El verdadero
terror empieza cuando una buena mañana
te despiertas y
descubres que los que están dirigiendo el país
son tus
ex-compañeros del colegio secundario.
Kurt Vonnegut
Denis Martos
¿Les gustaría saber
quién usó realmente armas químicas en Siria? ¿Les interesaría saber quién es el
responsable por la muerte de más de medio millar de personas inocentes?
¿Quisieran saber por qué decidió utilizar armas químicas el que las empleó; sea
quien fuere el que lo decidió?
Olvídenlo.
Ya está decidido y
establecido que eso no es lo que importa; que eso no es lo que les tiene que
interesar. Suceda lo que suceda en los próximos días, todas esas preguntas
quedarán casi seguramente sin una respuesta cierta del mismo modo en que todavía
se sigue discutiendo sobre qué pasó realmente aquél famoso 11 de Setiembre del
2001 y hasta el día de hoy no sabemos quién mató a John F. Kennedy, y – sobre
todo – seguimos sin saber por qué lo mataron.
En todos estos casos
no son los hechos los que importan. Como que tampoco importó si hubo o no armas
de destrucción masiva en Irak. Lo que importa es el pretexto que se puede
construir sobre la base de los hechos, sean éstos ciertos o no. No son los
hechos los que sirven de pretexto. La cosa funciona al revés. Si lo que
necesitamos es un pretexto, construimos los hechos que pueden servir de base a
ese pretexto buscado. Y como al pretexto no conviene mencionarlo – sería
demasiado burdo – hacemos una gran alharaca con los supuestos hechos para
justificar el pretexto. Es un poco complicado pero, al fin y al cabo, nada tan
imposible de entender.
Buena parte de la
plutocracia norteamericana y Barack Obama en el estrado visible están buscando
desesperadamente una oportunidad para atacar a Siria. ¿Por qué? Simplemente
porque necesitan hacerlo. Sencillamente porque evaluaron que ya no tienen más
remedio. Porque entre una serie de malas opciones ésta seguramente les parece
la menos mala. Porque la situación se ha estirado por demasiado tiempo sin una
definición clara y amenaza con descontrolarse. Porque la aventura de la
"primavera árabe" les salió para el demonio, al menos en su mayor
parte. Porque a Israel no le hace ninguna gracia tener un foco de incendio al
otro lado de la calle con el fuego alimentado por cuanto fanatizado delirante
anda corriendo por ahí entre las dunas y las mezquitas matando gente en nombre
de Alá mientras los estrictos ortodoxos hebreos, con el mismo delirante
fanatismo, impulsan a hacer lo mismo y hacen los mismo pero con otras personas
en nombre de Yahveh. Porque a los saudíes no les hace ninguna gracia que les
embarren el negocio petrolero; como que tampoco a ninguno de los demás
petroleros – sean de dónde fueren – les hace gracia que les desgreñen la
generación tranquila de los dólares que pagan el petróleo.
Después de los
mamarrachos geopolíticos y militares que la conducción norteamericana le hizo
cometer a George W. Bush en su afán de lograr el control de la región, Barack
Obama arrancó, en un principio, con la misión expresa de gerenciar la
tranquilización de los ánimos. Por eso fue que recibió el Premio Nobel de la Paz sin haber hecho
absolutamente nada relevante para merecerlo. Para eso fue que le diseñaron un
catálogo de promesas. Prometió solucionar el problema de Afganistán, prometió
una democracia iraquí viable, prometió liquidar Guantánamo, prometió
transparencia y racionalidad política, prometió remontar la crisis financiera
del 2008.
Prometió. Como lo
hacen todos los políticos, en todas las democracias, todas las veces en que hay
que salir a recolectar votos. Prometió lo que la mayoría bovina de votantes
norteamericanos y los ovejunos opinólogos internacionales querían oír: paz
mundial, valores democráticos, entendimiento, distención, libertad, progreso,
bienestar, trato justo, honestidad, racionalidad, previsibilidad … El etcétera
es largo.
Y ya aburre.
Porque, como era casi
previsible, nada de eso se cumplió. Las promesas perdieron su credibilidad con
el Wikileaks; con el fiasco de la "primavera árabe"; con el desastre
de Egipto; con el asesinato de Gaddafi y la conversión de Libia en un
campamento de frenéticos trastornados; con el enfrentamiento fogoneado desde el
exterior y magnificado desde el interior entre islamistas y laicos árabes, y
entre mahometanos de distintas sectas.
A todo lo cual, para
colmar el vaso del descreimiento, se agregó el último "Wikileaks" de
Edward Snowden cuyas informaciones terminaron engrosando el banco de datos de la KGB.
Perdón. Sí. Ya sé.
Ahora se llama FSB. Deslices que uno tiene …
El hecho es que, unos
dos años atrás, allá por el 2011, a Obama le hicieron creer que lo de Siria
sería poco menos que un corto paseo por zonas apenas algo escarpadas. Ése fue
el escenario que le pintaron sus "think-tanks", sus aliados en la
región, las monarquías árabes rescatadas de la masacre "primaveral"
y, no en menor grado, los estrategas de esa "única democracia en Medio
Oriente" que actúa de portaaviones terrestre del hegemonismo global
norteamericano a cuya sombra esos estrategas especulan no solo con sostenerse
sino hasta con expandirse para constituir el Gran Israel. En el embrollo
resultante, Turquía espoleó el conflicto especulando con conveniencias
circunstanciales. Francia y Gran Bretaña recordaron de pronto sus antecedentes
coloniales en la zona y sus presiones – o quizás sería mejor decir sus
pretensiones – exhortaron en tono arrogante a un "ordenamiento" de la
cuestión siria.
Pero hete aquí que el
malvado Bashar al-Assad se mantuvo en su puesto. Resultó inútil armar y financiar
a una oposición tan heterogénea que de ella lo único que se sabe a ciencia
cierta es que pretende el derrocamiento de Assad pero, como ya sucedió en
Egipto, no es nada seguro que, una vez logrado ese objetivo, la matanza no siga
entre facciones que terminarán disputándose el botín masacrándose entre sí.
Con ello, el riesgo
no es menor. Assad será todo lo que dicen de él pero la alternativa tampoco es
brillante, por decir lo menos. Una cosa es obvia: a pesar de ciertos
descerebrados que quisieran elucubrar lo contrario en función de nebulosas
conspiranoias, Occidente no tiene amigos en la zona. Y si los tiene, la fuerza
de estos "amigos" no alcanza para contrarrestar a la de los
verdaderos enemigos. Si Assad es derrocado, lo que obtendremos es un Afganistán
injertado al Oeste de Irak quedando Irán haciendo de jamón del sandwich con
fronteras hacia ambos lados.
Miren el mapa. No
hace falta ser ningún especialista en geopolítica para verlo con claridad.
Por supuesto, la gran
incógnita en toda esta serie de ecuaciones estratégicas es Rusia (y hasta
cierto punto China). Pero no nos engañemos con supuestas conjuras
internacionales que no existen más que en la corta imaginación de personas a
las que les resulta más fácil creer en una confabulación esotérica que en los
pedestres hechos concretos de la política real.
Porque lo real es
que, a Rusia, Siria le importa un bledo, del mismo modo que le importó un
rábano todo el macabro sainete anterior del Norte de África. Lo que a Rusia le
importa de Siria es el puerto de Tartús – que es la única base militar de Rusia
en el extranjero y además específicamente sobre el Mediterráneo – y lo que le
interesa es la vía por la cual el gas de la zona de Medio Oriente puede llegar
a Europa a través de Turquía para competir con Gazprom. El gas ruso le calienta
el trasero a media Europa desde hace como mínimo 40 años. Por lo menos 22
países europeos (incluyendo Alemania, Polonia, Holanda, Suiza, Austria y hasta
Gran Bretaña) reciben gas de Rusia con un volumen total de más de 150 billones
de metros cúbicos anuales a un valor promedio estimado en más de 300 dólares
por cada 1.000 metros cúbicos.
Saquen la cuenta.
¿Dejarían ustedes que alguien meta las narices impunemente en una posición
estratégica de la importancia de Tartús y en un negocio de la envergadura de
Gazprom? Putin no está loco. Además, tampoco come vidrio. Maniobrará.
Torpedeará iniciativas. Tratará de imponer límites. Se resistirá. Quizás, dado
el caso y dependiendo de los errores cometidos por los demás, hasta considere
que su mejor opción es agredir. Y, si todo falla, obviamente negociará con
todas las cartas que tenga en la mano el mejor resultado que le resulte
posible. No hay que ser Merlín el Mago para predecirlo. Es simplemente lo que
haría cualquier político con bastante poder y dos dedos de frente.
Pero hay otra cosa
más. Vuelvan al mapa. Miren todo el "Cinturón Sur" de Rusia. Fíjense
en todos esos países que se extienden sobre ese Sur: Mongolia, Kazajistán,
Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Azerbaiyán y Georgia.
Mongolia tiene un 3%
de musulmanes; Kazajistán un 75%;
Kirguistán un 80%; Tayikistán un 98%; Uzbekistán un 90%; Turkmenistán un 89%;
Azerbaiyán un 95% y Georgia un 7.1%. Son ocho países cuya población, tomada en
conjunto y en un promedio simple, arroja un 67% de mayoría musulmana. ¿Alguien
cree que el Kremlin puede razonablemente tolerar que se desestabilice todo el
Sur geopolítico de Rusia soliviantando a toda esta masa de musulmanes con
consignas provenientes de fanatismos trastornados?
Hace un tiempo atrás,
en el aeropuerto Sheremétievo de Moscú se podían observar algunos fornidos
jóvenes rusos luciendo remeras con el tradicional Oso Ruso impreso en ellas.
Debajo de la imagen del oso se podía leer la leyenda: "¡No lo despiertes!"
Apostaría a que, si
no lo ha enviado ya, ése es el mensaje que probablemente le mandará Putin a
Obama y a los grandes genios de la Casa Blanca en las próximas horas.
Denes Martos
www.denesmartos.com.ar
30/Agosto/2013