Un libro escrito por Marie-Monique Robin -”El mundo según Monsato”- en que critica duramente a la empresa citada, una de las más importantes en la comercialización del herbicida glifosato -imputado de graves riesgos para la salud humana-, es motivo de una polémica que es analizada en la revista El Federal. Se trata de un tema crucial para la Argentina, pues las estadísticas demuestran que el camino biotecnológico fue un motor del desarrollo agrícola nacional. Sólo las tres principales variedades transgénicas (en soja, maíz y algodón), produjeron entre 1996 y 2006 ganancias por U$S 20 mil millones, dinero que se distribuyó entre los productores, las empresas de insumos agrícolas y el Estado Nacional, a través de retenciones y otros impuestos. También se multiplicó la superficie sembrada y se consolidó un sistema agrícola de alta competitividad, que además revivió a las comunidades del interior productivo.
La revista consultó con especialistas en el tema. Gastón Fernández Palma, presidente de Aapresid (asociación argentina de siembra directa), afirma: “Según la Resolución 350/99 del Senasa, el principio activo glifosato en su uso normal está dentro del grupo de activos de improbable riesgo agudo. El glifosato está clasificado como de menor riesgo toxicológico (Clase IV), es decir, productos que normalmente no ofrecen peligro, según el criterio de la OMS y la FAO. Está demostrada académicamente la ausencia de procesos subcrónicos, crónicos, cancerogénicos”.
Los fitosanitarios, productos seguros e imprescindibles
Dr. Guillermo Cal, Director, Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes
Mucha gente se sorprende al saber que un fitosanitario (agroquímico) tiene más investigación y más regulación y control en su uso, que un producto medicinal. En nuestro país, el Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) es el que los registra para su lanzamfiento al mercado con requisitos muy similares a los que se establecen en la Unión Europea.
Estos requisitos son ensayos científicos que miden, de manera muy rigurosa, los efectos de los productos contra la plaga que deben combatir, pero más importante aún, el impacto que tienen en mamíferos, aves, insectos benéficos, las bacterias y el metabolismo del suelo, algas, peces, etc. Se estudio el destino ambiental y su persistencia en el ambiente. En la Argentina, se requieren entre dos y tres años para obtener el registro de una sustancia nueva.
A nivel mundial, estos estudios son presentados a organizaciones como la Organización Mundial de la Salud (OMS), o la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). El 78 % de los productos que se utilizan en la Argentina pertenecen a los “que normalmente no ofrecen peligro”, siendo el más relevante de ellos el glifosato.
Estos productos han sido desarrollados para ser aplicados sobre cultivos, no sobre seres humanos o sobre animales. Es necesario tener cuidados especiales para no impactar lugares u organismos no objetivo. Las buenas prácticas en el uso son imprescindibles.
Sin fitosanitarios no es posible producir alimentos en escala suficiente para alimentar a la humanidad. Las malezas, los insectos y ácaros, los hongos y las bacterias consumirían no menos del 40 % de los cultivos, condenando a la humanidad al hambre y al medio ambiente a un desastre, por que se debería expandir la agricultura sobre zonas no aptas. Lo que adquiere especial dramatismo si consideramos que la población mundial demandará el doble de alimentos que los actuales en el 2025.
(Fuente: El Federal, 14-5-09, págs. 22/30)
La opinión de la Iglesia
El tema de los organismos genéticamente modificados (OGM) ha llegado al Vaticano. La Pontificia Academia de Ciencias ha organizado en su sede central una “Semana de estudio de las plantas transgénicas para la seguridad alimentaria”. Asistirán más de 40 personas de los cinco continentes con el objetivo de debatir acerca de la posibilidad de encontrar una solución al hambre mundial, que la FAO acaba de calcular padecen ya 1.000 millones de seres humanos. Los responsables de la confección de la lista de invitados consideraron a tres latinoamericanos, entre ellos el argentino Moisés Burachik, un especialista en procesos regulatorios de los OGM y, desde noviembre de 2008, director de Biotecnología de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos de la Nación (Sagpya) y coordinador, por la Argentina, del proyecto FAO para el desarrollo de herramientas de referencia para el manejo de la bioseguridad en los países del Mercosur.
En la introducción del documento oficial hay un párrafo que llama la atención: “La oposición a la biotecnología agrícola generalmente es ideológica. El enorme potencial vegetal para producir alimentos en mayor cantidad y de elevado valor nutricional para los pobres se perderá si la regulación de los OGM no reemplaza el principio precautorio por principios científicos”.
(El Federal, 14-5-08, pág. 20)