Claudio Arqueros *
El principio de subsidiariedad enfrenta nuevos desafíos, tanto en el ámbito sociológico como
en el político. Esto, por cuanto los imaginarios sociales sobre los que se
levantó y desarrolló su tradición desde el mundo clásico hasta su expresión
formal en la doctrina social de la Iglesia, han mutado.
Como la política implica hacerse cargo de los
contextos desde ciertos principios sobre los cuales se pretende influir y
liderar la contingencia, dichos cambios implican que los actores se hagan cargo
de la forma sobre las cuales es posible seguir aplicando –por principio- la
subsidiariedad. En Chile se ha iniciado una revisión respecto de cómo ésta se
ha aplicado y de cómo debería ser entendida. Dicha discusión -al menos en
parte- ha pretendido inicialmente dejar fuera de esa tradición a Jaime Guzmán.
Sin embargo, dicho esfuerzo (por la forma en que se ha iniciado la discusión)
resulta estéril y errado tanto en su dimensión metodológica como comprensiva.
Metodológicamente encontramos al menos dos problemas.
Hemos enfrentado más bien una crítica a la aplicación que en nuestro país se ha
hecho del principio de subsidiariedad por parte de un sector, antes que un
detenido esfuerzo conceptual que devele su ontología. Este ejercicio es
legítimo, pero debemos acotar entonces la discusión transparentando la
extensión que tendrá ésta, cuestión que es clave y sana si consideramos que
dicho principio, como elemento clave de la filosofía política de la organización
social, tiene una extensión amplia.
Señalo esto, pues si bien comparto que el principio de subsidiariedad no se
agota en la dimensión económica que algunos le han dado, o bien incluso que en
dicha aplicación se ha mal entendido su genuino sentido, no resulta objetivo
desconocer que sí existe una dimensión económica que hacer de él. Por eso,
señalar que se ha hecho una equivocada o reducida aplicación de la
subsidiariedad en la aplicación de cierto modelo de políticas públicas no es
razón suficiente para afirmar que estamos ante la revisión holística de ella.
Pero además, en dicha dimensión crítica se ha
pretendido iniciar una discusión sobre dicha aplicación –y también de
superación de esa aplicación- sin transparentar e incluir explícitamente la importancia
de Guzmán. Esta metodología del bypass presenta un déficit, por cuanto si se
busca una nueva forma de comprensión desde el análisis y crítica de cómo se ha
hecho hasta ahora, es necesario discutir sobre Guzmán. Pero esa discusión
obliga a develar entonces su pensamiento, y eso no se ha hecho seriamente,
cuestión que lleva entonces a ese segundo error metodológico pero que también
devela un conflicto de comprensión.
La crítica a Guzmán es una crítica inacabada que
expresa falta de exposición de su proyecto humano-social, y por ende, de su
pensamiento a lo largo de su derrotero público. Esa crítica ha sido más bien
eco del cuestionamiento del filósofo Renato Cristi y no es capaz de hacerse
cargo del móvil del relato político del ideólogo gremialista.
Guzmán recoge de
la doctrina social de la iglesia que la subsidiariedad guarda un sentido ético
social antes que económico, pero sin desconocer la importancia del progreso y
el rol redistributivo (ético) que el Estado tiene al respecto (Pio XI ya se hace
cargo de esta dimensión en Quadragesimo anno, N° 79, por ejemplo; así también
Benedicto XVI en Deus caritas est, Nº 28).
El punto es que dicha dimensión no es un fin en sí
misma; por el contrario, debe estar dotada de un sentido espiritual, porque lo
que finalmente preocupa a Guzmán es la forma en que el materialismo, en su
dimensión colectivista e individualista, generan un socavo al ser humano. Por eso, por ejemplo, es que para el senador
asesinado el estatuto de la educación pública no pasaba por su forma de
financiamiento, sino más bien por su contribución al bien común. Por ejemplo:
la aceptación de la diversidad y
dignidad de cada uno de los miembros, la enseñanza de virtudes, respeto por las normas sociales, e investigaciones que contribuyan al desarrollo
del país.
Hay en Guzmán una preocupación por la esencia del
sujeto que marca su naturaleza social, la organización de la sociedad y el rol
del Estado. Considerar todos estos elementos presentes en su proyecto abre
puertas para una comprensión más acabada y justa con su obra.
Hoy, además, el principio de subsidiariedad enfrenta
-desde la perspectiva de las libertades individuales vinculadas al rol del
Estado y el resguardo de la dignidad humana- desafíos que debiesen llevarnos a
pensar en las condiciones de posibilidad de su justa promoción y aplicación.
Así por ejemplo, se hace necesario enfrentar los ideologismos que se vierten en
contra de la libertad religiosa, de
enseñanza, de expresión, del derecho a la vida y la dignidad de los niños, porque
con ello lo que se vulnera precisamente es el principio de subsidiariedad en
cuanto el rol del Estado desarrolla equivocadamente sus funciones imponiendo
globalmente políticas que sólo consideran la autonomía personal sin importar si
dañan la dignidad de otros, incluso indefensos. Y es que en un imaginario
posmoderno, la sociedad, la política y por ende el Estado, corren el riesgo de
quedar huérfanos de sustancialidad, porque si algo caracteriza esta época es
precisamente su negación a lo sustancial, y con ello la concordia política se
hace más difícil.
En este contexto, si la discusión contemporánea se
dará en gran parte sobre lo que somos o sobre cómo nos comprendemos, para desde
ahí establecer el sentido de la vida en sociedad y qué tradiciones e instituciones
mantener o abandonar en términos organizacionales, entonces la discusión
contemporánea no puede obviar a Jaime Guzmán, porque Guzmán es precisamente
parte de la tradición que hoy está en cuestión. Pero además, porque su proyecto
se hace cargo de dar respuesta integral a los actuales dilemas políticos, ya
que su propuesta esencial era preservar la libertad del espíritu frente a la
amenaza del materialismo colectivista e individualista expresado en relativismo
e ideología.
En rigor, resulta sano si se quiere enfrentar los
diferentes desafíos de la subsidiariedad, al menos en la dimensión ofrecida
aquí, transparentar la necesidad de
discutir sobre Guzmán y ser honestos con su pensamiento.
- Licenciado
en educación y profesor de Filosofía UMCE; Magíster en Filosofía, mención
axiología y filosofía política de la Universidad de Chile; Magíster en
Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile; Doctor (c) en
Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile; actualmente
Director de Formación de la Fundación Jaime Guzmán y profesor
universitario.
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Sobre Jaime Guzmán, político católico chileno, ver: