Claudio Chaves ~
Julio 7, 2013
El jefe de Gobierno
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por intermedio de su ministro de
Educación, Esteban Bullrich, ha propuesto a la Legislatura la sanción de una
ley por la que se crea el Instituto de Evaluación de la Calidad y Equidad
Educativa. El nuevo organismo tendrá autarquía financiera y su director será
designado por el Jefe de Gobierno a propuesta del ministro de Educación. Esta
figura daría al Instituto, por un lado, independencia económica y por el otro
directa vinculación con el área educativa. No hay duda de que la decisión es de
alto impacto político al traer al debate público un asunto tan acuciante como
es la calidad y el nivel educativo de alumnos y docentes.
La Ley de Educación
26.206, sancionada por el actual Gobierno Nacional a instancias de quien era su
ministro, por aquellos años, Daniel Filmus, y su vice y actual ministro de
Educación Alberto Sileoni, es muy clara al respecto. En su artículo 11 manda
que “Los fines y objetivos de la política educativa nacional son asegurar una
educación de calidad con igualdad de oportunidades”.
De manera que la
búsqueda de la calidad educativa es una exigencia de la ley y una demanda de la
sociedad, que ha visto en los últimos años caer los saberes académicos en todos
los niveles educativos.
Cierto es que la ley
26.206, al hacer obligatoria la enseñanza desde preescolar hasta finalizar la
secundaria, promovió el ingreso masivo de jóvenes a las escuelas y lo que se
ganó en cantidad se perdió en calidad. Así estamos. De modo que ya es tiempo de
plantearse la calidad como una necesidad de la nueva etapa masificada. Así lo
ha entendido la Ciudad de Buenos Aires al elevar la ley a la Legislatura.
Sin embargo la
propuesta encuentra férreos opositores en el arco del progresismo capitalino,
tanto como en los sindicatos de igual perfil, como son UTE y ADEMYS.
Sin embargo la
vanguardia ideológica, bajo cuyo paraguas se protegen los capitalinos, es el
ámbito del Ministerio de Educación nacional, conducido por Alberto Sileoni.
Allí se halla la usina del progresismo educativo que tanto daño ha causado a
nuestra educación en los últimos años. Este mismo ministro es quien ha
afirmado: “La educación comparativa no se mide sólo en términos de rankings; no
es necesario saber cuánto mal o cuanto bien nos va, porque los caminos son más
generosos y más amplios. Debería haber un ranking del esfuerzo”.
A ver si entendí, si
este modus operandi lo lleváramos a las aulas, si bajáramos este encuadre macro
a lo micro, la cosa sería más o menos así: como no interesa conocer cuán mal o
bien le va a los alumnos, no habrá, entonces, evaluación. No se medirá la
calidad de sus conocimientos pues de hacerlo surgiría la comparación que tanto
daño ha causado a nuestros niños. Solución: se los promueve y listo. ¿Será por
esto que el ministro habla de generosidad y amplitud?
¿Es este disparate lo
que anhela Sileoni?
Sospecho que no es lo
que en el fondo desea. Es un buen hombre. Pasa que el progresismo, la ortodoxia
de sus ideas y el dogmatismo de su encuadre anulan las buenas intenciones de
los más pintados.
Respecto del
esfuerzo, el conjunto de los docentes argentinos tiene claro este valor, a
condición de no suplir los conocimientos académicos y la calidad de los mismos
por la voluntad y el empeño.
Atribuciones del
Instituto
Contribuir al
mejoramiento de la calidad y equidad educativa por medio de evaluaciones
periódicas a alumnos, docentes, instituciones educativas y al mismo Ministerio.
Estas evaluaciones o
estudios de investigación arrojarán datos duros que el Ministerio manejará
internamente, bajando la información a las distintas direcciones de área
(primaria, media, institutos de formación) para continuar, luego, el recorrido
por la vía orgánica, como siempre ha sido. En la inteligencia que la evaluación
y su devolución forman parte del proceso de aprendizaje.
Con este encuadre el
progresismo capitalino dice no al Instituto. Por un lado, porque saben del
impacto político de la propuesta, que tiene enorme atractivo ciudadano y por el
otro, razones ideológicas los impulsan a decir que no.
No adhieren a la idea
de evaluaciones generales, esto es la misma para todo el alumnado. Creen que
las políticas educativas de evaluación deben estar definidas a partir de los
contextos sociales, culturales y económicos en el cual se desarrollan las
acciones. En otras palabras y para decirlo sin subterfugios, las evaluaciones
tendrán dos niveles: una para ricos y otra para pobres.
Exagerando, pero al
solo efecto de que se entienda, si de matemática hablamos, a unos se le tomará
dos más dos y a otros, regla de tres simple.
El progresismo, de
esta manera “generosa” se transforma en el vehículo de la fragmentación
educativa y la nivelación para abajo. Claro… en el espacio de los pobres. ¡Con
estos candiles más vale estudiar a oscuras!