P. Ramiro Pellitero - Universidad de Navarra
Ulises atravesó el estrecho de Mesina sin caer en la trampa de las sirenas, porque se ató al mástil de la nave después de taponar con cera los oídos de sus marineros. Algunos escritores cristianos compararon la imagen de Ulises con la de Jesús en la Cruz, y la nave de Ulises con la Iglesia. El hecho es que la imagen de la Iglesia como nave es de las más utilizadas en los primeros siglos. Por ejemplo, Gregorio de Elvira (s. IV) dice que la Iglesia es semejante “a una nave que continuamente es agitada por las tormentas y tempestades, pero que no podrá naufragar jamás, porque su palo mayor es la Cruz de Cristo; su piloto, el Padre; su timonel, el Espíritu Santo; sus remeros, los Apóstoles”.
Benedicto XVI celebra el quinto aniversario de su pontificado en medio de una tormentosa campaña en contra. En Malta ha evocado el naufragio de San Pablo y la calurosa acogida que le dispensaron los isleños. Subrayó cómo “la tripulación del barco, para salir del apuro, se vio obligada a tirar por la borda el cargamento, los aparejos e incluso el trigo, que era su único sustento. Pablo les exhortó a poner su confianza sólo en Dios, mientras la nave era zarandeada por las olas”.
Sin duda puede verse aquí una imagen delicada de la situación en que el Papa se encuentra y lo que está haciendo para conducir la nave a buen puerto, en medio de las olas y los remolinos, poniendo de relieve lo esencial de la Iglesia y manteniéndose sereno y constante en el ejercicio de su misión.
Más allá de los logros humanos, las posesiones y la tecnología, señaló que es preciso poner la confianza sólo en Dios, clave de la felicidad y la realización humana, que nos llama a una relación de amor.
En este marco Benedicto XVI recordó la pregunta que Jesús hizo por tres veces a Pedro en la orilla del lago: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Sobre la respuesta afirmativa de Pedro, Jesús pone sobre sus hombros una tarea, la tarea de apacentar su rebaño. “Aquí –señaló el Papa con toda claridad– vemos el fundamento de todo ministerio pastoral en la Iglesia”. Y explicó: “Nuestro amor por el Señor es lo que nos impulsa a amar a quienes él ama, y a aceptar de buen grado la tarea de comunicar su amor a quienes servimos”.
Además, la triple confesión de amor de Pedro era una manera de reparar su triple negativa durante la pasión. De modo que “el diálogo entre Pedro y Jesús subraya la necesidad de la misericordia divina para curar sus heridas espirituales, las heridas del pecado. En cada ámbito de nuestras vidas, necesitamos la ayuda de la gracia de Dios. Con él, podemos hacer todo; sin él no podemos hacer nada”.
La misericordia divina es la medicina contra el pecado. Y la fuerza para seguir adelante es la gracia, es decir, la unión con Dios. Con el amor de Dios y la confianza en Él, su misericordia y la gracia, los cristianos –como Jesús anunció– cogerían serpientes en su mano y no les pasaría nada. Una víbora mordió la mano de Pablo, “pero –observa el Papa– le bastó sacudírsela y echarla al fuego, sin sufrir daño alguno”.
También hoy las olas zarandean la barca de Pedro y las víboras parecen morder la mano de Pablo. Pero la Iglesia sigue adelante sobre el fundamento de la fe de los apóstoles y con la alegría de comunicar el amor de Dios a la humanidad. Esa es también la misión de todo sacerdote: “La misión confiada al sacerdote –en palabras del Papa inspiradas en otras similares que pronunció en el solemne inicio de su ministerio (24-IV-2005)– es verdaderamente un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere entrar en el mundo”. El quinto aniversario de este pontificado se celebra en este contexto de misión y de alegría, en medio de las olas.