Por José Antonio
Riesco
Instituto de Teoría
del Estado
Este 4 de marzo se
cumplió un nuevo aniversario de la
muerte de Josif Stalin (1879-1953), a quien Pablo Neruda en uno de sus poemas,
al final de la década cuarta del pasado siglo XX, llamó “Padre del proletariado
universal”. Fue poco después que tuvie ron lugar los llamados “Procesos de
Moscú” (1938) donde el dictador hizo ejecutar a casi toda la élite que había
acompañado a Lenin en los primeros pasos de la revolución rusa iniciada en
1917. Esta surgió, vale recordarlo, en los brazos del estado mayor de Alemania
que lideraba el mariscal Ludendorff, el mismo que al final de la guerra
acompañó a Hitler para fundar el Partido Obrero Nacional Socialista Alemán
(NSDAP).
Esas ejecuciones se
hicieron al margen de toda legitimidad procesal, pese a que en 1936 se había
sancionado una Constitución “soviética” cargada de derechos y garantías. Para
Stalin todo quien le molestaba con su libertad de pensamiento respecto a cómo
debía ser el socialismo, era marcado como enemigo “de la revolución”. Y,
diciendo y haciendo, muy poca distancia había entre la denuncia y la ejecución
del “traidor”.
Un caso especial fue
el de Bujarín, un intelectual de alto
nivel que predicaba cierta reducción del rigor con que, con total acento
en los rubros básicos (electricidad, acero, etc.) se estaba aplicando el plan
oficial. Para desprestigiarlo en los ambientes políticos y culturales del
régimen, Stalin contó con la ayuda de Antonio Gramsci, quien, desde la cárcel
donde lo tenía Mussolini, escribió un folleto presentando a las tesis de
Bujarin como decididamente
anti-revolucionarias. El ensayo circuló profusamente y, a la hora del patíbulo
nadie se condolió por el “traidor”.
De estos condenados
sin piedad y sin apelación uno de los pocos que se salvaron fue León Trosky, la
segunda figura de la revolución de 1917 luego de Lenin. Y que no fue un niño de
pecho cuando se trató de barrer a sangre
y fuego tanto las oposiciones como las meras diferencias a la hora de construir
el nuevo aparato estatal. Muerto el líder principal, tuvo mala suerte, se peleó
con Stalin que, en los años 20 del siglo pasado, venía creciendo políticamente
y ya tenía la manía de no perdonar ni siquiera al gato si veía en ël a un
competidor.
De manera que “el más
culto de los bolcheviques”, hizo las valijas y buscó mejor vida en alguna
pensión capitalista. A su paso por París dejó fundada la “4ta. Intenacional”
(el trotskismo) y siguió viaje; instalado en México dedicó sus días a la
propaganda para recuperar la revolución rusa, y a escribir. Entre sus
visitantes privilegió a un hombre joven que lo ayudó mucho, se hizo casi de la
familia y cultivó una afectuosa convivencia con el revolucionario exiliado.
Hasta que un día que no había testigos cerca, el ahijado le clavó un instrumento de acero en la
cabeza, y “a la merda con el amor”. Era un KGB que luego pasó años en la
cárcel, pero Trotsky murió a los tres días del atentado.
El uso irracional,
arbitrario, de la violencia fue toda una filosofía para el manejo del Estado
por el “stalinismo, y su principal herramienta para hacer un “gallinero orga
nizado”, o sea el totalitarismo. Fueron
millones las víctimas de la ortodoxia absoluta, un estilo que a veces servia
para sentenciar sobre asuntos ideológicos, y muchas ve ces para liquidar a los
enemigos personales del dicho “padre del proletariado universal”. La KGB se convirtió en el principal ministerio del sistema.
Pero no cabe dejar de
lado la arraigada tradición de Rusia en la materia, ya que los zares nunca
habían ejercido el poder respetando los derechos humanos. Pedro el Grande fue tanto el modernizador de Las Rusias cuanto uno de los sanguinarios de turno. Lo fundamental, empero, al evaluar el ciclo
de poder (todo el poder..!!) de Stalin y su camarilla --es común en los
déspotas rodearse de alcahuetes--, se
refiere a qué fidelidad guardó su gestión con las promesas anteriores. Hay que
remitir a Marx que fue el autor calificado de
la teología comunista.
a) La dictadura del
proletariado fue una farsa, el control absoluto de la sociedad esta clase no lo
tuvo nunca; en su lugar funcionó un régimen de poder concentrado que colocó a
los trabajadores en la condición secundaria que ya había anticipado Lenin en
“Qué hacer..? de 1903. Los únicos proletarios fieles fueron los que formaron en
la cúpula (Kruschev, por ejemplo).
b) Lejos de
desaparecer, el Estado aumentó en alta medida su volumen y su estructura; todo
o casi todo lo relevante fue estatizado, en particular la economía: industrias,
distribución de bienes de consumo, y la producción de alimentos colecti vizando
el campo mediante haciendas colectivas;
c) La educación, y la
cultura en general, fue absorbida por la propaganda ideológica y política del
gobierno; los avances en la ciencia, que se daban en las naciones occidentales,
eran rechazados e incluso prohibidos por
”capitalistas”. A la vez se hicieron transferencias secretas –vía espionaje-- de conocimientos de significación
estratégica, como fue el caso de la investigación atómica.
f) No se produjo la
sustitución de las clases sociales por la igualdad total, aunque se formó la
“nomenklatura” una oligarquía de tecnócratas y altos funcionarios con sus hijos
y entenados.
De todos modos buena
parte de la crema de la intelectualidad occidental cultivó gran admiración por Stalin y “su obra”, sobre todo con motivo
de la guerra civil española. No faltaron vejestorio liberales que
diferenciaban: “Hitler es malo, pero Stalin no es tan malo”. Los partidos
comunistas, en todas partes del mundo, oficiaron de agregados obedientes de las
embajadas de Moscú. En la
Argentina , durante e la segunda guerra y la posguerra, la
palabra de Victorio Codovilla (el capo PC), era escuchada con veneración en
algunos salones de las señoras gordas de la democrácia. Cuando en 1989 reventó
la “patria del proletariado”, y se supo todo,
de aquéllos, el que no hizo mutis guardó silencio o puso cara de
sorprendido. F. D. Roosevelt no dijo nada por que ya no podía hablar.-
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