Miguel Angel Sarni
Informador Público, 17-4-15
Los ciudadanos eligen los instrumentos propios para
cumplir sus misiones: los microscopios, otros la pluma, el pincel, la cámara...
Otros, muy pocos, un arma.
Los que abrazamos las armas para proteger a los
vulnerables o defender los valores democráticos desde hace décadas nos llamamos
a silencio, pero a veces nos vemos obligados a hablar -y va de oficio- acerca
de cómo hacer de nuestro país un lugar mejor.
Toda maravilla que se pueda decir de las mejores armas
queda corta frente al horror que desencadena su uso. Nadie lo tiene más claro
que el soldado que, tras una guerra de las actuales, logra volver vivo a casa,
aunque lleno de heridas físicas y/o psíquicas permanentes. La violencia ha
disminuido drásticamente en los últimos 100 años.
A pesar de que si nos guiamos por las imágenes que
vemos a diario en los noticieros, el mundo entero parece a punto de explotar.
Pero las guerras entre países desarrollados ya sencillamente son imposibles.
Crecientemente apelan a la guerra “by proxy”
(subsidiaria), haciendo uso de terceros Estados más débiles que tienen sus
propias diferencias preexistentes, pero deben medirse incluso en este peligroso
ajedrez, como los conflictos derivados de la Guerra Fría.
No es que haya menos guerras en el mundo: por el
contrario, hay decenas, y algunas son de una crueldad infinita. Pero sumando
todas las actuales, estamos viviendo en una de las eras más pacíficas desde que
existe la historia escrita.
Y si resulta contraintuitivo afirmar que el mundo se
ha vuelto menos bélico, es porque la capacidad de informar sin censura y desde
el frente a través de medios IP (Internet Provided) es inmensa y poco
controlable
¿Por qué hay tantas guerras pero ya no suceden las
Guerras Mundiales? ¿Ha cambiado la mente humana? ¿O hay algo más? Steven
Pinker, de la Universidad de Harvard, concluye que “uno de los motores
principales de las sociedades menos violentas es la propagación del Estado de
Derecho, la difusión creciente del monopolio estatal en el uso legítimo de la
violencia, y la institución en auge de sistemas judiciales relativamente
independientes”.
Abstenerse de luchar empieza a ser negocio. Reporta
más beneficios que iniciar una guerra, fortalece la paz un poco más.
Si casi el 100% de las guerras esconden conflictos
económicos bajo algún ropaje moral, religioso o ideológico que legitime lo
intolerable, lo cierto es que el comercio, allí donde se ejerce libre de abusos
monopólicos y sobre bases justas, logra crear una interdependencia recíproca y
un beneficio mutuo entre partes, que de comenzar una guerra, se perdería en
horas.
Si China, como tenedor principal, dejara de respaldar
los Bonos del Tesoro de la Reserva Federal de los EEUU, ¿cuántas decenas de
millones de trabajadores estadounidenses se quedarían inmediatamente en la
calle? ¿Cuántos centenares de millones de trabajadores del Primer Mundo cuyas
jubilaciones descansan sobre tales bonos perderían sus ahorros? ¿Y qué hambruna
inimaginable se desencadenaría en China, “fábrica del planeta”, si perdiera de
golpe la capacidad de compra sumada de los EEUU, de Europa Noroccidental y del
Sudeste Asiático?
En sus más de tres décadas de desarme unilateral
posteriores a la guerra de Malvinas, la Argentina no entró a la categoría de
Estado fracasado, pero avanzó demasiado en esa dirección. La delgada línea roja
se cruza cuando el adversario con quien se tiene hipótesis de conflicto
-actualmente el Reino Unido- descubre que la Argentina ya no tiene capacidad de
defender sus activos principales: territorio, recursos, independencia económica
y política.
Y puede, o bien emprender una aventura militar por la
propia, o fomentar una guerra “by proxy” haciendo intervenir a otros Estados de
la región.
El mundo sigue siendo un sitio peligroso para un
Estado militarmente inerme, y máxime si es el octavo país del mundo, por
extensión con valiosos recursos acuíferos, dueño de uno de los tres ecosistemas
agroproductivos más destacados del planeta, la tercera reserva mundial de “gas
de esquistos” (Vaca Muerta) y el tercer dueño mundial de salares con litio, en
un mundo que va de cabeza hacia la propulsión híbrida en reemplazo del motor de
combustión interna para el transporte.
Los Estados indefensos -y ricos en recursos
apetecibles- son un peligro para sí mismos y para el mundo. El rearme lento y
gradual de la Argentina se logrará priorizando una educación militar de
calidad, con la capacitación científica y tecnológica de sus militares,
definiendo una política tecno industrial para la Defensa, amén de la esperada
consolidación de un proceso de reconciliación e integración con la sociedad
civil.
Es el mensaje que empieza a ser vislumbrado como
necesidad por dirigentes que hace diez años lo habrían denunciado como una
vuelta al pasado.
Al mundo le estaríamos transmitiendo: no es que vamos
a conquistar cosas de otros, sino que quitarnos lo que es nuestro por fuerza
puede ser demasiado costoso. Nada más.
Como corolario, hay que defender a quienes optan por
la peligrosa profesión de defendernos. Darles salarios dignos, presupuestos
lógicos e injerencia en el desarrollo tecnológico de sus armas. No los
defraudemos y no nos defraudarán.
Deben sentirse parte integral y necesaria de la
nación. La paz y la estabilidad no son gratis.
Miguel Ángel Sarni*
* General de División (R). Ingeniero Militar.
Escribió
el libro "Educar para este Siglo".