Por José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado
La carencia de moderación conceptual lleva cada tanto a que intelectuales de admirable nivel se lancen enardecidos contra la experiencia, el pensamiento, la emoción o el ideologismo que cabe bajo la palabra “nacionalismo”. Acaban de hacerlo, por la prensa grande ,el Dr. Benegas Linch (h.) y el historiador Romero.
Y no es que falten energúmenos de dicha filiación, en la práctica o en la literatura, que arremeten contra lo “extranjero” y todo lo que vino y viene de otras latitudes, como si se tratara, no de lo que nos ayudó a construir una nación, sino de cosa maligna. Se dicen nacionales, y lo hacen con olvido de que en este país, comenzando por el idioma, la fe, el arado, la ciencia y la técnica, con valiosos aportes propios, casi todo vino de afuera. Añoran el régimen de Rosas más por la obra “benemérita” de la mazorca que por los aciertos del Restaurador.
Pero la catilinaria hacia la actitud ciertamente primitiva de dicha corriente, no puede ser avalada disimulando la aversión de esos respetables escritores en contra de todo tipo de nacionalismo. Lo hacen para oponerle a un modelo societal, decidida mente caprichoso, donde la filosofía política de que fueron fundadores Adam Smith y asociados, es presentada como lo únicamente conveniente para que la Argentina sea algo más y mejor de lo que tenemos. O sea, el ideal de un liberalismo teóricamente perfecto y que, si se implantara, podría funcionar a pleno como en otras partes del mundo. Y se aferran a la Constitución de 1853 dejando de lado que Alberdi aconsejó “traer obreros ingleses para que esto funcione”.
Lo hacen con total olvido de que, acorde a la historia, el éxito del liberalismo en el desarrollo de las naciones fuertes tuvo lugar mediante un innegable maridaje con alguna forma de nacionalismo. Oliverio Cromwell con la dictadura, la ley de navegación y la flota de guerra hizo de Inglaterra una talasocracia; el proteccionismo fue decisivo en el desarrollo industrial y expansivo de Estados Unidos y Alemania; Japón con la restauración Miejí alcanzó categoría de potencia regional en Asia. ¿Fueros estos unos nacionalismos “patológicos”..? A no ser eso de “los otros sí, nosotros no”.
La Argentina fue independiente por la generación de San Martín, con un nacionalismo fundacional enfrentando a España, por entonces miembro calificado de la Santa Alianza. En la segunda mitad del mismo siglo la llamada Generación del 70/80 construyó y consolidó el Estado nacional combinando una economía abierta, liberal, con el poder militar que afianzó la soberanía territorial.
El nacionalismo está en el origen y en la afirmación de la identidad –de su personalidad internacional y de su poderío interno-- de todas las naciones que no son colonias ni políticas ni económicas. Claro que, como hacen los críticos aludidos al principio, llamarle nacionalismo a una política que convierte al sistema institucional en una toldería para oculta incapacidad y corrupción, no pasa de un juego de palabras. Máxime cuando al uso de tal fraseología se lo hace con el afán de justificar la transposición a esta tierra de un liberalismo químicamente puro que no existió nunca en ningún sitio del planeta.
Semejante implante --resucitando la utopía del “laissez faire”-- no mejoraría para nadas el intervencionismo abusivo “a lo Moreno” que nos viene azotando. Si es malo el estatismo grosero, también lo sería el desmantelamiento irresponsable del poder organizador de la sociedad, y de paso derogar los códigos civil, penal y de familia. Hay que recordar que luego de 1930, y ciertamente con atraso, si el Estado avanzó sobre la economía fue por que (empresarios y sindicatos) se lo reclamaron, pero ante todo por que era y es (entonces y ahora) responsable de evitar que, en función de una crisis económica, la sociedad se desintegre. La abstención hubiese sido notoriamente una barbaridad..
La nación, cualquiera que valga como tal, es una estructura ante todo sociocultural y no se puede imaginar para ella sistemas al margen de su realidad y su trayectoria. Con igual sentido que cuestionar las anomalías mentales de ciertos “nacionalistas”, hay que vacunarse contra la invasión ideológica de quienes pretenden ser los sacerdotes de un liberalismo patológico. Como ya ocurrió con el “menemismo” pareciera que intentan repetir y aumentar el desprestigio de la economía de mercado de que tanto se jactan.-.