a cargo de Stefano
Fontana,
Introducción de Paul D. Ryan, Epílogo de Giampaolo Crepaldi,
Cantagalli, Siena 2014.
Verona, Parroquia de
San Pedro Apóstol
Martes 29 de abril
2014
La centralidad de
Dios
La expresión que da
título al libro está formada, aunque no literalmente, por dos textos de
Benedicto XVI. El primero es un texto dramático, que en mi opinión representa
una piedra angular de su magisterio, la Carta que escribió a todos los Obispos del mundo
después de levantar la excomunión a los cuatro obispos ordenado por Mons.
Lefebvre: «En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe
está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la
prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y
abrir a los hombres el acceso a Dios… El auténtico problema en este momento
actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y,
con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por
la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de
manifiesto». Era 10 de marzo del 2009, año horrible por los ataques
concéntricos contra el Papa por parte de gobiernos, parlamentos, grandes medios
de comunicación e incluso muchos Obispos.
El otro texto es la
encíclica Spe salvi, donde dice que «sin Dios en el mundo» el mundo queda sin
esperanza. Aquí Benedicto XVI hace referencia a Bernardo de Claraval. Los
monjes eran grandes leñadores, pero «allí donde las almas se hacen salvajes no
se puede lograr ninguna estructuración positiva del mundo».
Este es básicamente
el mismo concepto expresado el 12 de septiembre de 2008 en el grandioso
discurso en el College des Bernardins, en París, ante el mundo de la cultura.
También aquí Benedicto XVI habló de los monjes y de cómo su servicio al mundo
no tomó como inspiración el querer servir al mundo, sino más bien la búsqueda
de Dios, y no en las cosas penúltimas sino en las cosas últimas, de las cuales
se podrían obtener beneficios también para las penúltimas. (Se trata de un
recorrido que después del Concilio se ha invertido, a pesar de que el Cardenal
Ratzinger dijera en una famosa Conferencia del año 2000 que el propósito de los
Padres Conciliares era poner a Dios en el centro). Estudiando la Palabra de Dios, los
monjes estudiaron también la gramática, porque el Dios "de rostro humano”
habla a todos utilizando la gramática humana. La Palabra de Dios no debe
leerse literalmente, sino dentro de la comprensión de la Iglesia y así los monjes
fueron capaces de entender también la gramática de la comunión entre los
hombres. De las cosas últimas se desprende la luz para las penúltimas.
Benedicto XVI ha
puesto a Dios al centro de la construcción de este mundo y con esto
definitivamente ha refutado las versiones "débiles" sobre el anuncio,
las de una Iglesia que acompaña al mundo pero renuncia a ser maestra y también
a la ilusión de poder seguir siendo una madre. La Lumen Fidei (29 junio
2013), firmada por Francisco, en un terrible pasaje fácilmente atribuible al
Papa Benedicto se plantea y nos plantea una inquietante pregunta: «¿Seremos en
cambio nosotros los que tendremos reparo en llamar a Dios nuestro Dios?
¿Seremos capaces de no confesarlo como tal en nuestra vida pública, de no
proponer la grandeza de la vida común que él hace posible? (n. 55).
Paradójicamente, Benedicto XVI hizo su viaje más difícil y más cuestionado a
Alemania, su patria, del 22 al 25 de septiembre de 2011, justamente para abrir
un lugar a Cristo en el corazón de Europa y para decirle a la Iglesia de su nación que
en esas tierras hay extrema necesidad de volver a anunciar a Cristo en la Iglesia , de volver a
alfabetizar sobre el Credo y los sacramentos antes que pensar en dotar a cada
parroquia de instalaciones de energía solar.
La neutralidad
imposible
La centralidad de
Dios trae consigo otra enseñanza fundamental de Benedicto XVI, que a menudo no
se considera adecuadamente, sin embargo representa una verdadera
"luz" de su episcopado, como se decía, “iluminado”. El 19 de julio de
2008, en Sidney, en el encuentro con los jóvenes en la Jornada Mundial de
la Juventud ,
dijo: «con mucha frecuencia nos encontramos inmersos en un mundo que quisiera
dejar a Dios “aparte”. En nombre de la libertad y la autonomía humana, se pasa
en silencio sobre el nombre de Dios, la religión se reduce a devoción personal
y se elude la fe en los ámbitos públicos… También nosotros podemos caer en la
tentación de reducir la vida de fe a una cuestión de mero sentimiento,
debilitando así su poder de inspirar una visión coherente del mundo y un
diálogo riguroso con otras muchas visiones que compiten en la conquista de las
mentes y los corazones de nuestros contemporáneos».
Las imágenes de Dios
"puesto a un lado", "pasado en silencio" y "rechazado
de la plaza pública" son de particular y dramática realidad. Sin embargo,
las expresiones más llamativas de un camino fuertemente cuestionado también
dentro de la Iglesia ,
son las dos finales: el Papa enseña que de la fe proviene "una visión
coherente del mundo" y afirma que en la plaza pública está en marcha una
competencia por "la conquista de las mentes y los corazones de los
nuestros contemporáneos".
Dos días antes, el 17
de julio de 2008, Benedicto XVI había dicho: «Hoy muchos sostienen que a Dios
se le debe “dejar en el banquillo”, y que la religión y la fe, aunque
convenientes para los individuos, han de ser excluidas de la vida pública, o
consideradas sólo para obtener limitados objetivos pragmáticos. Esta visión
secularizada intenta explicar la vida humana y plasmar la sociedad con pocas o
ninguna referencia al Creador. Se presenta como una fuerza neutral, imparcial y
respetuosa de cada uno. En realidad, como toda ideología, el laicismo impone
una visión global. Si Dios es irrelevante en la vida pública, la sociedad podrá
plasmarse según una perspectiva carente de Dios. Sin embargo, la experiencia
enseña que el alejamiento del designio de Dios creador provoca un desorden que
tiene repercusiones inevitables sobre el resto de la creación. Cuando Dios
queda eclipsado, nuestra capacidad de reconocer el orden natural, la finalidad
y el “bien”, empieza a disiparse».
Un mundo sin Dios no
es un mundo neutral, es un mundo que se construye sin Dios, pero "sin
Dios" es también "contra Dios". No hay un laicismo débil y uno
fuerte. El laicismo, que se presenta a veces como abierto y tolerante, tarde o
temprano se transforma en odio hacia Dios. Las relaciones con el mundo casi han
sido completamente absorbidas por el irenismo postconciliar, que ya no quiere
ver en el mundo el mal que hay que combatir, sino como algo únicamente positivo
con quien dialogar. Para Benedicto XVI, en cambio, está en marcha una
"competencia", es decir, una lucha por conquistar los corazones y las
mentes de los hombres, y en esta competencia no es posible permanecer
neutrales.
Origen y sentido del
poder
En este contexto de
centralidad de Dios y de imposible neutralidad, dos grandes discursos de
Benedicto XVI se ocupan del poder, de su origen y su sentido. Me refiero al
discurso en Westminster Hall el 17 de septiembre de 2010 con ocasión del viaje
al Reino Unido para la beatificación del Cardenal Newman, y el famoso discurso
al Parlamento de Berlín el 22 de setiembre de 2011. Ambos discursos comienzan
con una pregunta.
En Londres, Benedicto
XVI señaló primero que quien tiene el poder sobre nosotros toma decisiones que
son siempre opciones morales. Ahora: «¿Qué exigencias pueden imponer los
gobiernos a los ciudadanos de manera razonable? Y ¿qué alcance pueden tener?
¿En nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales? Estas
cuestiones nos conducen directamente a la fundamentación ética de la vida
civil. Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se
rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se
presenta evidentemente frágil».
Este es el problema.
La densa respuesta que el Papa dio a esta pregunta constituye un pequeño
tratado sobre los fundamentos del poder: «La tradición católica mantiene que
las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la
razón, prescindiendo del contenido de la revelación. En este sentido, el papel
de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas,
como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones
políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la
religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la
aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos».
En cambio la pregunta
de la que parte el discurso al Bundestag se refiere al Rey Salomón, quien pidió
a Dios que le dé sabiduría para distinguir el bien del mal. ¿Cómo podrá el
político, pregunta Benedicto XVI, «distinguir entre el bien y el mal, entre el
derecho verdadero y el derecho sólo aparente?». Es suficiente el criterio de la
mayoría frente a situaciones y problemáticas tan importantes? Con esto el Papa
Ratzinger recuerda que los principios no negociables, no reciben su condición
de verdad y bondad intrínseca del consenso de una mayoría, sino que los tienen
por sí. El político no puede, sin traicionar su misión específica, ir en contra
de esto. Si lo hiciera privaría al Estado de la ley, de manera que —como dice
San Agustín— «sería difícil distinguir entre el Estado y una gran banda de
bandidos».
Y he aquí la
respuesta: «Contrariamente a otras grandes religiones —dice Benedicto XVI—, el
cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado,
un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. En cambio, se ha remitido
a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho … A partir de
esta vinculación precristiana entre derecho y filosofía inicia el camino que
lleva, a través de la Edad
Media cristiana, al desarrollo jurídico de la Ilustración , hasta la Declaración de los
derechos humanos».
En ambas respuestas
el fundamento último del poder es Dios. Podemos estar tranquilos: lo que dice
el capítulo 13 de la Carta
de San Pablo a los Romanos —omnis potestas a Deo— es cierto también hoy. Pero
esta primacía de la religión no se ejerce sustituyendo aquello que es conocible
en el plano natural, sino purificándolo. De este modo se evitan tanto el
integrismo teológico como la arbitrariedad.
La teología de la
creación
La religión no hace
directamente política, más bien purifica la política y le permite ser realmente
ella misma. Así la política es autónoma pero no es autosuficiente ni
independiente de la moral ni de la religión católica. La autoridad política
viene de Dios, pero no la ejerce directamente la Iglesia. No debe
delimitarse lo que se debe a Dios y lo que se debe al César, ya que el César,
sin referencia a Dios, no puede comprender bien qué se debe a sí mismo. “No
tenemos otro rey aparte del César!”, dijo la masa a Pilatos. No era sólo la
negación de la religión sacrificada en el altar de la política, era la negación
de la política sacrificada en su propio altar.
Ahora, todo este
discurso presupone que la razón humana puede conocer la naturaleza. Y presupone
que la naturaleza pueda ser conocida. Si falta este acoplamiento, la fe se
convierte en algo esotérico, intimista, fideísta, psicológico o psicoanalítico,
una necesidad humana, un hobby personal, un "mito". Con ello se
pueden hacer películas y escribir novelas, pero no construir una civilización
humana. Si la naturaleza carece de sentido, Dios no se ha podido comunicar a
nosotros y la religión no puede decir nada sobre el poder, la política o la
ley, que no sea integrismo.
La noción de fondo es
aquella expuesta con extrema radicalidad en Munich el 12 de septiembre de 2006.
«En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu
creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que,
carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo
matemático, así como el hombre y su razón… Nosotros creemos que en el origen
está el Verbo eterno, la Razón
y no la Irracionalidad ».
Y así llegamos al más grande de los discursos de Benedicto XVI, un discurso que
por sí solo haría la gloria de un pontificado, la famosa lección en la Universidad de
Ratisbona del 12 de septiembre de 2006: «No actuar según la razón es contrario
a la naturaleza de Dios». Un día Sócrates conoció a Eutifrón, sacerdote y
experto en las cosas sagradas.
Le planteó esta
pregunta: ¿una acción santa es santa porque les gusta a los dioses o les gusta
a los dioses porque es santa?
En el primer caso los
dioses son arbitrarios e indiferentes a la verdad, en el segundo caso los
dioses son verídicos y defienden la verdad.
En el primer caso, la
política es arbitrariedad y violencia o, a lo sumo, acuerdo de intereses, en el
segundo caso la política es para el bien y la verdad.
El 7 de diciembre de
2012, Benedicto XVI dijo que cree que «es precisamente el olvido de Dios lo que
sumerge a las sociedades humanas en una forma de relativismo que genera
ineluctablemente la violencia. Cuando se niega la posibilidad para todos de
referirse a una verdad objetiva, el diálogo se hace imposible y la violencia,
declarada u oculta, se convierte en la regla de las relaciones humanas».
Precisamente a
finales del 2012, cerca de la decisión de dejar el pontificado, Benedicto XVI
dio los más bellos discursos sobre la defensa de la naturaleza, en particular
en el discurso a la curia romana del 21 de diciembre de 2012. La ideología del
género es la negación explícita y militante de la naturaleza. Si esta operación
tuviera éxito el diálogo posible entre el hombre y Dios acabaría, y el
cristianismo y la Iglesia
serían arrojados fuera de la historia. Benedicto XVI, con su fineza, ha
identificado con crudo realismo y ha expresado con palabras desnudas y
espinosas el enorme desafío que tenemos ante nosotros: «se hace evidente que,
cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien
defiende a Dios, defiende al hombre».
La teología la
creación hoy es de importancia vital. En el discurso a la curia para las
felicitaciones de Navidad del 2008, Benedicto XVI dijo: «Dado que la fe en el
Creador es parte esencial del Credo cristiano, la Iglesia no puede y no debe
limitarse a transmitir a sus fieles sólo el mensaje de la salvación. Tiene una
responsabilidad con respecto a la creación y debe cumplir esta responsabilidad
también en público».