ROMÁN
LEJTMAN
Especial
para El Cronista, 19-3-13
No. Fue la respuesta
simple y contundente que recibió la diplomacia argentina cuando exigió a la
Oficina de Prensa de la Santa Sede que desmintiera la nota publicada ayer en El
Cronista, revelando un montaje informativo urdido por el Gobierno para bloquear
la elección de Jorge Bergoglio como Papa.
La negativa del
Vaticano fue comunicada a la delegación argentina horas antes del almuerzo que
compartieron la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el Papa Francisco,
quien en su frugal desayuno ya había leído las notas de los principales diarios
argentinos. La tapa de El Cronista no sorprendió al Sumo Pontífice: sabía que
un dossier sucio que lo vinculaba con las atrocidades de la dictadura militar,
había sido redactado y entregado por el embajador argentino en el Vaticano,
Juan Pablo Cafiero, a un cardenal de llegada directa a Fernández de Kirchner,
que se plegó a las intenciones oficiales de sepultar las posibilidades de
Bergoglio en la Santa Sede.
El embajador Cafiero
basó su dossier sucio en las notas publicadas por Horacio Verbitsky, que
denunciaban la supuesta colaboración de Bergoglio en los secuestros de los
sacerdotes Francisco Jalics y Orlando Yorio, desaparecidos durante seis meses
en las mazmorras de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Cafiero sabía
que la presunta información periodística había sido descartada por la justicia federal,
pero no le importó la verdad histórica. Cumplió órdenes de la Casa Rosada, que
no quería a un enemigo local transformado en líder mundial y con poder Urbi et
Orbi.
La tapa fue
comentario obligado de la comitiva oficial, aunque frente a los periodistas
argentinos y extranjeros, el canciller Héctor Timerman y el vocero Alfredo
Scoccimarro restaron importancia a la nota exclusiva que revelaba una operación
política vergonzosa.
Ninguno de los dos,
pese al encuentro a solas que iba a protagonizar Cristina Fernández de Kirchner
y Francisco, pudieron lograr que la Santa Sede emitiera un comunicado
desmintiendo una información que ya conocían los 115 cardenales que eligieron a
Bergoglio como sucesor de Benedicto XVI.
Cafiero llegó al
Vaticano portando su apellido y su alcurnia peronista, que no es poca. Su padre
Antonio ocupó ese mismo lugar meses antes del golpe de Estado de 1976, y tuvo
el gesto de regresar a la Argentina antes que Isabelita fuera derrocada por la
Junta Militar. Pero Juan Pablo no tiene los contactos y la trayectoria política
de su padre, y usó un atajo para reemplazar su escaso peso diplomático en Roma:
se aprovechó de la influencia de Esteban Caselli, ex embajador de Carlos Menem,
que llega sin obstáculos a los cardenales más preocupados por la irrupción de
Bergoglio en el escenario pontificio.
Caselli utilizó su
escaso italiano para introducir a Cafiero en el lado oscuro de la Curia, que ya
está en jaque por la agenda secreta de Francisco, conjurado con determinados
cardenales de Estados Unidos, América Latina y Europa para terminar con la
corrupción del Banco Vaticano y los múltiples casos de pedofilia que asolaron a
las iglesias del mundo.
Cafiero de la mano de
Caselli llegó a Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI, y a Ángelo
Sodano, secretario de Estado de Juan Pablo II, ambos rozados por los
expedientes secretos que revelan el encubrimiento de presuntas operaciones de
lavado de dinero sucio y de la actuación de miembros de la Iglesia que
aprovecharon su influencia pastoral para seducir a niños indefensos.
Cafiero, aconsejado
por Caselli, escuchaba la liturgia de Bertone y Sodano, sacaba sus propias
conclusiones, y escribía cables secretos que enviaba al canciller Timerman.
En uno de esos
cables, Cafiero alertó al gobierno argentino sobre las posibilidades de
Bergoglio, ante un cónclave que aparecía dividido entre candidatos de origen
italiano y brasileño.
Frente a la
advertencia del embajador argentino en el Vaticano, Balcarce 50 decidió usar
las notas de Verbitsky para bloquear la posible designación de Bergoglio en la
Santa Sede.
El periodista más
cercano a la lógica informativa de Cristina Fernández había publicado que
Bergoglio, como Provincial de la Compañía de Jesús durante la dictadura, no
había protegido la vida de los sacerdotes Jalics y Yorio, secuestrados por un
grupo de tareas de la ESMA.
Sobre esta presunta
información, y asesorado por un diputado con nombre propio en los organismos de
Derechos Humanos, Cafiero cocinó un dossier sucio que montó sobre las notas de
Verbitsky.
El dossier fue
entregado a un cardenal vinculado a Bertone y Sodano, que conoce a Cristina
Fernández, y que ya ha tenido diferencias con Bergoglio cuando actuaba en la
Catedral de Buenos Aires.
Ese dossier llegó sin
escalas a una de las deliberaciones previas al Cónclave que eligió al Papa
argentino, estaba escrito en español y fue impreso con letras grandes y sin
ningún membrete o sello oficial.
Sólo refería a las
notas de Verbitsky, y omitía el fallo del Tribunal Federal Nº 5 en la causa ESMA,
que descartó por su ligereza probatoria las acusaciones contra Bergoglio.
“Es totalmente falso
decir que Jorge Bergoglio entregó a esos sacerdotes. Lo analizamos, escuchamos
esa versión, vimos las evidencias y entendimos que su actuación no tuvo implicancias
jurídicas en estos casos. Si no, lo hubiésemos denunciado, aseguró el juez
federal Castelli, cuando se le preguntó sobre la responsabilidad de Bergoglio
en la desaparición de Yorio y Jalics.
Y añadió: No juzgamos
si Bergoglio pudo haber sido más o menos valiente. La pregunta es si entregó
sacerdotes o no. Y coincidimos en que no hubo razones para que lo
denunciáramos”.
Antes del almuerzo en
la residencia Santa Marta, el Papa saludó a la comitiva oficial que le presentó
Cristina.
Desfilaron, sin turbarse,
Timerman, Scoccimarro y Cafiero, a quien algunos le auguran poco tiempo cerca
del Vaticano.
Igual que al cardenal
Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, y a
su colega y amigo Bertone, que fue secretario de Estado y Camar Lengo. Los tres
saben que Francisco sabe.
Alea Jacta Est (la
suerte está echada).