Rodolfo Patricio Florido
Informador Público, 6-2-15
En la historia
argentina todo aquello que parecía destinado a la eternidad, terminó chocando
con sus miserias presentes. Le pasó a Menem, le está pasando a Cristina. No son
pocos los Gobernadores que quieren desembarazarse del peso muerto que supone
una Cristina Fernández de Kirchner que quiere armar todas las listas
legislativas pensando en perder pero asegurando un bloque monolítico. El
problema es que esos Gobernadores… NO QUIEREN PERDER y Cristina los arrastra a
una derrota global que le asegure poder a ella en un futuro parlamento.
Difícil. Toda esta
variedad de fuegos artificiales tendrá tanta duración como duración tienen esos
artificios voladores que seducen, hacen abrir los ojos a quienes los observan,
pero solo terminan dejando un fuerte y molesto olor a pólvora en las
pituitarias de los presentes.
En la desesperación
por sostener el centro de la escena comienzan a generarse situaciones grotescas
como el uso en primer plano de la silla de ruedas para una lesión de más de un
mes en el tobillo, posterior caminata por China o un Jefe de Gabinete que sin
sonrojarse rompe un diario y al día siguiente calla aunque las pruebas
desmoronen sus impulsos por satisfacer a su Jefa para luego transformarse de
Jefe de Gabinete a una suerte de Patch Adams del subdesarrollo con más tufo al
género del sainete y al drama que a un clásico de Hollywood.
Fuerzan tanto la
necesidad de sostener el presente que ya cancelaron su propio futuro. Este,
está terminado y hasta escrito por ellos mismos. Puede entenderse que haya
quienes especulen que; supieron tener tanto poder que parece imposible imaginar
que ya se ha diluido en una suerte de sistema que es capaz de dañar y hasta de
destruir, pero que no puede sostener la ilusión de eternidad.
Aún cuando fuese
Scioli su sucesor eventualmente bendecido, poco probable, será el final. De
hecho y por eso, no lo quieren. Scioli es el emblema de la sumisión y la
verticalidad, no de la convicción de un kirchnerismo eterno. Todo poder parece
eterno mientras goza de dinero y hasta las estupideces son festejadas como eran
festejadas las odas de Nerón por una aristocracia política que solo apostaba a
su supervivencia, para luego auto justificarse en un principio de obediencia
debida que rechazan para con los otros pero que practican entre sí.
Scioli es la
verticalidad casi obsecuente que acompaña. Pero también sería, si los números
se lo permitieran, la nueva verticalidad que se exigirá a quienes sobrevivan
políticamente al hundimiento de un estilo. Si el peronismo logra sortear el
hundimiento del kirchnerismo, hará como hizo con Menem, tratará de que se
olvide rápidamente y naufrague día a día, simplemente tratando de preservar su
libertad mientras que su patrimonio sufre la perdida diaria de dinero en
juicios atrasados, las demandas por décadas y los honorarios millonarios de los
mejores estudios jurídicos nacionales que se alimentan hasta el hartazgo de
clientes que prefieren que todo se demore antes que pagar con la perdida de la
libertad una justicia más rápida y menos dispendiosa.
Todo lo que tocaron
lo degradaron. Costará un esfuerzo enorme recuperar la paz interior, el respeto
y por sobre todas las cosas, hacer que coincida el presumido imperio de los
derechos humanos con un real imperio de los derechos humanos, concebidos estos
como una práctica universal de no violencia, donde la diversidad de
convicciones sea un valor positivo que enriquece las tertulias en lugar de ser
una guerra de vanidades que arruina las mesas de vecinos, amigos y familiares.
Una comunidad rica en diferencias y tolerancia, mutó en una suerte de guetos
fundamentalistas en donde la verdad languidece frente a la arbitrariedad del
poder y el conflicto.
Es extraño, nunca
como en este período de poder se ha avanzado tanto en legislaciones sociales e
interpersonales (bullying, igualdad de géneros, matrimonio igualitario,
asignación universal por hijo, salarios para los presos, leyes
antidiscriminación, etc.) y en contrario, se ha observado que nunca -en
democracia- se ha observado una sociedad tan violenta, discriminatoria y
desigual. Es como si todos supiéramos que es lo que debe ser, pero nada se haya
hecho para que la ley y lo cotidiano encuentren un camino de comunión. Es como
si la sociedad hubiese aprendido que es lo políticamente correcto declarar pero
que en lo diario y a micrófono cerrado no cree ni una palabra de lo que
expresa. Una pena. En la historia de la humanidad las leyes siempre vinieron a
plasmar lo que las sociedades habían requerido y hacia donde habían
evolucionado.
En nuestro país,
muchas legislaciones nacieron al calor de mostrar un progresismo impostado que
colisionaba con las prácticas mismas del poder y que en consecuencia la
sociedad no internalizó como propias. Es como si hubiese un delay entre el
cerebro y el corazón de nuestro país. Es como si ahora hubiese que lograr que
esas legislaciones, positivas por cierto, encuentren un camino de comunión sin
conflictos en la conciencia profunda de la sociedad. El kirchnerismo se
traicionó así mismo cuando sus modos, la corrupción y una economía sin más
rumbo que la presión permanente se llevaron por delante el discurso de modernidad
e inclusión. Se traicionó así mismo, cuando la inclusión se transformó en una
suerte de placebo monetario cual cortisona al cuerpo, que mejoró el presente
diario pero sepultó los sueños de un futuro más digno construido con ladrillos
más fuertes que algunos pocos cientos de pesos.
En resumen, el futuro
es una certeza aunque el presente sea incierto. Nuestro país tiene una enorme
capacidad de reinventarse y una potencia extraordinaria para construir nuevos
sueños. Solo tiene que creer en sí mismo y encontrar una conducción que haga
coincidir el decir con el hacer y lo que se siente con lo que se vive.