Sebastián García Díaz*
El avance más
importante en la lucha contra el narcotráfico en Córdoba tal vez sea que ya no
hay nadie capaz de negar la magnitud y profundidad del fenómeno y sus
implicancias en el crecimiento de la inseguridad, su entramado estructural con
la marginación social (el incipiente proceso de favelización de varios barrios,
que supimos denunciar en 2009), el terrible impacto del consumo de drogas y
alcohol en sectores cada vez más amplios y más adolescentes de nuestra juventud
y el vínculo directo de los narcos con la corrupción política, judicial y
policial de nuestra provincia.
Sin embargo, la
realidad avanza mucho más rápido que nuestra capacidad de percibir y, sobre
todo, de reaccionar de nuestros gobernantes.
¿Qué está ocurriendo
hoy? Hay barrios, como Bajada de San José, donde los narcos se juntan a la
vista de todos, prenden fogatas, tienen rituales y (aunque nos cueste creerlo)
someten a los niños y adolescentes a abusos como rito de iniciación.
Allí, el ómnibus no
ingresa porque la calle de entrada parece un surco de río seco. Tampoco los
patrulleros ni los asistentes sociales (ni los misioneros religiosos) se están
animando a entrar. En esa calle, los chicos que se drogan les cobran “peaje” a
las mujeres para dejarlas pasar.
En otros barrios, las
disputas por territorio entre las bandas, a tiros y con muertos, se están
convirtiendo en moneda corriente. Los vecinos están indefensos y desesperados.
En los colegios –como ocurrió–, los que se drogan golpean al compañero
“buchón”.
Las directoras no
saben qué hacer. No tienen protocolo de actuación, ni programas de prevención
sustentables. El que consolidamos durante mi gestión –“Quiero Ser”– fue
discontinuado. No tienen adónde mandar a un chico con problemas de consumo. Los
padres llaman desesperados para pedir que alguien los ayude a convencer a sus
hijos de que van por mal camino. Pero, por ahora, el Estado los espera sólo al
final, cuando ya cometen un delito.
Los jueces indican
que 80 por ciento de las causas penales tiene como antecedente directo el
problema de las drogas (un porcentaje que se repite –incluido el alcohol– en
los que ingresan al Hospital de Urgencias, según sus propios médicos).
En expansión. El
vínculo entre los bailes de cuarteto y la droga se ha consolidado de tal manera
que se requerirá una intervención igual de enérgica e integral que la necesaria
en el peor de los barrios. Y no debe diluirse este dato: los propios chicos nos
dicen en las encuestas que el 50 por ciento de las veces que les ofrecen droga
es dentro de los boliches. La nocturnidad, sin embargo, sigue siendo tierra de
nadie.
Hasta ahora, no se ha
invertido un centavo del millonario presupuesto publicitario del Gobierno provincial
en desarrollar campañas de prevención para ayudar a que los chicos
“problematicen” su consumo y las consecuencias. Tampoco se construye ningún
centro de asistencia a adictos y no se prepara al sistema de salud para atender
a los consumidores sin recursos ni obra social.
Pero la novedad más
grave de los últimos cinco años es que el narcotráfico en Córdoba ya no opera
sólo en el circuito de la droga sino que ha comenzado a liderar a miles de
delincuentes que antes andaban sueltos. Les provee las armas, los tienta con
droga, reduce lo robado y paga en efectivo, mientras se encarga de llevar lo
robado a otras plazas.
Es cuestión de tiempo
para que esta base de “crimen organizado” comience a operar delitos más
complejos: secuestros, robos de bancos, etcétera. ¿Cuánto tiempo puede pasar
para que el dinero del narcotráfico financie y ponga al intendente de una
ciudad importante, al jefe de Policía, al fiscal, al diputado o incluso al
gobernador?
Como la política ya
les abrió la puerta para que pasen por Córdoba y se procesen esos enormes
cargamentos de cocaína y marihuana, así como la producción de drogas
sintéticas, será difícil que esos mismos políticos se las cierren ahora. La
distorsión ha degenerado tanto que, en varios barrios, los punteros políticos
son los principales proveedores de droga y los policías, sus principales
guardianes (y los líderes de las barras bravas, sus operadores).
Perdón que sea así de
claro y así de crudo. Pero es insoportable ya la ansiedad que produce ver cómo
crece este cáncer en Córdoba (no sólo en las principales ciudades sino también
en cada uno de sus pueblos) y el tiempo valioso que estamos perdiendo de dar un
golpe de timón contundente, antes de que sea demasiado tarde.
*Exsecretario de
Prevención de la
Drogadicción y Lucha
contra el Narcotráfico de Córdoba