Giorgio Chevallard
ForumLibertas,
03/02/2015
Con ocasión de la
celebración de los 1.000 números de la Revista Cristiandad ,
tendremos otra vez en Barcelona al Dr. Guzmán Carriquiry, el primer laico que
ocupa una vicepresidencia de una Comisión Pontificia (Pontificia Comisión de
América Latina - CAL), después de 40 años al servicio de la Santa Sede , muchos de
ellos trabajando en el secretariado del Consejo Pontificio para los Laicos,
colaborador de cinco Papas y amigo personal del Papa Francisco.
Por la inteligencia y
el valor eclesial de sus análisis y contribuciones, por su amistad especial con
Barcelona (frecuentemente invitado por E-Cristians, Universitat Abat Oliba,
grupo FE i CULTURA,…) y para prepararnos a este nuevo encuentro, creemos
interesante reproducir un resumen de su intervención del 24 de noviembre 2012
en una Jornada organizada por E-Cristians, hablando sobre la crisis que es
antropológica y moral antes que económica.
Es especialmente
significativo recuperar este juicio en el momento que España y Europa esperan
de los nuevos movimientos populistas como Syriza y Podemos la solución de los
problemas de la crisis, de la dictadura de liberalismo económico, que promueve
la austeridad (aún necesaria) por encima del bien común de los pueblos, que se
preocupa de la macroeconomía mucho más que del bienestar del pueblo.
Evidentemente, nadie
puede pensar de vivir del trabajo de los demás (es asistencialismo, es
parasitismo). Hace falta que los cristianos sepamos conjugar una respuesta
política creíble al desmoronamiento del sistema y de las evidencias que han
sostenido nuestra civilización. No basta ni la austeridad, ni el economicismo
materialista, hace falta recuperar la persona, con su pasión por la vida y el
bien, suyo y de los demás. Hace falta más doctrina social puesta en práctica.
Políticamente, otra ocasión perdida para la presencia del catolicismo. Frente a
este Poder que todo lo invade y domina (aún en diferentes formas), hay que
volver a empezar por la persona concreta – tú, yo - y su deseo infinito.
La intervención de
Carriquiry
Hay una profunda
relación entre crisis económica y crisis moral: el economicismo tecnocrático,
indiferente al valor de la persona, es el único análisis y remedio que se pone
a la crisis. Una crisis global impone un análisis global y cambios globales.
Después de la caída del comunismo, es necesario repensar el desarrollo global.
Se vivía con un gran optimismo (se hablaba de “fin de la historia”, de
crecimiento inevitable), hemos tenido 20 años de gran desarrollo impulsado por
los avances tecnológicos y el dinero fácil.
La primera causa de
la crisis moral es el déficit ético de las estructuras económicas nos dice la
“Caritas in Veritate”: la economía no funciona sin la ética. No bastan ni un
llamado moral edificante, ni un moralismo sólo crítico, que echa toda la culpa a
los demás. ¿Qué nos ha traído a todo esto? La avidez de ganancias a toda costa;
el predominio de la economía financiera sobre la producción de bienes y
servicios; el consumir por encima de las propias posibilidades (con un
endeudamiento insostenible e casi irrecuperable con las tasas de interés del
mercado); los deseos a satisfacer a cualquier precio y sin responsabilidad (la
“dictadura de los deseos” rompiendo enlaces personales y sociales) ¿Es nueva
esta avidez (concupiscencia)? No, son los viejos ídolos de siempre: el poder,
el dinero, el placer. Sin el pecado original no se entiende la realidad de lo
que pasa.
Ya Augusto Del Noce
en los años ’70 anunciaba un periodo de materialismo irreligioso para después
de la caída del marxismo. Se forma una sociedad líquida, crece la insolidaridad
[N.d.T.: la desvinculación], el totalitarismo de la disolución (la TV corrosiva); crece un
nihilismo aparentemente autosuficiente, la banalidad. Es una mutación
antropológica: se forma un “no-pueblo”, una masa indiferenciada, manipulada por
los medios de comunicación. La crisis nos arrastra si faltan fuerzas de
cohesión. Se suman el tremendo potencial de los medios (tecnología) con la
confusión sobre los fines, la confusión “moral”. Este vacío ideal genera un
vacío político: lo vemos bien en la crisis de Europa, sin proyectos, donde los
partidos sólo se pelean: faltan ideales. En la Eurozona falta un alma
europea, una interioridad profunda que nazca de la historia común: vivimos sin
destino, sin pertenencia, impotentes, sin esperanza (en contraste, el 94% de
los brasileños son optimistas). En Europa domina el pesimismo, falta energía;
la crisis golpea sobre todo a los jóvenes que no estén preparados a afrontar el
paro, la descompensación afectiva, los sacrificios. Vivimos un invierno
demográfico insostenible donde vence la cultura de la muerte (aborto,
eutanasia, suicidios): Europa se suicida. Los 2 millones de jóvenes de la Jornada Mundial de
la Juventud
expresan una búsqueda de sentido. La crisis religiosa, la descristianización
golpean más duro que en Estados Unidos: pero “sin Dios, acabamos contra el
hombre”.
¿Dónde reconstruir?
No bastan medidas técnicas, debemos afrontar el trasfondo moral, buscar las
energías de reconstrucción: hombres verdaderos valen más que el dinero. Si para
cada generación le toca un nuevo inicio (Spe Salvi), tenemos una gran
oportunidad: vivir la realidad como una provocación que nos despierte y nos de
energías para conocer y construir (hemos sido conniventes con el poder que
siempre intenta adormecer el deseo del hombre). Poner al centro la persona (que
cuenta mucho más que los mecanismos de desarrollo): buscar el cambio del
corazón de la persona, de su afecto y su voluntad, poco a poco. Es un reto
educativo: despertar y cultivar su humanidad, mantener vivos sus anhelos, el
sentido religioso, connaturales en el hombre. Sólo así renace la pasión por
nuestra humanidad. Vivimos una emergencia educativa, porqué una hipótesis de
significado es necesaria para que haya educación. La riqueza de un pueblo son
los hombres y mujeres con su humanidad. Hay una incapacidad de nuestra
generación de educar (se han desmantelado los lugares educativos: la familia,
la escuela, la iglesia).
Necesitamos recuperar
los vínculos de pertenencia, vivir la persona del otro como don: el matrimonio,
la paternidad, la filiación, la fraternidad. La familia es el mejor seguro
social, que cuida la solidaridad intergeneracional, que sin embargo sufre
continuos atentados. Hace falta reconstruir las moradas humanas para las personas,
un tejido social; vivir la experiencia de ser pueblo, de tener una morada
común.
Debemos superar la actual dialéctica Estado-mercado.
Reafirmar el principio de subsidiariedad: no pretender todo del Estado, que se
trasforma en asistencialismo, a veces incluso parasitario. Promover la cultura del trabajo: la laboriosidad, el
sentido profundo del trabajo. Privilegiar la economía real frente a la
especulativa. Invertir talentos en el propio trabajo. Reabsorber el paro actual
en la perspectiva de estancamiento económico es imposible: plantearse como
repartir el trabajo (sobre todo en España). Recuperar para las empresas una
“affectio societatis”, porque no viven sólo de acciones y profit). Promover la
economía del don, la gratuidad que no es contradictoria con la economía, baste
pensar en el valor económico y la repercusión social de los afectos verdaderos
(la familia, la paternidad y maternidad, la amistad, el voluntariado, la
asistencia, las ONG,...[el “capital social”]). Es la solidaridad: una pasión por la propia vida y destino que nos hace
apasionar por la vida y el destino de lo demás (la Sollicitudo Rei
Socialis la define como: “una determinación firme y perseverante de empeñarse
por el bien común”). Con una prioridad para los más pobres, que es muy distinta
del asistencialismo. Frente a pobreza, paro, precariedad laboral,
inmigrantes, ancianos, drogados,… hace falta la caridad del buen samaritano, la Caridad de las Obras. Esto
no resuelve la crisis, pero la palia: y pone las personas de pié, como hacen Caritas
y otras ONG. La Caridad
exige la justicia, pero la supera; no es una “filantropía” temporal; la Ciudad del hombre no puede
fundarse sólo en la carta de derechos y deberes.
Hacen falta soluciones
de equidad, justicia y desarrollo, no basta una simple austeridad: reglas
financieras, una política autentica (ver el reciente documento de “Justicia y
Paz”). Rehabilitar la dignidad de la política, “forma eminente de caridad”, por
amor a los ciudadanos y al bien común. La política sin pasión por el bien y la
verdad se reduce. La “Caritas in Veritate” es la verdadera fuerza de
desarrollo.
Los católicos estamos
llamados a ser protagonistas, a encontrar nuevos modelos de desarrollo. Amor y
verdad, la bipolaridad constitutiva de lo real, son atributos divinos: debemos
volver a Dios. La esperanza es imperdible para los cristianos, nunca estamos
solos. Sin Dios, no hay fraternidad, solo egoísmo. Solo Cristo responde al
corazón de los hombres. La certeza de la fe es más grande de nuestras miserias
permite afrontar la realidad con positividad. La nueva evangelización hará la
reconstrucción del tejido humano.
NOTA: una pregunta de
los asistentes le acusó de pesimismo, frente a todo lo que ya hacía la Unión Europea.
Guzmán contestó: no me desmarco ni una coma de lo dicho, si queremos tener
verdadera esperanza en el corazón, y no nos basta un simple optimismo. Si no
vamos a fondo de las causas de la crisis, no sirve: hacen falta soluciones
radicales, como el tema es radical. ¿Cómo se reparte el trabajo? Buscar una solidaridad social y política,
como hicieron Schumann, Adenauer, de Gasperi [los padres de la Unión Europea ].