(Post scriptum:
respuesta amable al epílogo de R.J.W )
El
ser del ente debe ser buscado
más
allá de la entidad (epekeina
tes
ousias) Rep. 509 b
Alberto Buela (*)
Hace casi noventa
años el Mago de Friburgo denunció en su libro Kant y el problema de la
metafísica, el extrañamiento que había sufrido la disciplina y que fuera
denunciado por primera vez por Emmanuel Kant
en su Crítica de la razón pura de 1781.
Así Heidegger, con la
agudeza que caracterizó toda su obra, sostuvo que la Crítica de la razón pura
no es una teoría del conocimiento tal como se había pensado hasta entonces sino una crítica a la metafísica tradicional.
Así la filosofía trascendental corresponde a la ontología tradicional de los
antiguos, llamada metaphysica generalis.
Claro está que Kant
se equivoca al atribuir a los antiguos, esto es a todos los escolásticos
medievales y modernos, lo que había aprendido de su maestro, el racionalista
dogmático Christian Wolff (1679-1754), quien en su Philosophia prima sive
ontología (1736) propone un esquema de la disciplina. Y Heidegger también, por
aquello de que si un ciego guía a otro ciego, los dos caen al pozo.
Vamos a intentar
explicar acá algunos de las razones de este error continuado.
La filosofía antigua
y medieval hasta la segunda escolástica o escolástica española y más
precisamente hasta Francisco Suárez (1548-1617) dividía la filosofía teórica
en: física, matemática y metafísica. Esta división se fundaba en los tres
grados de abstracción. De abstractio= aislamiento, donde el primer grado
estudia los objetos dependientes de la materia según su ser, esto es que sin
materia no pueden existir y en los cuales la materia entra en su definición.
(Vgr, física, química, botánica, biología, psicología). El segundo grado se
aplica a objetos, que aunque no pueden existir sin la materia pero que pueden
ser entendidos sin ella, porque la materia no entra en su definición.(vgr. las
ciencias teóricas, la matemática). Mientras que en el tercer grado se da la
abstracción de toda materia para ocuparse del ser puramente inteligible de la
metafísica (el ser de la ontología o el Dios, de la teología natural).
Destaquemos que esta
metafísica escolástica-medieval aun cuando trata de entes que no son
empíricamente experimentables, tiene un anclaje en la realidad sensible.
La clasificación que
adopta Kant es, como dijimos antes, la propuesta por Wolff a quien considera
“el mayor de todos los filósofos dogmáticos”, quien separa metaphisica
generalis u ontología de la metaphisica specialis compuesta por la cosmología, psicología y la
teodicea.
Pero lo paradójico es
que esta metafísica dogmática, en los términos de Kant, él no la elimina, ni la
supera sino que “la incorpora diversamente distribuida con respecto al orden
que guardaba tradicionalmente” . Así la Crítica de la razón pura traduce el plan de la
metafísica tradicional.
La ontología como metafísica general está ocupada por la Estética y la Lógica Trascendental ,
mientras que la
Dialéctica Trascendental con sus tres momentos: 1) el
paralogismo psicológico cubre la vieja psicología racional que estudia la
naturaleza del alma y el problema de la inmortalidad. 2) las antinomias de la
razón que cubre la cosmología racional, esto es el conocimiento racional del
cosmos y el problema de la libertad y 3) el ideal de la razón que cubre la
teología racional o teodicea que trata de la demostración de la existencia de
Dios y sus atributos.
En una palabra, Kant
no modifica la estructura y la problemática de la metafísica tradicional pues
los objetos son los mismos y están bien delimitados, solo pretende analizar
esos objetos a través de conceptos puros a priori. Y estos conceptos puros,
independientes de la experiencia, son meras funciones lógicas de la razón
humana. Inaugura así lo que pasó a denominarse metafísica de la subjetividad.
En la historia y
desarrollo de la metafísica, si nos atenemos a los textos de los filósofos y no
a las arbitrariedades, a veces, genialidades del Mago de Friburgo, tenemos que
distinguir cuatro momentos o piedras angulares de la disciplina.
1) La de su fundador Aristóteles: la ciencia del ente en tanto ente y los atributos que
le corresponden.
2) La de la filosofía medieval,
principalmente, Tomás de Aquino: la del ser como acto. El esse como actus
essendi.
3) La de la segunda escolática, sobre todo,
Francisco Suárez: ente es lo que tiene esencia real.
4) La del idealismo alemán, especialmente;
Hegel: la ontología es la descripción de los caracteres abstractos de la
esencia.
5) La del pensamiento existencial con
Heidegger a la cabeza: el ser es Anwesen: estar siendo o presencia.
Como vemos el gran
salto de la metafísica, con la primacía de la esencia, se da a partir de
Francisco Suárez y su influencia directa sobre todo el racionalismo moderno
(Descartes, Leibniz, Wolff, Kant hasta Hegel).
Descartes en su
Meditaciones metafísicas (meditationes de prima philosophia, in qua Dei
existentia et animae inmortalitas demostratur) de 1641 hablará en un lenguaje
nuevo, casi no utilizará ens, pero sí res, substantia, essentia, ratio.
Descartes como alumno
de los jesuitas aprendió la metafísica de Suárez y por eso al enfrentarse al
problema de la existencia negó su distinción con la esencia. La doctrina
metafísica del ente quedará muy cercana a la de Suárez en sus Disputationes
metaphisicae de 1597.
Descartes traslada la
entidad a la sustancialidad que es aquello que existe de tal manera que no
necesita de ninguna otra cosa para existir, pero como esto no basta, pues para
conocerla debemos conocer el atributo que la expresa. Así la extensión
constituye la naturaleza de la sustancia corpórea. Podemos tener tres ideas
claras y distintas de sustancia: 1) la sustancia creada que piensa (el alma o
yo); 2) la sustancia extensa (cuerpo o mundo) y 3) la sustancia increada que
piensa (Dios).
En cuanto a Leibniz
parte del problema de la sustancia tal como lo había dejado Descartes y afirma
que la independencia del existir y la inherencia de los atributos necesitan un
fundamento que él encuentra en la suficiencia de su misma realidad. Y así
define la sustancia como fuerza, como actividad, como “el ser capaz de acción”.
Recupera el universo de los posibles afirmando que la posibilidad es todo
aquello que no implica contradicción que es el principio que rige el orden de
las esencias, mientras que la perfección es expresión de la existencia que
depende del principio de razón suficiente. Esto está expresamente confirmado
por un texto clásico el comentario a Stegmann, Ad Christophori Stegmanni
Metaphisicam unitarium, donde afirma: “Tiendo a pensar que la metafísica es esa
ciencia que trata de las causas de las cosas, utilizando para ello el principio
de que nada ocurre sin razón y que por ello la razón de la existencia debe
extraerse de la prevalencia de las esencias, cuya realidad está fundada en
alguna sustancia primera que existe por sí misma. Así, resulta de ello al mismo
tiempo la naturaleza de las mónadas o sustancias simples. Empero, la ciencia
general, que algunos denominan metafísica, en la medida en que merece el nombre
de ciencia, pertenece a la lógica, esto es, la ciencia que utiliza únicamente
el principio de contradicción”.
La lógica se presenta
así como relevo de la metafísica lo que muestra la íntima convicción de Leibniz
que la objetividad se encuentra modelada por estructuras formales que el
entendimiento humano puede captar y someter a cálculo.
Pasamos luego a Chr.
Wolff, el maestro indirecto de Kant, porque el verdadero maestro en Koenigsberg
fue Franz Albert Schultz, quien reducía
todo a distinción y sistema y su obra es más volumen que calidad.
Wolff sufre la
influencia de Suárez, Descartes y, sobre todo, de Leibniz, del que se aparta
solo de su teoría de la monadología, pero asume totalmente su concepción del
ente, que para existir no tiene que ser contradictorio (principio que marca la
condición de posibilidad) y tener una razón de ser expresada en el principio de
razón suficiente. El ente es lo que puede existir: quod possibile est, ens est.
Wolff va más allá de Leibniz pues suprime los límites entre los principios de
razón suficiente y no contradicción.
Esto lo lleva a su
máximo error metafísico, del que después son herederos Kant y el resto de los
renombrados filósofos, que es la negación de que los entes sean verdaderos y no
pueden ser otra cosa que lo que son: ens et verum convertuntur. Pues la verdad
de los seres consiste que deben sujetarse a los principios de no contradicción
y razón suficiente. Esto como observa agudamente nuestro Leonardo Castellani:
“es una vuelta carnero en el aire, pues en realidad la validez de esos
principios depende de la verdad de las cosas. Entendido así el axioma,
realmente es estéril, como lo clasificó Kant” . En una palabra, los entes no dependen
de los principios sino que los principios se desprenden de los entes.
De acá al filósofo de
Koenisberg hay solo un paso. Hablando
metafísicamente, en sentido estricto, la concepción del ente en Kant no supera
la de Wolff pues como éste, queda localizado
y limitado al ámbito de la esencia, en tanto que la existencia es un mero
complemento de la posibilidad.
Hegel se queja
amargamente en su metafísica, que lleva por título Ciencia de la lógica
1812-1816, que en los últimos veinticinco años o sea desde la Crítica de la razón pura
que es de 1781-1787, lo que antes de ese período se llamaba metafísica haya
desaparecido. “La doctrina exotérica de la filosofía kantiana, es decir que el
intelecto no debe ir más allá de la experiencia… justificó, desde el punto de
vista científico, la renuncia al pensamiento especulativo”
El ser es lo
inmediato indeterminado y en esto es igual a la nada. El puro ser y la pura
nada son por lo tanto la misma cosa y lo que constituye su verdad es el
desaparecer inmediato de uno en el otro; el devenir.
Tanto en la claridad
como en la oscuridad absoluta no se ve nada sino solo en la luz determinada por
la oscuridad como en la oscuridad determinada por la luz se puede ver algo, una
existencia concreta. Esta existencia concreta Hegel la llama, curiosamente,
Dasein, ser ahí. Terminología que adoptará Heidegger en Ser y tiempo.
Un ser determinado.
El ser determinado es tal por la cualidad que lo especifica y lo convierte en
lo limitado de la cantidad, para finalmente ofrecerse como medida, que es la
determinación de la cantidad de la cualidad. Cuando el Dasein reflexiona sobre
sí mismo y desentraña sus propias relaciones surge la esencia. Y la verdad del
ser es la esencia.
Las categorías
fundamentales de la esencia son: la existencia, el fenómeno y la realidad. Al
reconocerse a sí misma y diversa a todo lo demás, la esencia se convierte en
existencia. La aparición de la existencia como manifestación de la esencia
constituye el fenómeno y, finalmente, la unidad de esencia y existencia
constituye la realidad. La metafísica propiamente tal es la descripción de los
caracteres abstractos de la esencia. Como vemos nihil novo sub sole en el campo
del esencialismo moderno iniciado por Suárez.
Se pregunta Etienne
Gilson: “qué hubiera sido de la filosofía moderna si, en lugar de enseñar con
Suárez que operatio sequitor essentiam, Wolff hubiera enseñado con Tomás de
Aquino que operatio sequitor esse.” Lo
más probable es que toda la potencia metafísica de la cabeza de un Kant se
hubiera dirigido al ser del ente y a explicitar los trascendentales del ente,
cosa que se venía haciendo con mucho trabajo de generación en generación.
Por último llegamos a
Heidegger cuya metafísica es de lo finito y cuando habla de trascendencia se
refiere a la trascendencia del Dasein, del ser ahí. Es una trascendencia en la
inmanencia del ser ahí, por la cual éste funda y comprende su propia
existencia. “Existir (ex sistir) significa: estar sosteniéndose dentro de la
nada…la existencia está allende el ente y esto nosotros lo llamamos
trascendencia. Si la existencia no fuese, en la última raíz de su esencia, un
trascender…jamás podría entrar en relación con el ente ni consigo misma”
Como la existencia
sobrenada en la nada, es que solo en la nada la existencia encuentra el sentido
del ser de modo finito.
Respecto del ente y
del ser Heidegger sostiene que se ha producido el ocultamiento paulatino del
ser en el ente desde el momento en que se rechazó todo preguntar originario por
los fundamentos y sus condiciones. Su tarea metafísica consistió en una
respuesta a la pregunta de Leibniz: porqué es en general el ente y no más bien
la nada.
Hemos visto que ese
ocultamiento del que nos habla Heidegger tiene a su vez mucho de ocultado para
él mismo, pues se le oculta el esse tomista como probó, acabadamente, un muy
buen profesor de filosofía argentino, Raúl Echáuri: “No hay que olvidar que la
determinación heideggeriana del ser como Anwesen resulta de carácter
descriptivo, pues indica tan solo el simple estar presente del ente. El esse
tomista, en cambio, no es el mero estar siendo del ente, sino aquello merced a
lo cual el ente está siendo. La determinación del ser como actus resulta de
índole estructural…El Sein de Heidegger, entendido como estar siendo (Anwesen)
del ente, indica la faz fenomenológica del esse concebido como actus. Dicho de
otro modo, el Sein como Anwessen constituye la corteza exterior y
fenomenológica del esse tomista”.
Nosotros no sabemos
ni tenemos noticias de ningún otro filósofo, fuera de la tradición tomista y
escolástica, que haya propuesto la recuperación de la metafísica a través de la
teoría de los trascendentales que Eugen Fink, el adjunto de Heidegger en sus
seminarios sobre Nietzsche y Heráclito.
Fink que estuvo en
Argentina en el año 1949 a propósito del primer congreso argentino de filosofía
nos dejó allí una comunicación titulada Zum Problem der ontologischen Erfahrung
(el problema de la experiencia ontológica) donde afirma: “Solo la filosofía,
cuando despierta como pregunta acerca del ser, inquirirá por las previamente
“olvidadas” cuestiones acerca de la cosidad, del ente en total, de la medida
del ser y la verdad. Estas son las cuatro preguntas que nacen de la necesidad
interna de la pregunta fundamentalmente “una” de la filosofía, la cuestión acerca
del ser. No significan disciplinas, divisiones especializantes de la filosofía,
sino que son “la cuádruple dimensión trascendental” del problema “único” del
ser, que ya en la antigüedad se centraba en la interna relación del
ens-unum-bonum-verum.
Nosotros desde el año
1972, época de nuestras primeras tesis, hemos venido sosteniendo, sin mucho
éxito por cierto, que la recuperación de la metafísica debe mirar y dirigirse a
ese aspecto suyo olvidado, tal como lo
sugiriera Fink hace casi tres cuartos de siglo en Mendoza.
Aclaremos, antes que
oscurezca, que la recuperación de la actividad metafísica que proponemos y
propuso Eugen Fink hace setenta años, no es volver una vez más al tratamiento
de los trascendentales a la manera escolástica de res, aliquid, unum, verum,
bonum. Eso hay que estudiarlo y estudiarlo bien, pero queda para los manuales o
para los filósofos escoláticos al estilo del español Millán Puelles. El asunto
consiste en darle funcionalidad metafísica, darle tratamiento trascendental,
encontrar y mostrar las epifanías de ser según los diversos aspectos en que se
manifiesta, en los asuntos, temas, problemas o fenómenos a estudiar. Este es el
trabajo específico del metafísico, que se conforma a través de la experiencia
metafísica y se apoya en el hábito metafísico: esa cualidad de ir siempre al
meollo del asunto. En algunos casos a través de la intuición metafísica que nos
hace presentes la epifanía del ser, por ejemplo, en Brentano la
intencionalidad, Dilthey la vida, Bergson la duración, en Heidegger el ser ahí,
Boutang el secreto.
En una palabra, si el
que dice que hace metafísica no puede ponerle unidad a los planteos que hace,
no hace metafísica. Si no lo puede mostrar en forma acabada, holística, no es
metafísica. Y si no puede afirmarlo como verdadero, no es metafísica la que
hace.
Heidegger se dio
cuenta, pero hasta ahí nomás, cuando se ocupa de la dictadura del “se” y la
sumisión al “uno”. Hablando de las habladurías del hablar por hablar sin decir
que algo es verdadero o falso. H. Putnam , en nuestros días con todas sus idas
y venidas, también se dio cuenta. También hubo filósofos de la talla del
español Zubiri que afirmaron taxativamente que “Hace falta hacer saltar al
primer plano justamente lo diáfano, lo claro, aquello que constituye el
cañamazo interno del orden trascendental en tanto que trascendental, es decir
“lo” metafísico”.
Así el estímulo para
hacer metafísica no puede venir de discutir otras filosofías, por ejemplo, las
metafísicas de la subjetividad, etc., sino que tiene que venir de los entes y
consiste en discutir objetivamente los problemas que estos plantean. Pero no
quedarse en el estudio de los principios esenciales que conforman la esencia de
las cosas, como erróneamente lo pensó toda la filosofía moderna desde Suárez y
Wolff para acá, sino sobre los aspectos trascendentales que muestra el ente
desde su realidad empírica.
En general es muy
poco lo que se ha hecho en metafísica en este sentido : como apertura a los trascendentales en el
tratamiento de todos los temas y problemas que nos pone la realidad, pues
todavía hoy en día, eminentes profesores como Pierre Aubenque siguen
sosteniendo que “podemos reconocer por diversos signos que la metafísica como
reina de las ciencias, según el título que le reconocía Kant, está acabada…las
fuentes de invención metafísica están agotadas…todo ha sido dicho en el ámbito
de la metafísica…la metafísica está muerta por réplétion(saciedad,
hartura) . En una palabra, como si
estuviera todo dicho y entonces plantea como única posibilidad “la necesidad de
una meta-metafísica de la reconstrucción”.
¡Cuántas palabras
para esconder la incapacidad de hacer metafísica por parte de los profesores de
filosofía, que aún cuando eminentes, oscurecen las aguas para que parezcan más
profundas¡.
Así pues nosotros
proponemos y pensamos que en cada problema, asunto, tema o fenómeno que
analicemos desde la metafísica, strito sensu, debe buscarse la reductio ad
unum, su acabamiento, en la medida de lo posible, y su afirmación como verdadero.
Dicho en otras palabras, buscar presentar el asunto, tema o fenómeno en forma
unitaria totalizadora: (filósofo es el que ve el todo y el que no, no lo
es. Platón, Rep. 537c) y explícita.
La unidad, la bondad como acabamiento y no en su connotación moral, y la verdad
como develamiento son los requisitos sine qua non de una genuina actividad
metafísica.
Post Scriptum
El profesor Roberto
J. Walton en su epílogo al Sobre el ser y el obrar, nos hace tres
observaciones:
a) la apología del
disenso no incluye un análisis de los modos en que pueda constituirse algún
tipo de consenso a partir del disenso.
b) no queda claro
como el presocratismo americano se enlaza con la metafísica si es que Heidegger
ha sido tenido en cuenta.
c) Cedo estas ideas
(una brillante meditación sobre la relación entre ser y estar) a los
partidarios del ontismo americano, pero con la advertencia que “ser” como estar
presente en América es una “ulterioridad” respecto de “estar” en la realidad.
Esta última, la
tercera, la asumimos como propia, como una enseñanza valiosa sobre la que no
tenemos nada que observar, sino más bien agradecer.
Vayamos entonces a la
primera: la apología del disenso no incluye un análisis de los modos en que
pueda constituirse algún tipo de consenso a partir del disenso.
No en este libro, que
nos ocupamos de temas de ética y metafísica, sino en otros como Teoría del
disenso; Pensamiento de ruptura y Ensayos de disenso, es donde hemos intentado
mostrar este paso: de cómo puede constituirse algún tipo de consenso a partir
del disenso.
Para ello sostuvimos:
Primera etapa: el
disenso como propedéutica
1.- Preferencia de
nosotros mismos (se parte de un acto valorativo)
2.- Genius loci (el
desde dónde)
3.- las tradiciones
nacionales de nuestros pueblos (las tradiciones vivas, no las muertas)
Segunda etapa: La
proyección del disenso hacia el hombre, el mundo y sus problemas, según
enseñara don Miguel Ángel Virasoro(1900-1967).
1.- la pregunta por
lo otro y los otros (hombre-mundo)
2.- la disensión (la
otra versión y visión de los problemas o temas)
3.- la superación del
disenso (la construcción de la concordia, mal llamada consenso)
El disenso, al partir
de la preferencia de nosotros mismos, rompe en con el simulacro de la demorada
negación del otro, típico de la concepción libero-progresista. En una palabra,
rompe con “el como sí” ilustrado.
El disenso es el punto de partida para llegar al
consenso. Éste es siempre una consecuencia y no un principio como lo postula J.
Habermas y, en general, la
Escuela de Frankfurt.
En definitiva, partir
del consenso es poner el caro delante del caballo, pues es partir de una
decisión ya tomada antes que la deliberación, mecanismo propio de las logias y
de los grupos cerrados de poder.
El paso del disenso
al consenso se produce cuando se logra la persuasión y el convencimiento mutuo, partiendo de un diálogo verdadero pues
lo hacemos a partir de lo que somos y pretendemos, eliminando así el simulacro
y la mentira, propio de toda negociación política.
Al respecto es
interesante recordar:“En todo disenso, afirma el filósofo Wagner de Reyna, hay
un enfrentamiento, una contradicción insalvable, y así resulta lo contrario de
la dialéctica, que anticipa la síntesis que vislumbra
– complacida y anhelante- en el horizonte. ...
Detrás del contenido lógico del disenso siempre hay una necesidad –
axiológicamente fundada en lo insobornable- de hacer vencer la verdad. Nada más
lejos de él, que el parloteo – hablar por hablar y discutir por discutir- y que
la jovial disposición a un compromiso que no compromete a nada. Tal suele ser
el tan celebrado consenso”
Es que la base de la
libertad de expresión es la creación de disenso como ampliación del debate y la
controversia. Es más, habría que promover la educación en el disenso para
buscar el fundamento de los derechos humanos en la alteridad y no en la
ideología como ocurre actualmente.
En cuanto a la
segunda observación: no queda claro como el presocratismo americano se enlaza
con la metafísica, si es que Heidegger ha sido tenido en cuenta.
Heidegger ayuda y
mucho a la elaboración del presocratismo americano pues el ser como Anwesen,
término que es traducido como “presencia” o “venir a la presencia”, pero que,
metafísicamente hablando, debe de ser traducido como “estar siendo”, nos
muestra el aspecto fenomenológico del ser. Nosotros en tanto americanos, que no
tenemos el espesor histórico filosófico de los europeos y que filosofamos desde
una mínima tradición cultural estamos obligados a hacer filosofía a través del
pensamiento elemental dirigido al ser objetivo existencial en su realidad
singular. Y en esto Heidegger es una ayuda invalorable. Me observa el joven
profesor Diego Chiaramoni que: el contacto "primigenio" del ente en
los presocráticos, abordado por Heidegger, parece ser solidario a
"nuestro" modo de ser en el mundo.
Es que el Mago de
Friburgo, sobre todo en su segunda etapa, al caracterizar el ser como Anwesen
se mantiene en el nivel descriptivo, fenomenológico, que indica tan solo el
simple estar presente del ente. Este estar siendo del ente es lo, sólo y lo
más, que nosotros podemos, en esta emersión vital que es la filosofía en
América, trabajar.
Nuestra capacidad
especulativa natural se corresponde a la de los presocráticos en cuya
conciencia emergente apenas se dibujan los motivos intrínsecos de la esencia de
las cosas, el agua, el aire, el fuego, mientras que la presencia de las causas
extrínsecas se produce recién con la aparición de Platón y Aristóteles.
Es esta “limitación
americana” la que nos salva del desasosiego de la metafísica europea, que por
lo visto ellos ya no pueden hacer, y nos
compele a pensar metafísicamente desde nuestro genius loci (clima, suelo y
paisaje) el estar siendo de los actos de ser del hombre, el mundo y sus
problemas hoy.
(*) arkegueta, aprendiz constante
buela.alberto@gmail.com
www.disenso.info
UTN (Universidad
Tecnológica Nacional)