Diócesis
de Querétaro -Pastoral Social
Participación y
Democracia
La participación en
la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del
ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel
cívico con y para los demás, sino
también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de
una de las mejores garantías de permanencia de la parte del pueblo, de poderes y funciones, que
deben ejercitarse en su nombre, por su cuenta y a su favor; es evidente, pues,
que toda democracia debe de ser participativa. Lo cual comporta que los diversos
sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados,
escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que ésta desarrollada
(CDSI 190).
NOS PREGUNTAMOS
¿Participé en las
votaciones de las últimas elecciones? ¿Conozco a mis autoridades y he tenido
acercamiento con ellas para dar seguimiento a su trabajo?
NO HAY DEMOCRACIA
VERDADERA SIN PARTICIPACIÓN CIUDADANA
Extractos mensaje de
los Obispos de
México, 24 de abril
de 2009
Participación ciudadana: En un país democrático
la ciudadanía debe de dar seguimiento a las acciones de quienes ejercen el
poder. El acceso a la información permite que la ciudadanía se informe de los
errores, excesos, abusos, atropellados, irregularidades y hasta delitos
cometidos por sus gobernantes, pero no existe forma de sancionarlos, lo que
provoca sentimientos de decepción y frustración.
Insuficiente
representatividad:
Cuando la ciudadanía
no encuentra, en los candidatos que se le proponen, personas que puedan
verdaderamente representarla en las instancias de decisión, decide abstenerse
de participar. Se sabe del daño que hace a la representatividad una
insuficiente participación en las elecciones, porque cuando son pocos los que
votan, es el voto de unos cuantos el que define la elección. Quienes resultan
electos tienen que enfrentar, además del descontento y la sospecha de quienes
no obtuvieron la mayoría, la falta de legitimidad, pues ejercerán legalmente la
representación que se les confía, pero sin la necesaria aceptación y el respaldo
de la ciudadanía.
Esto debilita a las
instituciones políticas que colapsan cuando no hay en ellas una auténtica
representación popular.
¿QUE ES DEMOCRACIA?
Es aquel sistema de
gobierno en el cual la soberanía del poder reside y está sustentada en el
pueblo. (sic)
El sistema de la democracia: “La Iglesia
aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que se asegura la
participación de los ciudadanos en las opciones políticas de elegir y controlar
sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera
pacífica. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho
y sobre la base de una recta concepción de la persona humana” (CDSI 406).
Entre
las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las
más graves porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las
normas de la justicia social; compromete el correcto funcionamiento del Estado,
influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados;
introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas,
causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus
representantes, con el consiguiente debilitamiento de las instituciones (CDSI
411).
Autonomía e independencia:
La Iglesia y la comunidad política, si bien se expresan ambas con estructuras
organizativas visibles, son de naturaleza diferente, tanto por su configuración
como por las finalidades que persiguen. La Iglesia se organiza con formas
adecuadas para satisfacer las exigencias espirituales de sus fieles, mientras
que las diversas comunidades políticas generan relaciones e instituciones al
servicio de todo lo que pertenece al bien común temporal (CDSI 424). Sin
embargo, la recíproca autonomía de la Iglesia y la comunidad política no
comporta una separación tal que excluya la colaboración.
Jesús y la autoridad
política: Jesús rechaza el poder opresivo y despótico de los jefes sobre las
Naciones (cf. Mc 10,42) y su pretensión de hacerse llamar benefactores (cf. Lc
22,25), pero jamás rechaza directamente las autoridades de su tiempo (cf. Mc
12,13-17; Mt 22,15-22; Lc 20,20-26).
Las primeras
comunidades cristinas: San Pablo define las relaciones y los deberes de los
cristianos hacia las autoridades (cf. Rm 13,1-7). El Apóstol no intenta
ciertamente legitimar todo poder, sino más bien ayudar a los cristianos a
“procurar el bien ante todos los hombres” (Rm 12,17), incluidas las relaciones
con la autoridad, en cuanto está al servicio de Dios para el bien de la persona
(cf. Rm 13,4;1 Tm 2,1-2; Tt 3,1) y “para hacer justicia y castigar el mal al
que obra mal” (Rm 13,4). (CDSI 380). La oración por los gobernantes,
recomendada por San Pablo durante las persecuciones, señala explícitamente lo
que debe de garantizar la autoridad política: una vida pacífica y tranquila,
que transcurra con toda piedad y dignidad (1Tm 2,1-2).
La objeción de
conciencia: El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las
prescripciones de las autoridades civiles si éstas son contrarias a las
exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a
las enseñanzas del Evangelio. Cuando sin llamados a colaborar en acciones
moralmente ilícitas, tiene la obligación de negarse (CDSI 399).
PARTICIPACIÓN
El Bien Común resulta
de la intervención activa de todos los ciudadanos en la constitución del orden
social; no es una estructura estática, ajena a la conducta de cada persona,
sino que requiere el empeño exigente por parte de todos a fin de corregir los
males que aquejan a la sociedad y promover de manera efectiva el progreso
social. En este contexto, se entiende por participación, la actuación libre y
responsable de todos a fin de procurar de modo efectivo el Bien Común (GS,
n.75).
“Es plenamente
conforme a la naturaleza humana que se encuentren estructuras jurídico
políticas que ofrezcan cada vez mejor a todos los ciudadanos, sin
discriminación alguna, la posibilidad efectiva de participar libre y
activamente en la elaboración de los fundamentos jurídicos de la comunidad
política, en el gobierno de los bienes públicos, en la determinación del campo
de acción y de los límites de los diferentes organismos, y en la elección de
los gobernantes” (GS, n. 75).
La participación es
un derecho fundamental de la persona humana, necesario para garantizar un
pluralismo justo en las instituciones e iniciativas sociales. Ocupa un puesto
predominante en el desarrollo reciente de la enseñanza social de la Iglesia.
Su fuerza radica en
el hecho de que asegura la realización de las exigencias éticas de la justicia
social. Es el camino adecuado para conseguir una nueva convivencia humana. (GS,
n. 9,68).
Consecuencia
característica de la subsidiariedad es la participación, que se expresa,
esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano,
como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios
representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de
la comunidad civil, a la que pertenece.
La participación es
un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con
vistas al bien común (CDSI 189).
NOS PREGUNTAMOS
¿Cómo defino ahora la
palabra “democracia” y qué significa “participación ciudadana? ¿Qué podemos
hacer para que las personas de nuestra familia, comunidad o parroquia CONOZCAN
y PARTICIPEN de los derechos y obligaciones ciudadanas?