Por Carlos
Escudé
La patética noticia
de que el destructor misilístico Santísima Trinidad, botado en 1974, yace
semihundido en Puerto Belgrano debido a una avería producida por el abandono,
se suma a lo que ya se sabe sobre la corbeta Espora, botada en 1981, que estuvo
varada en Sudáfrica durante tres meses debido a desperfectos mecánicos. Si se
agrega la odisea, felizmente superada, de la Fragata Libertad ,
tenemos a la vista un lienzo exquisito que, con elocuencia romántica
decimonónica, representa la dimensión naval de una decadencia nacional.
Se trata de una
involución que comienza con la
Guerra de Malvinas, se profundiza con la dimensión militar de
las políticas neoliberales de los años 90, se agrava con las estrecheces
presupuestarias emergentes de la crisis de 2001-2002 y culmina con los castigos
a la corporación militar de los gobiernos posteriores a 2003. Quien quiera
dedicarse a la politiquería puede culpar a este o aquel gobernante, pero un
enfoque serio exige comprender que se trata de un largo proceso en el que
estamos todos involucrados.
Por cierto, a
diferencia de Brasil y Chile, en nuestro país el tránsito a la democracia
estuvo signado por el total colapso del poder interno de los militares, que
sufrieron una triple derrota. El suyo fue un fracaso político y moral por las
violaciones de los derechos humanos, un fracaso económico por la deuda externa
sin precedente que nos legaron y un fracaso militar por la derrota bélica en
Malvinas. Esta triple derrota significó la eliminación total de la corporación
militar como una fuerza capaz de llevar a cabo el cabildeo necesario para
competir por recursos en el presupuesto nacional.
El insólito cuadro de
buques que se hunden solos o que se descomponen en alta mar no es sino la
representación más gráfica de una degradación anunciada. Desde 1982, nuestras
Fuerzas Armadas son principalmente organizaciones dedicadas a cumplir con
obligaciones salariales hacia sus cuadros.
Según datos de 2009
del prestigioso Stockholm International Peace Research Institute (Sipri),
mientras los gastos militares anuales de Brasil equivalen a un 2,6% de su PBI,
y los de Chile llegan al 2,7%, la totalidad del gasto argentino alcanza apenas
un 0,8% de nuestro PBI. Estamos a la par de la República Dominicana
en términos del porcentaje del PBI representado por nuestros gastos militares.
El desarme argentino
es particularmente notable si consideramos las importaciones de armas. Como
observó el Sipri en 2009: "El aumento en gastos militares ha financiado
una multitud de compras de armamentos en años recientes, particularmente por
parte de Brasil, Chile y Venezuela. Las transferencias de armas a Sudamérica
fueron 94% más altas en 2004-2008 que en 1999-2003. (Después de los Estados
Unidos), Chile fue el mayor importador de armas convencionales en las Américas
en el período 2004-2008 (?). Su presupuesto de defensa casi se duplicó entre
1997 y 2007".
Ésta es,
objetivamente, la situación. Puede argüirse que nuestro país no necesita estar
armado. No seré yo quien refute esa idea. América del Sur es una zona de paz
sin paralelos en el mundo entero. No ha tenido lugar en ella ninguna
conflagración interestatal comparable con las grandes guerras europeas. Nunca
en toda la historia desapareció un Estado latinoamericano como resultado de la
conquista. Jamás hubo una guerra entre Argentina y Chile, y la única entre
Argentina y Brasil fue un conflicto de baja intensidad entre 1825 y 1828,
décadas antes de que existieran siquiera el Estado alemán y el italiano. Puede
sostenerse que podemos gastar en cosas más productivas que las armas porque
vivimos en una parte del mundo que, desde el punto de vista de la guerra y la
paz interestatal, es más civilizada que las demás.
No obstante, por
verdadero que sea este discurso, el rigor conceptual de la ciencia política
exige aclarar qué es lo que nuestro asombroso desarme unilateral representa.
Estamos poniendo a prueba, de manera experimental, la teoría realista de las
relaciones internacionales, que supone que una política de defensa como la de
Argentina implica un peligro para su integridad territorial. Desde una
perspectiva científica, es un experimento fascinante.
En verdad, hemos
optado por un modelo que nos impediría defendernos durante más de 24 horas de
un vecino como Paraguay. Esto significa que, actualmente, la Argentina es un Estado a
medias, en tanto sigue siendo un Estado sólo porque sus vecinos más
importantes, Brasil y Chile, quieren que siga siendo un Estado.
Politológicamente, un Estado es una red de organizaciones que administra y
defiende un territorio. Si un Estado no puede cumplir con esas funciones, no es
plenamente un Estado.
Esto implica que, en
realidad, la Argentina
es actualmente un protectorado de Brasil y Chile. ¿Sobrevivirá medio siglo con
sus límites actuales? A fines del siglo XVIII, Polonia hizo algo parecido y le
fue muy mal. Desapareció como Estado hasta 1919. Sin una gran guerra, fue
repartida entre Austria, Prusia y Rusia. Pero es muy probable que la historia
demuestre que nosotros los sudamericanos somos más "civilizados" que
los europeos.
¡Apuesten, señoras y
señores! Nunca más podrán jugar a una ruleta rusa nacional.