domingo, 3 de febrero de 2013

BÚNKERS, SOLDADITOS Y UNA MISMA REALIDAD





Juan Federico (Enviado especial)


Tres muertos al sur. Una trabajadora social asesinada en otro barrio al norte. Militantes baleados al oeste. En 2012, fueron 182 los homicidios en Rosario. Muchos más los heridos. En la mayoría de los casos, las víctimas fueron tiroteadas por conocidos. Violencia urbana, ajustes de cuentas, crímenes con el sello del narcotráfico. En enero, los crímenes ascendieron a 23. Demasiada muerte en una ciudad de 1.200.000 habitantes cuya tasa de homicidios supera dos veces y media la nacional.

En los últimos días, La Voz del Interior recorrió los diferentes barrios de “la Chicago Argentina” buscando entender qué pasó para que allí los asesinatos dupliquen a los de la ciudad de Córdoba (76 en 2012).
Las condiciones que describieron los vecinos, periodistas, trabajadores sociales, políticos, funcionarios judiciales y todos aquellos que en los últimos días se han sumado a esta suerte de debate nacional llamado Rosario se asemejan al mismo caldo de cultivo que hoy se cuece en el centro del país.

El volumen de las drogas que corre en los barrios rosarinos es similar a lo que se escucha en la Capital. Los “búnkers” son los “quioscos” cordobeses; y a quienes denominan “soldados”, pibes de corta edad que no estudian ni trabajan y que son tentados por las bandas que cada vez tienen más poder en los territorios, son los mismos “teros” (porque silban cuando notan algún movimiento extraño en sus zonas) que se paran en las esquinas de Maldonado, Yapeyú, Villa Cornú, Bella Vista, o los “barrios-ciudades” de Córdoba, para nombrar sólo algunos sectores donde esta modalidad hace tiempo que se expandió (o los llamados “perros”, que hacen de guardaespaldas baratos de los narcos locales).

Un poder en la sombra. Como ocurre en otras provincias del país, aquellos que son nombrados como los capos de diferentes clanes narco, lejos están de ser realmente los que se quedan con la tajada mayor. La Policía y la Justicia no han logrado aún ponerles nombre a quienes financian y lavan los multimillonarios ingresos de este mercado ilegal.
En Rosario, todos nombran a dos familias como las responsables de manejar el tráfico y comercio al menudeo en los barrios. Se trata de los Cantero y los Romero, que los investigadores presentan con un poder de fuego y económico “considerable” (aunque no existen pruebas judiciales contra ellos); y con una ostentación violenta entre los sectores pobres. Sin embargo, lejos están de ser los cerebros absolutos de un negocio fenomenal.

En Ludueña, Nuevo Alberdi, Tablada o Villa Moreno, zonas calientes del narcotráfico rosarino, las armas que se ven, calibre 22 o 9, son similares a las que ostentan los aprendices de narcos cordobeses. Sólo en los últimos tiempos han aparecido unas pocas ametralladoras, lo que generó una inquietud mayor. No existe, hasta ahora, un sicariato organizado, bandas sofisticadas, sino más bien pequeñas células de jóvenes a la deriva que encontraron en estos grupos, en la ostentación de un revólver, una manera simbólica de sentir pertenencia a alguna parte.

Incluso, en Rosario hubo muchos sorprendidos al enterarse de que en un barrio de Córdoba, Maldonado, los vecinos llegaron a pedir que se instalaran cámaras públicas para intentar contrarrestar el avance narco. Incrédulos, escuchaban también la historia de Mónica Torres, la vecina de barrio Yapeyú que vive con custodia policial, casi encerrada en su casa, luego de que hace dos años denunciara un “quiosco” cercano a su domicilio. ¿En serio que se tiene que mudar y todo allí sigue igual?, es la pregunta que surgió una vez que conocían su caso.

En ambas provincias, son adolescentes recién asomados a la vida la mayoría de los que mueren atacados o en enfrentamientos con jóvenes de la misma edad.

El Estado, en retirada. ¿Por qué en 2012 los homicidios en Rosario duplicaran a los de la ciudad de Córdoba? Tienta pensar que unos tienen mejor puntería que otros, pero esto no alcanza.
“Se trata de una espiral de violencia típica de un descontrol del territorio y un descontrol de las organizaciones criminales; hay un retiro del Estado (policial y social), sumado a la connivencia de las agencias policiales”, diagnosticó el fiscal federal Nº 2, Juan Murray, atestado de trabajo durante la feria judicial.

“Rosario es una ciudad linda entre los bulevares, pero después en los cordones hay una naturalización interna de los hechos de violencia”, agregó el funcionario judicial. En la puerta del edificio, se observa un buzón verde para que los ciudadanos puedan dejar denuncias contra los narcos y la Policía.
“Hay hechos de violencia todos los días –indicó el fiscal–, que son silenciados, porque las víctimas son nadies para la Policía y para la Justicia de la provincia. Esto recién empezó a tomar estado público cuando atacaron a personas que tenían organizaciones sociales por detrás que se movilizaron”.

Para el periodista e historiador Carlos del Frade (excandidato a diputado provincial por Proyecto Sur), en los lugares donde avanza la droga existe una complicidad de las fuerzas de seguridad y del poder político.
“Todos dicen que esto empezó a desbocarse cinco años atrás, pero hace 24 años que el problema del narcotráfico comenzó; fue con el peronismo cuando se generó en la provincia el huevo y cuerpo de la serpiente, y hace seis años, con el socialismo, empezó la madurez de esa serpiente”, describió.
“Ahora, hay una pelea política entre la Nación y la Provincia, pero eso es ‘fulbito’ para la tribuna, las cuestiones de fondo no se discuten”, enfatizó, y explicó: “En noviembre, el ministro de Seguridad de Santa Fe (Raúl Lamberto) fue interpelado en la Legislatura, respondió preguntas durante ocho horas, pero no se habló nunca de lavado de dinero, de la ruta de los dividendos del narcotráfico”.

Negocios y lavado. 
En Rosario se estima que los narcos generan entre 1.500 y 2.000 millones de pesos por año, lo que significa casi un tercio del presupuesto anual de la Municipalidad local.
Hoy, algunos han comenzado a preguntar de dónde surge el dinero de las enormes inversiones inmobiliarias que se están generando en diferentes puntos de la ciudad.
El periodista Del Frade también apuntó a la complicidad policial. “Hay nichos de corrupción muy fuertes de la Policía provincial, que parece que está atomizada, porque no todos responden a un mismo jefe (en referencia al entramado de las coimas) sino que cada grupo policial maneja un departamento de la provincia”, contó.

Ante esto, las organizaciones narco que supuestamente están en connivencia con un sector policial empezaron en los últimos años a intentar expandirse hacia sectores donde otros grupos ya tenían la zona liberada por una facción diferente de la misma Policía.
El enfrentamiento a los tiros a cualquier hora fue el paso siguiente. En igual dirección, apuntó el fiscal Murray: “Ante la deserción del Estado, se produjo una feudalización del territorio y de la ‘caja recaudatoria’”.

Un débil tejido social. 
La descomposición social ha sido clave. La Justicia provincial, al buscar culpables de estos crímenes, sólo se quedó en la parte del delito, no en su génesis. En su experiencia de trabajo, el fiscal federal ha entendido que ante la complejidad del problema no alcanza con el Código Penal.
“En los barrios –dijo–, la gente no habla si no está acompañada por un referente social, no confía en la Policía ni en la Justicia. Para abordar este problema, no hacen falta más abogados en las fiscalías, sino que se debe empezar a trabajar en conjunto con sociólogos y antropólogos sociales, por ejemplo”.

Del Frade denomina a la Policía como “Santafesina SA”. A fines de octubre, el escándalo sacudió a la provincia. El jefe de Policía, Hugo Tognoli, tuvo que renunciar tras conocerse una investigación en la que se lo relacionaba con narcos. Estuvo detenido pocos días y recuperó la libertad, aunque el proceso aún continúa. Pero, lejos de cambiar algo, su lugar fue ocupado por quien era el subjefe, Cristian Sola. Sobre él pesa una denuncia por presunto enriquecimiento ilícito, ya que tiene una mansión en la localidad de Roldán cuyo valor de mercado podría acercarse a los 500 mil dólares. “Que me investiguen”, contestó ante las críticas.
El ministro Lamberto aseguró que había otros 21 efectivos sospechados por vínculos con los narcos, pero no dio más detalles. El martes pasado, tres policías fueron detenidos y pasados a disponibilidad, ya que, en una investigación por el asalto que sufrió la fiscal Nora Marull, surgió que los uniformados habrían utilizado o recibido llamadas del celular que le robaron.

Marull investiga los incidentes que se produjeron el domingo 20 de enero último en la cancha de Newell’s Old Boys, donde la barra se enfrentó con la Policía, caos que derivó en la suspensión del clásico futbolero de la ciudad que se iba a disputar en otro punto de la ciudad, en el estadio de Central. Otra vez, la mirada del país se posó sobre la seguridad rosarina, incapaz de organizar un partido de fútbol en paz. Ante lo irracional del enfrentamiento entre barras y policías, quedó flotando la sensación de que algo estuvo “armado” para que la ciudad quedara de nuevo en el ojo nacional (en Villa Moreno cuentan que, en los saqueos de fin de año, los narcos reclutaban gente).

A diferencia de Córdoba, las barras bravas de los dos clubes más importantes de Rosario tienen una participación importante en la trama de las organizaciones mafiosas. Sus líderes se codean con sectores poderosos y aparecen siempre nombrados en las investigaciones por tráfico de drogas y ajustes de cuentas.
Cada vez que se buscan las raíces de la ola de crímenes que sacude hoy a la ciudad, los informantes terminan por nombrar a Roberto “Pimpi” Caminos, líder de la barra de Newell’s que fue asesinado en la madrugada del 19 de marzo de 2010, justo el día en que cumplía años quien fue durante 14 años amo y señor del club, el expresidente Eduardo López, también muchas veces investigado y nunca condenado por la Justicia rosarina por delitos financieros.

Tras el homicidio de este personaje, asociado al submundo de la droga y las armas, empezó, poco a poco, a desatarse el vendaval de tiros en las disputas de los grupos para ir ganando terreno en los barrios y la tribuna.

Policía y política. 
¿Y el poder político? Nadie hasta ahora subraya una vinculación directa entre altos funcionarios y narcos. “A la Policía el socialismo no la pudo manejar”, interpretó el periodista Del Frade. Sin embargo, del miedo a la corrupción no existe una gran distancia cuando el encargado de encontrar las soluciones no lo hace.
Otro escándalo podría salpicar al exgobernador socialista Hermes Binner, según trascendió de diferentes fuentes consultadas y que siguen de cerca la problemática narco en Rosario. Una persona que supo ser de su confianza habría sido filmada cambiando una importante suma de dinero en una “cueva” financiera del Centro rosarino. El mismo local al que los narcotraficantes suelen acudir con dinero sucio, según una denuncia pública.

Corrupción. Lavado de dinero. Complicidad. Inacción. Jóvenes desesperados. “El diagnóstico está, pero nadie reacciona”, remarcó Del Frade.
“Todo esto es por la droga, los chicos andan disparando drogados, los usan de ‘mulitas’ y los narcos están protegidos por la Policía porque a ellos los cuidan más que a nosotros”, resumió Stella Maris Gómez (“Lita”), una vecina de Villa Moreno que en la madrugada del 1º de enero del año pasado se topó con la peor cara de este drama: su hijo, Claudio Suárez (19, “el Mono”, para todos), fue uno de los tres pibes ejecutados por un grupo narco que los confundió con “soldaditos” de una banda enemiga.

Rosario parece haber regresado, en los últimos tiempos, a aquella “Chicago argentina” de la década del ’30. Los hoteleros se espantan cuando se enteran de que los periodistas allí alojados viajaron para cubrir los crímenes con raíz narco. “Se nos caen las reservas por lo que están mostrando en Buenos Aires”, señalaron.
En el Centro, la gente va y viene ajena a un drama que aún no lo siente cerca, pese a tanta muerte. El Gobierno local asegura que se preocupa en contrarrestar la ola de crímenes. Remarca que, en la mayoría de los asesinatos, la víctima conocía a su victimario. “No es un problema de inseguridad”, intenta tranquilizar. En el medio, las mezquindades políticas. “Narcosocialismo”, disparó el diputado kirchnerista Andrés Larroque en noviembre. “Las fronteras por las que entra la droga tienen que custodiarlas ellos”, respondieron desde el socialismo.

En el cordón de pobreza que rodea a la ciudad, los vecinos sobreviven como pueden entre balazos, “soldaditos”, “búnkers”, deserción escolar, changas, clientelismo, aguas servidas y un listado de necesidades ante las que hoy sólo el narco parece reaccionar en beneficio propio.
Negocio millonario. Los narcos generan entre 1.500 y 2.000 millones de pesos por año, lo que significa casi un tercio del presupuesto anual de la Municipalidad de Rosario.

La Voz del Interior, 3-2-13