Por Sebastián García
Díaz
Miembro de
Civilitas-Esperanza Federal
La pregunta invoca
para muchos los peores fantasmas. Pero sirve para forzar debates que en el
mundo son normales, aunque aquí no.
Nuestra última década
ha sido dominada por ideas que podríamos catalogar de centroizquierda. No sólo
en lo simbólico, como idealizar a los que combatieron en las temibles
guerrillas de la década de 1970 o declararnos “liberados” del Fondo Monetario
Internacional o del imperialismo de los Estados Unidos de la mano de Hugo
Chávez. En lo profundo, también lo fue.
A nivel político, se
extendió la intervención del Estado en todos los órdenes, proceso que fue
acompañado por un aumento indiscriminado de la presión impositiva y por una
incorporación masiva de empleados públicos.
El poder político se
centralizó, fórmula que los progresistas justifican impunemente como única
forma de confrontar con el poder del mercado. El proceso de achicamiento del
Estado y de desregulación de la economía se revirtió, con íconos como la
estatización de YPF, las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones
(AFJP) o Aerolíneas Argentinas.
En lo social, se
aplicaron las clásicas recetas de la centroizquierda: “distribuir la riqueza”
a través de entregas masivas de subsidios, planes y dádivas; priorizar el derecho
a ver el futbol gratis y comprarse un LED, un celular o un buen par de
zapatillas –calentando la casa con gas barato– aunque no se pudiera garantizar
una educación básica de calidad, salud, justicia o seguridad.
También se buscó,
desde el Estado, dirigir un cambio cultural –el relato– avanzando sobre ciertas
usinas (la universidad, el cine, etcétera) y potenciando viejas antinomias con
sectores presentados como enemigos: la Iglesia Católica ,
los militares, el campo, los medios, la Justicia.
Por sobre otras
urgencias, se impusieron debates como la despenalización del aborto, el
matrimonio homosexual o la despenalización del consumo de drogas, y se intentó
reescribir la historia y los contenidos de la educación básica.
Presiones
La embestida cultural
llegó a tener ribetes totalitarios más propios de la izquierda extrema, puesto
que todos los que pensaban diferente fueron menospreciados y los fondos del
Estado se direccionaron a los partidarios, en forma arbitraria.
Pero fue en lo
económico donde las recetas se volvieron más recalcitrantes. A través de
Guillermo Moreno, el mercado, los precios y la inflación se manejaron a punta
de pistola. A los empresarios, se los mantuvo atemorizados y sumisos, las
fronteras fueron cerradas a la importación y la exportación intentó ser
forzada.
La prioridad fue
presionar para que los productos de nuestro sector más competitivo –el campo–
quedaran para el consumo interno (para seguir comiendo asado baratito). Y la
inversión extranjera, en lugar de ser seducida, fue mirada con desconfianza o
incluso combatida.
Me pregunto si para
la próxima década sólo necesitamos un cambio en las formas –un presidente que
dialogue más, que no exaspere con cadenas nacionales ni con peleas continuas– o
incluso uno que lleve estas mismas políticas pero en forma más moderada y
dosificada en el tiempo. O, por el contrario, si no ha llegado la hora de
producir un giro hacia las políticas que en el mundo están resultando exitosas,
consideradas en nuestro país como de centroderecha.
Tal vez sea el camino
para volver a poner al Estado en su lugar. Para que nos cobren los impuestos
que nos corresponden y nos den las obras que merecemos. Una administración que
se comprometa con los criterios de eficiencia y transparencia y se ponga al
servicio de los contribuyentes.
¿No sería bueno
volver a apostar por el fortalecimiento de la familia como la institución
fundamental del cambio social, en lugar de seguir insistiendo en su disolución?
¿Y recuperar la educación como único canal eficaz para garantizar la verdadera
igualdad?
Argentina necesita
volver a hablar de la responsabilidad individual; de premios y castigos; del
valor del trabajo y del esfuerzo; del cumplimiento de las reglas y de cómo
garantizar que el que las haga, las pague. Un aplauso para el candidato que nos
diga: “Voy a cortar con el Fútbol para Todos, porque es inconcebible que no
usemos ese dinero para otras urgencias”
Tal vez la
centroderecha esté mejor preparada para reintegrarnos al mundo y que nuestra
economía se abra a comprar y vender sin más trampas. Volver a ser amigos de los
países desarrollados y no de proyectos desopilantes como la llamada “revolución
bolivariana”. La que nos permita limitar el poder político, federalizarlo y
acercarlo a la gente. La que se anime a enfrentar el desquiciado poder de
sindicalistas corruptos...
¡Hay que darle una
oportunidad a la Argentina
de volver a confiar en la libertad de su gente! Llegó
el momento que los dirigentes
con estas ideas salgan de las catacumbas.
el momento que los dirigentes
con estas ideas salgan de las catacumbas.