Por Adriana Riva
La Nación, 31-8-14
Los talibanes en
Afganistán recaudan unos 200 millones de dólares al año, gracias al contrabando
de opio y otros recursos naturales; Al-Qaeda en el Magreb, alrededor de 100
millones, a través de rescates de secuestros; Boko Haram, en Nigeria, unas
decenas de millones, de extorsiones e impuestos.
Son fondos tan
escabrosos como los grupos que los administran. Pero al lado de las arcas de
Estado Islámico (EI), una de las organizaciones terroristas más ricas del
mundo, representan apenas un vuelto: según autoridades iraquíes, los activos de
la insurgencia sunnita que hoy desvela a Occidente oscilan entre 1300 y 2000
millones de dólares, una cifra espeluznante que crece a medida que los
extremistas expanden su califato islámico en Siria e Irak.
"Los ataques [de
Al-Qaeda] del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos costaron un millón
de dólares. Hoy, estimamos que EI tiene varios miles de millones de
dólares", advirtió la semana pasada el ministro de Relaciones Exterior de
Francia, Laurent Fabius. "Estamos, probablemente, ante el grupo terrorista
más pudiente que jamás haya existido", coincidió en señalar, hace unos
días, Matthew Levitt, ex subsecretario de Inteligencia y Análisis en el
Departamento del Tesoro de Estados Unidos.
En sus inicios, las
donaciones de millonarios musulmanes procedentes de países sunnitas, como Arabia
Saudita o Kuwait, mantuvieron a flote a los jihadistas de EI en su lucha contra
los gobiernos chiitas de Damasco y Bagdad. Pero a medida que el grupo avanzó en
sus conquistas, comenzó a tender redes económicas ilícitas en las regiones bajo
su control para enriquecerse. Y en un país como Irak, uno de los principales
productores de petróleo del mundo, el oro negro se convirtió en su bien más
preciado.
EI controla siete
campos petroleros y dos refinerías en el norte de Irak, así como seis campos
petroleros y dos refinerías en Siria. Se trata de instalaciones con una
capacidad productiva de entre 30.000 y 80.000 barriles de crudo por día.
Según expertos, a
través de intermediarios en Turquía y Siria, los militantes venden esos
barriles a entre 25 y 60 dólares en el mercado negro (el precio internacional
supera los 100 dólares por barril) y obtienen la módica suma de dos millones de
dólares diarios. Aparte de los recursos petrolíferos, la elaborada economía de
guerra de EI tiene otros tentáculos recaudadores, varios de los cuales fueron
revelados semanas atrás por el diario británico The Guardian, que tuvo acceso a
160 memorias USB que le fueron confiscadas a un líder de EI por el ejército
iraquí.
Según consta en esos
archivos, los jihadistas recaudan millones con extorsiones, principalmente a
minorías religiosas a cambio de su protección; el contrabando de armas; el
cobro de peajes en las rutas que controlan; el pago de rescates de secuestros;
la venta de materiales de fábricas desmanteladas; la recaudación de todo tipo
de impuestos; el tráfico de obras arqueológicas de sitios sagrados... y la
lista sigue.
Consciente de la
necesidad de no depender de una financiación externa, sino de sus propios
recursos, EI apeló a estas fuentes de financiación desde sus inicios, cuando
aún era parte de Al-Qaeda.
El gran salto, sin
embargo, llegó con la captura relámpago de Mosul, la segunda ciudad de Irak, en
junio pasado. Los islamistas saquearon entonces la sucursal del Banco Central y
se hicieron con más de 400 millones de dólares, que terminó por consolidar su
poderío económico.
Hoy, con un
territorio que se extiende desde Raqqa, en Siria, hasta Mosul, en Irak -una
superficie más grande que Gran Bretaña-, donde viven unas ocho millones de
personas, EI se financia por sus propios medios a una escala sorprendente.
Esa autofinanciación
plantea un desafío enorme a los gobiernos que intentan frenar su avance: al no
estar tan integrado al sistema financiero internacional, EI no es vulnerable a
sanciones, leyes contra el lavado de dinero y regulaciones bancarias. Y prueba
de ello es que cada día se hace más rico..