martes, 5 de mayo de 2009

En verdad, ¿está muerta la Ciencia Política?


por José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado

Aún sin mención expresa, en una nota anterior sobre “La calidad de la democracia” aludimos al esfuerzo de ciertos medios académicos para poner en caja a la Ciencia Política ante un panorama acaso estéril de sus aportes; y no cabe desconocer que algunos politólogos (USA) ya salieron al cruce de los detractores. Es que el premio 2008 de La Nación favoreció al profesor César Cansino con motivo de su obra “La muerte de la Ciencia Política”, en la cual el doctor de la Universidad Complutense de Madrid y de la idem de Florencia (Italia) realiza una suerte de necropsia sobre dicha importante rama de las ciencias sociales.

Cansino es un discípulo de Giovanni Sartori, talentoso veterano de la especialidad y que, con 85 años a cuestas, plenamente lúcido, dicta cátedra en Harvard University y otros centros culturales de similar jerarquía. El libro de Cansino, mexicano, y autor de 25 libros, fue editado en Buenos Aires en forma conjunta por La Nación y Sudamericana, con 348 páginas y una muy completa lista bibliográfica. Comprende una “introducción” que adelanta las preocupaciones esenciales del autor, y se organiza en dos partes : “Los límites de la ciencia política2, es una primera, seguida por una segunda “La ciencia política más allá de sus límites” y finalmente un Epílogo o “El estudio de lo político en y desde América Latina”, para concluir con una síntesis que llama “Un enfoque alternativo”. En el desarrollo de la temática se pasa revista a una buena cantidad de tesis (atendiendo especialmente a la funcionalista, sin descuidar otras) que vienen contribuyendo, algunas muy polémicas y/o cargadas ideológicamente, sobre lo que es y debe ser la democracia, sobre todo en Latinoamérica.

No se puede reducir a un párrafo un trabajo tan erudito y completo como el del profesor Cansino; es una obra que debe llamar la atención de los estudiosos que actúan en los ambientes universitarios, los centros privados de investigación, las editoriales e incluso el periodismo especializado. Tiene asimismo, nos parece, un innegable atractivo para las mujeres y los hombres que, con o sin formación de grado o postgrado, dedican su tiempo y capacidades a la actividad política, ejerciendo cargos partidarios, parlamentarios o ejecutivos en el Estado. Puesto que este libro desmenuza los esquemas doctrinarios, bajándolos a la tierra, de manera analítica, comparativa y crítica, algo que resulta muy útil para no incurrir en ingenuidades al reflexionar sobre los grandes objetivos de la política. Y que es una manera para que ésta no oficie de producto de compra-venta gratis o barata, ya que los desatinos y sus costos siempre los paga la sociedad.

Cansino reclama contra los esquemas, debates teóricos y análisis institucionalistas que, opina, no son adecuados o suficientes para pensar la política y la democracia en el presente siglo. “En su lugar, dice, aquí he defendido una perspectiva distinta que concibe a la política como espacio público, como el ámbito decisivo de la existencia humana, como el lugar donde se actualizan intermitentemente los contenidos simbólicos que articulan a una sociedad”. (p. 183) Dentro de esa línea, el autor reivindica “la capacidad de decisión y participación del ciudadano y la sociedad civil”; es que “se requiere una interpretación distinta de aquella a la que nos tienen acostumbrados los politólogos funcionalistas adoradores del dato duro y los tecnócratas que no son capaces de mirar más allá de sus lustrosos escritorios”. (315)

Surge una cuestión : ¿Esta suficientemente justificado que se decrete “la muerte” de la Ciencia Política..? La crisis de una entidad o de una corriente de ideas, no necesariamente implica el final de la disciplina (s) que las tiene por centro de interés. En Grecia vivió, pensó y enseñó Aristóteles, fundador del realismo; y cuando Polibio llegó a Roma como rehén llevaba en su agenda mental las tesis aristotélicas que hicieron una república de aquélla. En cambio, Platón, admirable e ingenioso por sus creaciones imaginarias, cuando tuvo la ocurrencia de ingresar en la práctica política, asesorando al rey de Siracusa, no hizo sino barrabasadas. El pensamiento político debió esperar siglos hasta que Nicolás Maquiavelo lo hizo respirar nuevamente, y pese al anatema del Concilio de Trento el florentino logró refundar a la Ciencia Política. Por algo el Papa Clemente VII autorizó que se publicaran sus obras y, más tarde, Catalina de Médicis hizo que su hijo, el delfín, leyera “El Príncipe”.

Es verdad que parece haberse tornado infecunda la relación entre dicha ciencia y la realidad política, nacional e internacional; y acaso lo que se observa en la acción de las grandes potencias (primero la ex URSS y ahora EE.UU.) advierte de un fenómeno de esterilización de los politólogos, al menos de los que revolotean cerca del poder. De lo cual tampoco estamos exentos los que habitamos en el hemisferio Sur, según se observa el comportamiento y el reiterado macaneo de nuestra dirigencia. De lo cual no tienen la culpa solamente los politólogos que los asesoran y les brindan utopías y quimeras.

La afirmación de que ha muerto la Ciencia Política hay que tomarla en serio, en los partidos, en las legislaturas y en la función pública; los pueblos requieren proyectos, ciertamente, pero no deben ser víctimas de “modelos” caprichosos e irresponsables. Y los estudiantes, en las universidades, no pueden ser una clientela de recitadores, o sea de catedráticos que llenan páginas y pizarrones con novedades teoréticas y literarias con el solo afán de ser novedosos y originales. Si la Ciencia Política ha de resucitar es fundamental que deje atrás una era de chirimbolos que ya lleva demasiado tiempo.

Prólogo y Debate (jariesco@yahoo.com.ar)