La misericordia y la beneficencia son
amigas de Dios
San Gregorio de Nisa (s. IV)
Ve
un hombre a su prójimo que no tiene pan ni medios para procurarse el alimento
indispensable y en vez de apresurarse a ofrecerle ayuda para rescatarlo de la
miseria, lo observa como quien observa una planta verde que se está marchitando
lastimosamente por falta de agua.
Y
sin embargo, ese hombre abunda en riquezas y podría ayudar a muchos con sus
bienes. Lo mismo que el caudal de una sola fuente puede regar una vasta extensión
de terreno, así la abundancia de un solo hogar puede librar de la miseria a un
gran número de pobres, si no lo impiden la tacañería y la avaricia del hombre,
como acontece con una roca que cae en el arroyo y desvía la corriente.
No
vivamos únicamente según la carne: vivamos según Dios. La misericordia y la
beneficencia son las amigas de Dios. Si se establecen en el corazón del hombre,
lo divinizan y lo modelan a semejanza del soberano Bien, para que sea imagen de
la esencia primera y simplísima que supera todo conocimiento.
Sed,
pues, moderados en el uso de los bienes de esta vida. No os pertenece todo; al
menos una parte de estos bienes debe quedar para los pobres, que son amados
especialmente por Dios. Pues todo viene de Dios, que es Padre común de todos, y
todos nosotros somos hermanos de raza. Lo ideal sería que los hermanos
disfrutasen de una parte igual de la herencia. Pero si algunos se apropian la
mayor parte de la herencia, que al menos los demás tengan también una parte. Y
si alguno pretende poseer la herencia toda entera con exclusión de sus
numerosos hermanos, éste es un tirano despiadado, un hombre sin corazón, un ser
insasiable.
Usad,
pues, de los bienes de la tierra, pero no abuséis de ellos.