bajo la lupa de la razón práctica (método histórico-crítico, que sirve para desmitologizar -palabra derivada del alemán Entmythologisierung- a Jesús y desmitologizar el Evangelio). La reducción de lo científico sólo a la razón práctica es la autolimitación moderna de la razón que es inmanente (no abierta a la trascendencia).

El problema del Occidente actual, que intenta reinterpretar al cristianismo, olvidándose del Logos -es decir de la Palabra, de Jesús, del Evangelio- es de alguna manera análogo a quienes pretenden subvertir el Islam y reinterpretarlo de acuerdo a las necesidades de la agenda yihadista global, para justificar e incitar la matanza de inocentes.

En un agudo comentario suscripto por el Dr. Luis María Bandieri -autor de muchos escritos sumamente interesantes- en un mensaje difundido en Internet, titulado “Cuando el diálogo es puro verso”, este intelectual afirma -con referencia al conflicto suscitado por la lectio del Santo Padre-, que Benedicto XVI convocó a un diálogo, tal como el sucedido entre el basileus y el persa culto. “Un diálogo -esto es, a través del logos- supone que los dialogantes tienen una identidad, que no ocultan. Y esa identidad tiene que estar en claro, porque, si no, ¿con quién estoy hablando? ¿Con un agente encubierto?, se pregunta Bandieri, quien afirma que “la clarificación de la identidad permite el respeto mutuo. De otro modo hay ocultamiento y simulación”.

La evolución de los acontecimientos en las próximas semanas, permitirá determinar quiénes están dispuestos a sentarse a la mesa del diálogo propuesta por el Santo Padre y quiénes no.

Después de todo, los musulmanes amantes de la paz -la inmensa mayoría del Islam- son los blancos permanentes del odio de las organizaciones yihadistas, como demuestra la dramática situación en Irak, que amenaza expandirse a otras regiones. Y hora es sin duda que dentro de la comunidad islámica mundial (Umma) comiencen a generarse y reproducirse los anticuerpos que acaben con la infección del terrorismo que amenaza -de alguna manera potenciado por la crueldad y los errores del Occidente ateo y nihilista- contaminar al conjunto de mil trescientos millones de almas.

Otra misión de la Iglesia Católica, de este Papa y de aquellos que lo sucedan, será lograr el reverdecer del Occidente cristiano y la impregnación del Evangelio a escala universal.

Es claro que nuestro combate no puede desarrollarse con las fuerza de las armas, porque las fuerzas católicas están desarmadas y al borde de ser arrojadas nuevamente a las catacumbas, sino con la oración y la acción que permitan plasmar poco a poco la Restauración de la Cristiandad.

Cristiandad que tampoco podrá ser una realidad en la vida de las naciones, si no se restaura también la Santa Iglesia Católica, cuya barca navega en aguas turbulentas, cargada de saboteadores y polizones.

Vemos como esa nihilidad mencionada en algunos pasajes de este documento, tiene como principales características la renuncia a la más alta concepción de la vida, del orden, del honor, de la acción y del mismo combate.

Se impone por delante, en consecuencia, el mayor de los desafíos que ha enfrentado la Cristiandad a lo largo de los siglos, donde la subversión ha logrado plasmar la sustitución de lo superior por lo inferior, y el desprecio por el Orden Social y todo principio de autoridad en el mundo social e histórico de los tiempos actuales.

Ese desafío es "instaurar todas las cosas en Cristo", para forjar "la paz de Cristo en el Reino de Cristo".

Esa es la enorme misión del combate heroico que nos espera en el futuro, porque como decía Marcel de Corte: “Sobre nuestras espaldas descansa ya el aplastante peso de la Naturaleza y de la Gracia desnudas, ofrecidas sin protección -salvo la de Dios- a todos los asaltos de una civilización mecanizada. Esa fidelidad en lo eterno, en la Naturaleza y en la Gracia, preparará la eclosión de una civilización y de una cristiandad nuevas”.

El Santo Padre Benedicto XVI acaba de señalar en su lectio magistralis “Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones”, cuáles son los pasos a dar para el despertar de una adormecida Cristiandad.

Buenos Aires, 25 de septiembre de 2006.

(*) Horacio Calderón es analista internacional, experto en Medio Oriente y Africa del Norte y especialista en Contraterrorismo. El autor es católico militante y ha publicado documentos como “El Aborto Inducido Prenatal”, de gran difusión en sitios pro vida de Internet.