Periodico El Porvenir, 24 de Noviembre de 2013
La nación que mayor
consumo de narcóticos ilegales tiene, en términos absolutos y per cápita, es
Estados Unidos, y lo es por mucho.
También sabemos que
más de 80% de las ganancias de la venta de estupefacientes, más de 65 mil millones
de dólares, según varios reportes independientes, se quedan en el país, y menos
de 20% van al extranjero, incluyendo a las organizaciones de crimen organizado
mexicanas, que según un reporte de Rand ganarían de unos 6 a 9 mil millones de
dólares al año.
Según cifras
oficiales, hay más de 18 millones de norteamericanos que han usado mariguana en
el último mes, un número que va en aumento, y otros 1.4 millones que han usado
cocaína, cifra en descenso, con números menores que usan metanfetaminas y
heroína.
Si bien la violencia
se asocia mucho con el narcotráfico, la realidad es que la tasa de homicidios
en Estados Unidos ha ido bajando desde hace 20 años.
A finales de los años
80 y principios de los 90, el país vivió un auge de la violencia en varias
ciudades, incluyendo Washington DC, Los Ángeles y Chicago, y la tasa de
homicidios nacional llegó a ser casi 10 por 100 mil habitantes en 1991.
Sin embargo, a partir
de entonces, empezó a bajar la violencia ligada al narcotráfico y la tasa de
homicidios ha llegado a ser menos de 5 por cada 100 mil.
Y aunque la mayor
parte de las ganancias del narcotráfico se quedan en Estados Unidos, el negocio
de estupefacientes es bastante descentralizado, segmentado y localmente
arraigado, como distintos estudios han mostrado.
En general, las
organizaciones mexicanas controlan el cruce del producto a territorio
norteamericano y luego venden el producto a los distribuidores locales
norteamericanos, que incluyen un sinfín de grupos locales, en muchas ocasiones
pandillas pero también pequeñas mafias, dueños de bares, e individuos que
sirven como punto de contacto.
Estos grupos que
distribuyen la droga en EU generalmente operan de una forma altamente
descentralizada y con relativamente poca visibilidad y violencia.
Si bien hay quienes
hacen mucho dinero en este negocio, cierto es que su control es bastante
limitado y local.
Hay varias explicaciones
para estas paradojas, pero todos regresan a un punto central: la capacidad de
los policías y el sistema judicial de crear incentivos para que los criminales
desarrollen sus actividades de una forma menos violenta.
Ha habido grandes
avances a nivel federal en penetrar y desmantelar las grandes mafias y
organizaciones de crimen organizado de escala, que una vez existían usando
herramientas que incluyen acciones conjuntas de los cuerpos policiacos,
inteligencia humana y electrónica e instrumentos financieros.
Pero más importante
aun ha sido la capacidad de policías locales para enfocar sus estrategias en
bajar los niveles de violencia a través de un trabajo focalizado en contra de
los grupos que cometen los crímenes que más lastiman a la sociedad y del
sistema judicial de procesar con credibilidad los que son arrestados.
Es un esfuerzo que
poco o nada ha hecho para disminuir el flujo de drogas, pero que ha sido muy
efectivo en reducir el efecto que tiene este negocio en las tasas de violencia.
Desde luego, hay
claroscuros en estas políticas. La tasa de adicciones sigue siendo alta, si
bien el uso de la cocaína, la droga “dura” más común ha bajado en más de 40%
desde 2006.
También habría que
preguntar si criminalizar al uso de la mariguana tiene algún efecto real en la
salud pública o sólo ayuda a poner más dinero en el bolsillo de los grupos
criminales.
Sin embargo, con
todos estos defectos, la combinación de políticas a nivel federal para desarmar
a las organizaciones grandes del crimen con capacidades a nivel local para
desincentivar la violencia, ha logrado crear un panorama en que el narcotráfico
sigue pero con menos efectos dañinos a la vida diaria de la gente.
Es en un sistema
imperfecto pero altamente funcional en una sociedad que aún no logra conciliar
sus demonios con las adicciones.