Por Alberto Asseff *
Es sabido que el
motor del progreso son las ideas y, por qué no, las utopías. Un pueblo
inventivo, con iniciativa, vocacionalmente propenso a la innovación, a la
búsqueda de otras fronteras – abstractas y también, no pueden omitirse,
físicas, incluyendo las geográficas-, tiene vitalidad.
No todos los pueblos
son igualmente vitales. Ortega y Gasset tiene luminosas páginas en “España
invertebrada” sobre esta cuestión de la vitalidad.
En cincuenta años se
erigió en una potencia emergente. Toynbee, Clemenceau y muchos pensadores de
principios del s.XX señalaban a nuestro país como el del “destino manifiesto”
en el hemisferio sur. Otro Estados Unidos, pero austral.
El solo y formidable
hecho de asimilar a más de cinco millones de inmigrantes en apenas treinta años
denota la robustez del espíritu de esta Nación. Y su asombrosa aptitud para
progresar.
El proceso parecía
casi normal: primero, organizarnos dentro de la ley, función primaria de la Constitución de 1853;
segundo, las bases para crecer y desarrollarnos, faena que hizo la Generación del 80;
tercero, acceder a la democracia política, labor combinada entre Hipólito
Yrigoyen y el lúcido Roque Sáenz Peña, en 1912-16; cuarto, la justicia social
con Perón y Eva.
Empero, cuando
debíamos asumir el trabajo de consolidar lo hecho antes – con aciertos y muchos
errores, ciertamente – y proyectar el desarrollo del país – una propuesta
expuesta por Frondizi en 1958 -, la Argentina empezó con los tumbos, vaivenes,
inestabilidad, virulencia verbal, furibundia discursiva, conflictos, divisiones
y hasta guerras internas. Hace más de medio siglo estamos atrapados por la
dialéctica amigo-enemigo. Para el primero, todo, hasta lo que no corresponde;
para el segundo, nada, ni justicia.
Hace más de sesenta
años que estamos en un plano inclinado. En ese lapso, países que estaban fuera
del mapa o vegetaban, han levantado cabeza y hoy son parte del podio de los
diez más fuertes. Nosotros, los miramos…
Una decadencia tan
excepcional – caso prácticamente único en el orbe –debe de tener causas
raigales muy profundas. No es una casualidad.
Sin dudas, la gradual
– hoy literalmente alarmante – caída de los valores morales es una de esas
raíces del problema que nos aqueja. La otra gran causa es la escasez de ideas y
que las pocas que existen y se explicitan son viejas y fracasadas.
Sabemos, por caso,
que los ferrocarriles están no colapsados, sino destruidos, incluyendo los
suburbanos o como dicen los españoles, de cercanías ¿Qué se nos ocurre? Pues,
reestatizarlos, volviendo a 1947 como si nada ¿No se puede convocar a una
licitación transparente para que capitales nacionales y extranjeros lo
administren, incluyendo los subsidios estales que sean menester y el estricto
control de toda la gestión? Pareciera que una idea tan simple es inviable. Se
apela la añeja y frustrante de sobrecargar al Estado con un asunto que no le
compete como administrador directo.
Es una idea vieja esa
de agitar las divisiones entre los buenos – siempre nosotros – y los malos –
proverbialmente quienes nos enfrentan. Desde unitarios y federales,
civilización o barbarie, causa o régimen, Perón o Braden hasta hoy, modelo
inclusivo o corporaciones, siempre vivimos revolcados en enfrentamientos a todo
o nada, de vida o muerte.
¿No habrá llegado la
hora de una idea nueva como la de unirnos para aprovechar la oportunidad
magnífica que la circunstancia mundial le brinda a la Argentina ?
Una vieja idea sobre
el capital buitre – que sin dudas existió y existe, con su voracidad
expoliadora – nos impide despejar qué es lo importante para el país. Nosotros
debemos sepultar la mala fama de incumplidores para que se nos abra el
financiamiento para el desarrollo. Esto es lo estratégicamente relevante en
esta hora.
Lo de incumplidores
es paradójico: en cuarenta años hemos sido exportadores netos de capital. Se
fueron de acá más capitales que los que arribaron, pero el mundo cree que
nosotros lo hemos timado. Esto es el resultado de los discursos demagógicos y
populistas – sí, populistas, que es la pésima palabra que describe a un pésimo
modelo de gestión -, configurados por proclamar, cual emblema noble, “no
pagaremos a los buitres”.
A la postre
pagaremos, pero nuestra imagen y crédito se desmoronan.
Otro tema es la
inflación de derechos y el default de obligaciones. Una elemental enseñanza
reza que a cada derecho corresponde una obligación. Entre nosotros las viejas y
pocas ideas postulan el espejismo de que es posible tener cada día más derechos
y correlativamente menos obligaciones. Insostenible, insustentable.
Para disfrutar de un
país moderno y encaminado por el desarrollo moral, social y económico
necesitamos nuevas y muchas ideas. Desgraciadamente, por ahora estamos trabados
porque las que nos dan y las que pareciera que nosotros damos, son pocas y
viejas. Quizás en esto radique una de las claves de nuestra pertinaz
decadencia, a pesar de la fenomenal riqueza que poseemos.
*Diputado nacional
por el partido Unir, Provincia de Buenos Aires
www.pnc-unir.org.ar