Por Horacio Giusto
Vaudagna
Fecha de publicación
18 - may - 2014
No es casual, en la
discursividad social, la utilización del término “para todos”. Hablar de
“todos” implica un proceso intelectivo de representación, funcionamiento de un
signo o a su relación con el objeto para el interprete de la representación
(Peirce, 2006[i]). Cuando usamos una palabra, nos estamos dirigiendo a alguien,
y tratando que ese intérprete recepte el mensaje y asimile una determinada
idea. Cada palabra, por si misma, cada vocablo, sólo posee sentido cuando se
interpreta la idea que intenta transmitir el emisor. Es evidente que la
acepción del “todos” excede lo lingüístico para transformarse en una
herramienta política, y de allí que se justifique cualquier costo a invertir en
esa idea.
Un gobierno populista
necesariamente debe transmitir una idea de inclusión, donde la opinión pública
se moldee a la hegemonía imperante. El uso demagógico de palabras como
“pueblo”, “todos”, “colectivo” o “inclusión” implican un transfondo de
segregación al individuo pensante por si mismo. Resulta oportuno recordar a
José Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas”, cuando dice que lo más
característico del S. XIX es la construcción del colectivismo. El colectivismo,
hoy visto como una construcción ideal, resulta ser la mayor arma de dominación
de los últimos doscientos años. Sea el nacional-socialismo o el régimen
leninista, cada espacio totalitario asienta su poder interno en la
propaganda[ii]. El control de las masas remite a una idea superadora de la
clase obrera[iii], la masa es “el conjunto de hombres promedio”, y allí cobra
especial relevancia el manejo de la opinión pública. Los imperios del pasado se
erigieron sobre sangre y armas, mas hoy, cada emperador requiere ante todo ser
un genio de la propaganda pública.
No hay colectivismo
sin propaganda, porque así como un producto vende por imponerse en el mercado a
través de la opinión individual, la propaganda impone una ideología (la cual es
total o parcialmente falsa) a través de la opinión pública. Es oportuno
diferenciar la campaña política, como acto electoral, a la implementación de
una hegemonía mediante el aparato estatal; la propaganda ideologizada no busca
un acuerdo válido y deliberado electoral, sino por el contrario ataca la
psiquis de las masas para imponerse tácticamente y tomar el control de la
opinión pública.
En una afrenta al
pensamiento clásico, se consideró y se considera desde las tesis posmarxistas,
al liberalismo como sinónimo de un nefasto individualismo. La batalla cultural
se transforma en un mero combate discursivo, donde se ataca al individuo, al
mostrarlo como un ser cuya única razón de ser es la especulación y el egoísmo.
En las antípodas de este pensamiento, mediante la propaganda, se intenta
generar la falaz idea que el colectivismo es un ser autónomo que genera
progreso y dota de bondades a la sociedad. Así pues, es observable como se
establece una batalla cultural que tiene por fin último aniquilar el
pensamiento individual; la razón es muy simple de interpretar, pregúntese que
sucedería si cada borrego pudiera pensar por si mismo y descubriera que su guía
los está llevando al matadero. Si bien es un ejemplo burdo el citado, no es
distante a la realidad que atraviesan los países populistas de América Latina,
donde el modelo socialista solo ha conducido a una economía deplorable y una
exacerbación de la delincuencia, que no se vivía desde épocas de la subversión.
El motivo que lleva
al populismo hablar constantemente del “todos” es una herencia de Gramsci que
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe tradujeron en términos políticos aplicables a
la Argentina. Según se analiza en la “La razón populista”, era preciso
deconstruir (corriente pos-estructuralista) ciertas premisas, fundamentalmente
la autonomía de la voluntad. Paulatinamente se consolidó una premisa congelada,
la que es la actitud intervencionista y paternalista del Estado, y se derogó la
idea de seguridad jurídica (pilar básico en toda planificación libre en la vida
individual y social). En este proceso, Gobierno y Estado se confunden,
generando un mismo espectro donde el individuo no posee más allá que aquello
que el gobierno de turno esté dispuesto a dar.
Gramsci establecía la
necesidad de dejar de lado la lucha de clases; el enfrentamiento debía ser en
la cultura de las masas. Cuando un gobierno enfatiza en su discurso el “todos”,
por antonomasia está incluyendo una totalidad que no es real, por cuanto es
imposible que exista en una sociedad universalidad de criterios; sin embargo el
impacto que genera en la media de la población es una idea de inclusión, nada
más lejos de la realidad, ya que objetivamente es ese el pensamiento que se
busca transmitir.
Este método fue
explotado al máximo por Joseph Goebbels, quien sostenía que debía crearse un
enemigo único (ejemplo actual: la década infame de los 90, el campo, la
oligarquía, el F.M.I.), trasladar al enemigo los errores propios (en Argentina
no existe ningún relato oficial donde se reconozca una falencia), exagerar
aquello que objetivamente no tiene trascendencia (cadenas nacionales para
relatar hechos cotidianos), y fundamentalmente expresa, en una cita textual:
“Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de
los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a
convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad
receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran
facilidad para olvidar”. El gobierno argentino se nutre de estas estrategias
para consolidarse en el poder, de allí que ante un discurso intelectual tan
pobre y burdo pueda seguir vigente como autoridad de turno. Todo régimen
totalitarista se auto legitima, empezando por el silenciamiento de aquello a lo
que no puede dar respuesta, y finalizando con la actitud más gravosa, la
unanimidad, es decir, el convencimiento de las masas que “todos” piensan como
el régimen piensa.
Resulta indiferente
comparar con el nacional-socialismo ciertas prácticas del gobierno actual, por
cuanto también esbozan estrategias del terrorista cultural marxista Gregory
Lukacs[iv], como resultan ser los cambios en materia de educación sexual y su
libre intercambio en niños[v], el desmantelamiento de la familia
tradicional[vi] o el atentado contra la religión[vii].
Muchos elementos que
aporta Gramsci en su batalla cultural ya han sido internalizados, desde el
saber académico hasta el lenguaje común de la sociedad media. Cuando los
populismos imperantes en Latinoamérica desarrollan sus discursos se observa una
clara tendencia a perpetuar el régimen totalitario. Si bien existen prácticas
políticas, especialmente la cultura del subsidio, que anulan al individuo, en
el plano discursivo se instala una imagen de líder mesiánico portador de la voz
de todos, y aquel que ose pensar diferente, es necesariamente un enemigo de la
colectividad.
El diseño filosófico
del “para todos” es esencialmente contradictorio, por cuanto reconoce la
diversidad y la igualdad de individuos.
No puede querer tratarse de igual manera lo que naturalmente es distante, mas
sí se podría como política de Estado promover la equidad de oportunidades.
Aberrante resulta para el contribuyente promedio ver que existe todo un aparato
de propaganda oficialista, que lejos de promover las inclusiones de ciertas
clases al mercado laboral, se utilizan recursos privados gestionados
públicamente para otorgar “pan y circo”. Cuando se implementa una política de
Estado cuyo lema es el “para todos”, no solo se está cubriendo de críticas
opositoras (nadie está dispuesto a pagar el costo político de ser
“anti-popular”), sino que se está moldeando la mente colectiva de que éste
gobierno abraza a la totalidad poblacional sin dejar a nadie afuera. La
propaganda es un proceso que se realiza por todos los medios, y de manera
constante, hasta ingresar forzosamente en la psiquis de cada ser, y congelando
ciertos presupuestos, tales como la presencia estatal en cada esfera de la vida
individual, la presión tributaria irracional, o la idea de un pueblo cuya
prerrogativa es superior al individuo. El ejemplo más vivo es que nadie se
pregunta cuál es el fundamento moral para mantener a otra persona que no desea
colaborar en nada al bienestar social.
Los recursos que
consumió el Estado en su guerra contra la libertad de prensa demuestran la
verdad inobjetable de su paralelismo con los regímenes más sangrientos de la
historia[viii]. Es primordial para el populismo enfatizar en las pasiones de
las masas sus ideas, porque es donde el ser humano se muestra más proclive a
dejarse guiar por los instintos y no por la razón[ix]. Pero más importante es
tapar toda voz disidente, de allí que este supuesto modelo keynesiano de país
gaste más en silenciar medios opositores que en aclamar obras que beneficien al
conjunto social. La persecución a la oposición es una práctica constante en
cada dictadura, y si bien ya no hay campos de concertación, sigue existiendo
una presión social sobre todo disidente[x], porque el aparato estatal se cae cuando
un sujeto es capaz de mostrar la verdad. Solo se requiere sembrar un dejo de
duda para invocar la reflexión del individuo, y es lo que favorablemente
sucedió en Venezuela cuando un grupo de estudiantes decidieron vivir en
libertad. Al silenciar todas las voces, solo queda la del gobierno y su relato,
moldeando la cultura e impidiendo libertades.
Como toda utopía
socialista, se intenta convencer con una falaz idea que es posible la vida sin
mayores sacrificios, y que ante toda necesidad hay un Estado que la satisface
gratuitamente. El mayor desafío para el sector privado pensante es revertir la
comodidad en la que se asienta una sociedad que solo consume recursos ajenos.
Resulta difícil convencer a una casta que genere aquello que ha de consumir
cuando ha pasado ya un tiempo donde el Estado paternalista atiende sus
necesidades, sin acusar contraprestación alguna. Interesante sería descubrir,
cómo es posible sostener este discurso social, si el sector privado dejara de
aportar recursos al sector público. Probablemente allí el neo marxismo
mostraría las mismas falencias del marxismo clásico, que fueron ya advertidas
en el Nuevo Testamento: “quien no quiere trabajar, que no coma”.
[i] U.N.C. Centro de
Estudios Avanzados; Socialsemiótica – Análisis de los Discuros Sociales;
Córdoba; Editorial Brujas; 2006.
[ii] Jean-Marie
Domenach; La propaganda política; Buenos
Aires; Editorial Universitaria Bs. As.; 1962.
[iii] José Ortega y
Gasset; La rebelión de las masas; España; Colección Austral; 1958.
[iv]
http://es.wikipedia.org/wiki/Georg_Luk%C3%A1cs
[v]
http://www.infobae.com/2013/09/25/1511488-un-nino-6-anos-tendra-un-nuevo-dni-otro-sexo
[vi]
http://www.lanacion.com.ar/1284883-es-ley-el-matrimonio-entre-personas-del-mismo-sexo
[vii] http://www.lanacion.com.ar/1421437-bergoglio-kirchner
[viii]
http://www.clarin.com/politica/spot-Clarin-costo-Gobierno-millones_0_782321822.html
[ix]
http://www.infobae.com/2013/09/30/1512501-el-futbol-todos-saldra-casi-4-millones-dia-el-2014
[x] http://www.quepasasalta.com.ar/65964/