Alejandro Alí Badrán*
La reciente elección
del cardenal Jorge Bergoglio como papa Francisco, máxima autoridad religiosa de
la feligresía católica, nos ha sorprendido más que gratamente a los miembros
del Comité Interreligioso por la Paz (Comipaz).
Este flamante papa ha
compartido con los que trabajamos por la paz varias tareas institucionales,
como la Comisión Episcopal de Ecumenismo, Relaciones con el Judaísmo, el Islam
y las Religiones (Ceerjir), y la Comisión de Ecumenismo y Diálogo
Interreligioso de la Arquidiócesis de Buenos Aires.
Indudablemente, es un
gran orgullo para todos los argentinos que un compatriota asuma el más alto
cargo dentro del catolicismo, con la gran responsabilidad que ello implica.
Sabemos de su capacidad de conducción y, por sobre todo, sus cualidades como
hombre de bien, por lo que pedimos a Dios que bendiga al flamante papa
Francisco y que lo guíe por el sendero de la paz.
Reflexionando sobre elecciones
de guías religiosos, vemos algo que dice el islam. El liderazgo político, junto
al elevado rango espiritual y las conducciones sociales, eran algunas de las
funciones del profeta Mahoma (Muhammad). Con la muerte de este profeta, se
cerró la puerta de la enseñanza divina de la revelación y su explicación.
Desde ese momento, y
obligada esa nueva comunidad islámica a elegir un sucesor, se lo designa como
califa (“jalifa”, en árabe, significa heredero de la tierra, en el sentido de
que la tierra le ha sido entregada por Dios a la humanidad).
Fue elegido Abu Baker
como primer califa, en un gobierno al que hoy calificaríamos de político, pues
se ocupa de los asuntos concernientes a la vida mundana y material de la
comunidad.
Se trata de una
administración a la medida de los hombres que ya no guardan una relación
especial con la divinidad, sino que buscan un líder capaz de unir y guiar a
todas las personas a la verdad, a la justicia, a la defensa contra la opresión,
a la paz y, en definitiva, a una vida feliz en este mundo, tanto en forma
individual como social.
La visión política
más común en la actualidad sostiene que el gobierno tiene como función
específica sostener el orden material de la sociedad, garantizando su vida
confortable, equitativa, y satisfaciendo sus necesidades elementales y
naturales, al menos en teoría.
Los asuntos
espirituales quedan al margen y son un ingrediente más, al que ni siquiera se
da importancia, pues de esto se encargan las instituciones religiosas y no el
Estado o el gobierno. En esta concepción, vemos que nos encomendamos a Dios y
pedimos su ayuda en los momentos difíciles, cuando todos nuestros recursos
humanos fracasan.
Un guía de los seres
humanos no puede cercenar la realidad y pretender desconocer a Dios, gobernando
sobre el cuerpo y sus necesidades –pan, salud y trabajo–, como las grandes
metas, y descuidar el espíritu, la adoración y la obediencia a Dios. Se debe
buscar la verdadera justicia, la realización plena del hombre, tener
sensibilidad por los pobres y por los que más sufren, cuidar de la naturaleza y
el equilibrio en el consumo.
En el islam, no está
permitido que un político ejerza sus funciones independientemente de lo que
establecen las leyes islámicas, contenidas en el Corán y la tradición del
profeta, que son las que garantizan el orden y la armonía, de modo que la
intervención del referente religioso es fundamental, por lo que rogamos al
Altísimo que bendiga e ilumine a todos los gobernantes del mundo. Uassalamu
Alaicum (La paz sea con todos).
*Imán, integrante del
Comipaz
La Voz del Interior,
19-3-13