Alberto Buela
El primer viaje
internacional que realizó el Papa Francisco fue al Brasil donde en una misa
sobre la playa de Copacabana en Río de Janeiro juntó la friolera de tres
millones de feligreses. No hay hoy en el mundo ningún dirigente político que
junte tamaña cantidad.
Es sabido que los
Papas y en general los grandes dirigentes del mundo hablan por hablar, en un
discurso donde el “buenismo” campea en todas las oraciones, pero aquello que no
dicen es, paradójicamente, lo que terminan haciendo. Esto es normal y así hay
que tomarlo. Es que el simulacro es la moneda de cambio de los discursos
públicos; de los discursos a las masas.
Francisco rompió esa
regla de oro con dos frases emblemáticas: una cuando llegó: no traigo oro ni
plata, traigo a Jesucristo y otra cuando partió: Río es el centro de la Iglesia.
El espaldarazo que le
dieron los pueblos brasileño y
argentino, y en general el pueblo
hispanoamericano fue total. Este respaldo masivo tanto con la asistencia en
persona (los tres millones) como mediática consolida su figura y su poder
dentro y fuera de la
Iglesia. Hoy Francisco no es Papa sólo para los católicos
sino para todos.
Su mensaje resumido
en no traigo oro ni plata sino a Jesucristo
fija una posición clara y terminante frente a la sociedad de consumo, el
capitalismo salvaje, el imperialismo internacional del dinero, como decía Pío
XII. Y sobre todo frente a los ideólogos
progresistas de una modernidad sin destino con sus propuestas de: relativismo
moral y cultural, aborto, eutanasia, matrimonio homosexual, sacerdocio
femenino, anulación del celibato, consumo de drogas, exaltación del mundo gay,
etc.
Francisco habló y dio
las directivas: quiero pastores con olor a ovejas que salgan a la calle y a los
jóvenes que hagan lío. En una palabra, hay que salir a evangelizar.
La diferencia en este
aspecto entre las tres grandes religiones monoteístas del mundo, judaísmo,
islamismo y cristianismo, es que los judíos no salen a convencer a los no
judíos de las bondades del judaísmo. Ellos siempre se han comportado como un
grupo cerrado y autocentrado en donde les es suficiente los que son. En su
milenaria historia nunca buscó hacer proselitismo.
Mientras que el Islam
y el cristianismo sí han buscado siempre extender su mensaje a otros pueblos.
La diferencia entre ambos es que islamismo busca hacer prosélitos y difundir su
mensaje “a palos”, por la fuerza y el cristianismo lo intenta realizar por la
persuasión.
El otro rasgo
significativo de su prédica brasileña fue el cambio de centralidad de la Iglesia : Río es la capital
de la Iglesia. Esto
no quiere decir que Roma deje de ser la sede de la Iglesia sino que los
grandes conglomerados de católicos de las sociedades periféricas y sus demandas
van a ser, de acá en más, los que
produzcan sentido en el accionar de la Iglesia.
Y acá entra la figura
del pueblo como categoría principal en la teología de Francisco. El pueblo para
él es el “productor de sentido” y no las
élites ilustradas que en el caso de la Iglesia sería el cuerpo colegiado de obispos y la
curia romana.
Esta disyuntiva está
claramente resuelta por Francisco a favor del pueblo cristiano y sus demandas,
solicitudes y necesidades. Y en este sentido es él fácilmente ubicable en lo
que se llamó teología popular o religiosidad popular.
Es poco conocida esta
corriente ideológica que tuvo su fuente de inspiración en un eminente teólogo
porteño que fue el padre Lucio Gera. Gera es la clave de bóveda para entender
los planteos y los presupuestos teológicos de Francisco.
Lucio Gera, un hombre
elegante y fino, perito del Concilio Vaticano II, amigo de un primo hermano
nuestro, Héctor del Río, en los tiempos en que inició su carrera de sacerdote
como cura teniente en la parroquia de San Bartolomé. Él con su rescate de la
religiosidad popular fue quien mayor oposición teológica ofreció, por afinidad
de miras (la preeminencia del pueblo) , a la teología de la liberación en
Nuestra América.
Nosotros tuvimos
ocasión de conversar con él unos meses antes de su muerte y nos dijo: “Alberto,
el grave problema de la
Iglesia hoy es el clericalismo, que es esperar todo de los
curas. Es hora que los laicos tomen parte activa en la tarea de evangelización
de la Iglesia ”.
Y esto es lo que ha
solicitado Francisco en Brasil como nudo y corazón de su mensaje.
La teología popular,
que no es populismo, otorga la productividad de sentido al pueblo como sujeto
de la historia, en contraposición a la teología marxista de la liberación que
reserva ese privilegio a una clase social: el proletariado.
Confía en la
expresión de la fe sencilla del pueblo, sobre todo del pueblo pobre, que no
sufre ninguna mediación culta o Ilustrada que la desvirtúe.
Es por esto, por ese
privilegio que Francisco otorga teológicamente al pueblo, que muchos en
Argentina hablan del Papa peronista.
Nosotros creemos que
no se debe hablar así, porque es un error encerrar al Papa dentro de un
pensamiento político determinado. No se puede ideologizar el evangelio.
Cabría preguntarse
cuales son las potenciales resistencias mundanas al mensaje de Francisco. En
primer lugar la de todos aquellos que quieren hacer de la Iglesia católica una “nada
de Iglesia”. Así, una Iglesia que acepte el aborto, el matrimonio gay, el
sacerdocio femenino, que termine con el celibato obligatorio (Leonardo Boff).
Que acepte la eutanasia, el divorcio irrestricto y el consumo de drogas. Todo
ello haría de la Iglesia
una “nada de Iglesia”, una no-Iglesia.
En el fondo, el gran
enemigo de Francisco es “el catolicismo a la carta”. Catolicismo que, en
general, es propuesto por los enemigos históricos de la Iglesia y propalado
mañana, tarde y noche por los grandes medios masivos.
Francisco no tiene
oro ni plata; no tiene ejércitos; no tiene poder terrenal y no existe ningún
presidente ni Estado del mundo que se declare expresamente católico. La única
posibilidad es, más allá de la asistencia del Espíritu Santo, recurrir a los pueblos periféricos de matriz
cristiana (Europa es una naranja exprimida) para con su ayuda lograr cambiar el
desorientado curso del mundo actual.
El conflicto que se
le plantea a Francisco no es ya el de los años sesenta y setenta Iglesia-mundo
sino el de Iglesia- poderes mundanos. Es que estos últimos están en manos
anticristianas. Al menos en Iberoamérica, en los cuatro principales países, la
clase dirigente brasileña es filo evangélica, la de Argentina es filo sionista,
la de Colombia es pro estadounidense y la de México pro masónica. Es que hoy,
como ha dicho el brillante Vittorio Messori: el anticatolicismo ha reemplazado
al antisemitismo.
No es poca la lucha
que le espera.